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Remesas: Aprender en cabeza ajena

Beatriz de Majo

Colombia nos pisa los talones en materia de expatriados. Venezuela hace rato que sobrepasó la cifra de 5 millones de compatriotas emigrados aunque Nicolás Maduro se esmere en afirmar que el éxodo de los nuestros no pasa de ser una falaz y perversa estrategia de parte de los enemigos de la revolución. La gran diferencia radica en que hacen años que el número de los neogranadinos fuera de las fronteras del vecino país se detuvo y la nuestra no parará de crecer hasta que el país se haya vaciado.

El tema es importante porque sus nacionales se han convertido en una significativa fuente de ingresos para el país. La cifra quita el habla. Para fines de 2018 Colombia recibió un monto de remesas provenientes de los suyos que sobrepasó los 6.000 millones de dólares. Ello es más 500 millones de dólares más elevado que lo que los colombianos enviaron al terruño en el año anterior de 2017.

Dos cosas nos animamos a observar. La primera es que aunque la cifra es abultada, ella no es, ni de lejos, el más importante ingreso colombiano. Los dólares que reciben en la patria de al lado de sus connacionales representan a esta fecha apenas poco menos del 2% del PIB del país.

La segunda es que los colombianos han pasado a ser una masa laboral de importancia relativa en los países a donde han acudido a refugiarse en masa. Ellos son Estados Unidos y España, en menor medida. Estados Unidos es conocido por el bajo desempleo que exhibe la masa de trabajadores inmigrantes siendo los colombianos una de las nacionalidades favorecidas de esta situación. Su tasa de desocupación está en 4,1%.  Así pues, el crecimiento del empleo de los colombianos en el mundo debe estar contribuyendo sensiblemente a la expansión del volumen de las remesas. Hasta allí podríamos pensar que una comparación con el caso de Venezuela tiende a favorecernos por la preparación técnica y profesional que exhibe el expatriado nuestro, por el carácter trabajador de nuestros nacionales y porque nuestros criollos, en un número considerable, están teniendo la inteligencia de asentarse en países con economías o bien sólidas, o con tendencias expansivas.

Una de las primeras cosas que es posible concluir de la comparación entre los dos países es que Venezuela pudiera estar siguiendo el camino de Colombia en aquello de que a los emigrados la vida de trabajo en el exterior les permite transferir al terruño sumas de dinero que sirven para el sostén de los suyos en la patria que dejaron atrás. En el caso venezolano esto es mucho más elocuente ya que la paridad del bolívar con respecto al dólar se ha deslizado de una manera tan brutal que, hasta el presente, con pocas divisas giradas desde el exterior resulta posible no ayudar, sino mantener, a las familias que permanecen en Venezuela.

La gran diferencia radica en que mientras en Colombia las divisas entran por los caminos regulares de la banca o de empresas para-bancarias como Western Union entre otras, en Venezuela de las operaciones de cambios no quedan registros por que ingresan por los “caminos verdes”. Los entendidos aseguran que 2.000 a 3.000 millones de dólares han sido cambiados en 2018 para este fin de mantenimiento familiar. Datanálisis ha asegurado que ya casi el 10% de la población recibe dinero proveniente de otros países y algunos expertos observadores de la dinámica económica ubican este porcentaje en el doble. El caso es que los órganos de medición internacional son del criterio que Venezuela se convirtió y sigue siendo el primer país tenedor de divisas privadas de Latinoamérica en el exterior.

El gran problema para Colombia viene del hecho de que en los últimos tiempos los expertos en migraciones masivas consideran que las cifras de remesas que exhibe Colombia deben estar seriamente contaminadas con actividades “non sanctas”, ya que su crecimiento y su volumen está bastante por encima de montos razonables. Dice un artículo publicado en la Revista colombiana Dinero que “en efecto, las cifras del Banco Mundial indican que el crecimiento de remesas de 15,7% esperado para este año en Colombia supera el promedio de América Latina, que sería de 9%.

Y a esto sí que debemos tenerle un pánico reverencial. A que los flujos de dinero para un aparente fin familiar válido escondan dineros mal habidos como el tráfico de narcóticos o la repatriación de montos productos de la corrupción. El caso es que las remesas de los colombianos a su país contienen elementos dignos de observación y de estudio porque las cifras se van exponenciando, año a año, por razones no particularmente ortodoxas.

De esa evolución tenemos bastante que aprender. Una lupa debe ser puesta sobre las remesas de los nuestros porque ellas se mueven en el terreno de lo subrepticio. Este hecho puede ocultar cualquier género de indeseables desviaciones.

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