¡Qué se independicen!
En las elecciones del 21 de diciembre, los “independentistas” obtuvieron mayoría absoluta de los escaños en el parlamento catalán. Yo les digo: proclamen la independencia, creen la república catalana, para que muy pronto vean cómo una de las regiones más prósperas de España muy pronto se convertirá en país del tercer mundo. Catalanuyia dejaría de ser miembro de la Unión Europea; centenares de empresas, además de las que ya se han ido, se irían de Barcelona; la moneda que reemplace al euro valdría poco, como poco vale el bolívar venezolano; el Barça dejaría de jugar en la liga española; un equipo catalán no llegaría a jugar una copa mundial de la FIFA; ¿cómo quedaría el seguro social sin el apoyo de España?; los catalanes necesitarían pasaporte, y tal vez visa, para viajar a España; ¿qué línea aérea catalana sustituiría a Iberia?
Se correría el riesgo de que muchos catalanes constitucionalistas se acojan a la nacionalidad española, no acepten un nacionalidad catalana, y emigren a España o a cualquier país europeo; ¿cómo sería un seguro de hospitalización, cirugía y maternidad sin el apoyo de España?
El ciego y absurdo orgullo de los independentistas, si es que logran la independencia muy pronto los llevaría al arrepentimiento. Esa testarudez que los caracteriza los lleva al desastre y me hace recordar el cuento de los dos hombres y el jabón: uno le dice al otro: no comas eso que es jabón, no es queso y el otro no hace caso, come un pedazo y dice: “pica, pero es queso”.
Me duele lo que digo porque tengo sangre catalana: la familia de mi abuelo, José Manuel Planchart vino de Barcelona.