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Realidades mal dilucidadas

Antonio José Monagas

Atender las realidades sobre las cuales se depara la “estratificación social” como fundamento sociológico, político y económico, aunque también cultural, de la sociedad, ha sido razón para argumentar o equivocar decisiones que recaen sobre el comportamiento social en tantos aspectos como es posible. Problemas caracterizados desde la perspectiva sociopolítica o socioeconómica, han sido recaído sobre poblaciones partiendo de lo que considera tan vital concepto.

Problemas como la desigualdad social, o el debate que política y económicamente se ha establecido para justificar decisiones gubernamentales, arrancan del concepto mal comprendido de “estratificación social”. Sobre todo, cuando el proceso de elaboración y toma de decisiones se establece con base en narrativas especulativas y denigrantes toda vez que se apoyan en lo que coloquialmente se ha señalado como clase baja, clase media y clase alta.

Aunque para los efectos de lo que esta disertación pudiera denotar, se tiene el problema que de su precaria interpretación pudiera emerger. O que las actuales dinámicas de la economía y de la política, pueden provocar. Más, cuando su categorización se ve permanentemente conmocionada por problemas que condenaron variables como el ingreso o la posición de status. Sin embargo, esta situación ha sido algo esclarecida luego de distintas crisis que afectaron la sociedad en su generalidad. Especialmente, en el ámbito de países subdesarrollados o también llamados periféricos.

El hecho de comprender la estratificación social como la forma de dividir los estamentos de la sociedad a partir de lo que son sus fortalezas y debilidades, induce a que su consideración pueda dar cuenta de lo que una clase social puede representar o conjurar al verla desde lo que son sus oportunidades para ajustarse a las condiciones o exigencias que se tengan en un momento de su desarrollo o decaimiento. De igual forma, las amenazas que alrededor de ellas pueden ocurrir lo cual sirve para medir sus capacidades y potencialidades para asumir la tarea de reivindicarse de cara a lo que configura cualquier amenaza que sobre las mismas pudiera recaer.

Esta capacidad para afrontar y enfrentar dichas coyunturas, lejos de todo cuestionamiento, constituye una clara demostración de que existe una jerarquía social, tanto como una desigualdad social bastante estructurada. Y en tal ámbito de condiciones, se hace posible posicionar las clases sociales en función de lo que implica relaciones no jerárquicas entre ellas. Y esto, al mismo tiempo, es una evidente lectura sobre otros problemas que, de dicha diferenciación social, pueden derivarse.

Más, si a ello se suma la distancia que se establece entre estratos ubicados en distintos entornos físico-geográficos. Es cuando  se habla de estratos agrarios y urbanos. Sin embargo, esta categorización de no ser su concepción debidamente asentida para determinaciones sociopolíticas y socioeconómicas, no lejos de insidiosas realidades, aviva problemas que muchas veces terminan ahondándose y convirtiéndose en conflictos de severa proporciones.

Y para mal de muchos, esta diferenciación no fue siempre vista por la pluma de ideólogos como Marx luego que sus consideraciones se plegaron a criterios que poco comprendieron que el mundo cambiaría con el paso de los años. Aunque a juicio de Max Weber, la comprensión del problema social, apostando a lo que definió como “estratificación social”, fue algo rígido ya que su postura pareció haberse arreglado al considerar una estructura de la sociedad marcadamente inflexible. En todo caso, el problema de su lectura sigue abatiendo realidades. Es la situación que deviene de realidades mal dilucidadas.

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