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Restauración de la Compañía de Jesús

Fundada en 1540 por el vasco S. Ignacio de Loyola, esta orden religiosa fue perseguida y expulsada en la segunda mitad del siglo XVIII por las católicas monarquías borbónicas (Portugal, Francia, España…), y a presión de ellas suprimida en 1773 por el papa Clemente XIV. Esta orden religiosa de 22.000 jesuitas dejó de existir durante medio siglo (1773-1814); sólo un resto de medio millar de ancianos sobrevivieron como jesuitas en la Rusia ortodoxa.

Cuando en 1814 la Compañía de Jesús renacía de sus cenizas, Europa ya no era la misma. La Revolución Francesa se había llevado la cabeza de Luis XVI y luego Napoleón, dueño de Europa, se llevó presos al rey de España y su hijo e hizo correr a Brasil a la monarquía portuguesa. La Revolución Francesa suprimió la religión católica y entronizó a la diosa Razón como la gran liberadora de la humanidad del yugo del oscurantismo católico y en la etapa del “Terror” Robespierre impuso el culto al Ser Supremo. Las órdenes religiosas fueron prohibidas como enemigas de la libertad humana… El P. General de la suprimida Compañía de Jesús, Lorenzo Ricci, murió en Sant´Angelo, en la cárcel del papa Pio VI, quien a su vez murió en la cárcel de Napoleón, y éste – vencedor vencido por las monarquías de Gran Bretaña, Austria, Prusia y Rusia-, estaba en el exilio-prisión de la isla de Elba, cuando en 1814 los jesuitas fueron restaurados.

Restauración y persecución

Ya Europa no era la misma y resultaba imposible la plena restauración del “ancien regime”, de monarquías absolutas, noblezas decadentes y sociedades estamentales; e insostenible un régimen de cristiandad con un papado monarca político-civil de media Italia… Italia se unificaría más tarde despojando al Papa de sus reinos temporales y encerrándolo en los muros del Vaticano: Iglesia prisionera, pero con más universalidad y libertad espiritual. Los jesuitas “restaurados”, para muchos la bestia negra contra la modernidad liberal, fueron expulsados decenas de veces por los distintos gobiernos de Europa y América. ¿Por qué? Siglo y medio después el Concilio Vaticano II aceptará que el sello político de la “Restauración” era imposible y ajena al Evangelio y reconocerá la plena autonomía de los estados civiles, de las ciencias y de los saberes racionales, que tienen su propia consistencia en una creación de Dios confiada a la responsabilidad humana… Pero la Iglesia reafirma que no basta la razón instrumental para hacer un mundo fraterno y verdaderamente humano. En esto se equivocaba la soberbia absolutista racionalista liberal empeñada en construir una moderna Torre de Babel que llegara al cielo. Los saberes instrumentales son formidables, pero ambivalentes para matar o para dar vida. Su discernimiento y aplicación humanizadora necesitan una sabiduría y bondad del corazón de la que carecen. El Concilio ofrece la humildad de Jesús de Nazaret que se hace hermano de los excluidos; en él vemos un Dios que no es poderoso reflejo de los reyes absolutos, sino Amor creador que se entrega. Jesús reconoce los saberes y poderes legítimos de este mundo, pero no su endiosamiento opresor; afirma al débil y muestra con su vida que “no es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre” y denuncia el dinero cuando éste se endiosa y al poder cuando, en lugar de servir, domina y convierte a los pueblos en esclavos. El Evangelio de Jesús y la racionalidad instrumental no se excluyen, sino que se necesitan mutuamente.

¿Por qué la cruz cristiana de la Compañía de Jesús?

Creo que por dos cosas:

Por la convicción y profunda experiencia espiritual de Ignacio de que Dios es amor que se comunica amorosamente a cada uno. La Inquisición del siglo XVI persiguió a Ignacio porque sospechaba (de luteranismo y “alumbrado”) de esas luces y comunicaciones interiores, pero la Iglesia reconoció la guía y método de los Ejercicios Espirituales de Ignacio, que han sido para millones y millones camino para escuchar a Dios y guía para seguir a Jesús. Los Ejercicios llevan a tomar en serio el Evangelio de Jesús y a no aceptar la pretensión racionalista de que el mundo es exclusiva del hombre que se autoendiosa, sino que en él dialogan la acción amorosa de Dios-amor y la acción del hombre que lo ordena responsablemente para que haya vida y dignidad para todos. La autosuficiencia racionalista no podía aceptar esto; de ahí la persecución de lo que se imaginaban eran los jesuitas. Ahora todos estamos algo más humildes.

(Se acabó el espacio, pero volveré con la Restauración de los jesuitas en Venezuela)

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