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Rusia, China y el destino de Venezuela

A inicios del mes de febrero de este año 2022 los presidentes Xi Jinping de China y Vladimir Putin de Rusia, sostuvieron un encuentro en Beijing orientado al reforzamiento de las relaciones chino-rusas, el evento no extraña a nadie en el contexto del ajedrez político mundial del siglo XXI, siendo lo esencial las dimensiones que reviste semejante alianza. 

En el trasfondo resaltan las pretensiones de Putin de recuperar las viejas glorias de la URSS y la Rusia zarista y en el caso de China su presidente por lo menos hasta la próxima década, pretende como meta convertirla en la primera potencia económica del planeta, creyendo que desplazará a los EEUU, quien ha ejercido ese liderazgo durante un siglo, reafirmado luego tras la segunda guerra mundial. 

Resulta curioso que la mayor parte del siglo XX luego del triunfo de la revolución china y el ascenso de Mao Zedong al poder, surgieron importantes divergencias entre el Gran Timonel chino con la burocracia soviética, a raíz de la condena del PCUS a los crímenes de Stalin publicado hace 66 años un febrero de 1956. 

En aquel entonces ya muerto el dictador en 1953, el Informe Krushev presentó al mundo entero los horrores del estalinismo, cuyo sistema era amenazado por revueltas populares en Alemania Oriental en 1953, en la URSS en 1955, en Hungría en 1956.

Esta condena no fue del agrado de Mao como fiel seguidor de Stalin, quien no dudó en romper con la URSS al calificarla de Socialimperialismo, provocando un cisma en el movimiento comunista mundial, al dividirse en Partidos Comunistas (PC) prosovieticos y Partidos Comunistas Marxistas Leninistas (PCML) prochinos o maoistas. Ese movimiento telúrico llegó también a América Latina. 

Pues bien, parafraseando el viejo refrán trastocado en “Stalin los cría y ellos se juntan”, en el caso de Vladimir Putin de fracasado exagente de la KGB pretende ser nuevo zar de las Rusias, dejando de lado al desprestigiado PCUS convertido hoy en una secta confesional, y por otro lado el régimen chino quien, aprendiendo del derrumbe económico de la URSS, abrazó al capitalismo salvaje para lograr el crecimiento económico vertiginoso ya conocido en los últimos 40 años. 

Esta Alianza se presenta como modelo a seguir y como alternativa a la democracia occidental. al despreciar al parlamentarismo a ser sustituido por dictaduras que garanticen desarrollo económico bajo la conducción de caudillos, quienes sin obstáculos burocráticos imponen sus regímenes en base a decretos violadores de derechos humanos y las libertades políticas logradas por la humanidad en el último siglo.

Estos nuevos socios han convertido al África y a América Latina como base de operaciones, solo vistas como fuente de recursos naturales a precios irrisorios y necesarios para sus economías. En este contexto Venezuela es un peón de primera línea por su posición estratégica política y de recursos energéticos.

Se debe tener presente que durante el siglo XX a nuestro país no le fue mal en su relación con el Occidente democrático, nuestro estado de bienestar creció a la sombra del desarrollo de instituciones políticas, de respeto a los derechos humanos, registrando con todos los bemoles del caso un reconocimiento a nivel global. 

Ahora bien ¿que nos espera en el siglo XXI ante la relación con esta Alianza de China y Rusia promovida por la dictadura gobernante?, depredadora en todo el sentido de la palabra y dispuesta a dejar a países enteros en el estercolero como ha sucedido con Cuba, países del África y Asia, es una encrucijada a ser resuelta por las expresiones políticas, sociales, económicas, religiosas y académicas de nuestro país.

Dejar esta tarea en manos de una coalición de partidos agrupados en el G.4, no puede ser nuestro destino, por el contrario, debiera ser el acicate para que los sectores anteriormente mencionados reconozcan el grave peligro que cierne sobre nuestra nación.

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