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Si pudimos en los 60s, ¿por qué no ahora?

Desde que accedió al poder en 1959, lo que ha caracterizado al régimen cubano es la intromisión en la vida y el transcurrir pacífico de muchos Estados.  Tropas y “asesores” cubanos han llevado la guerra a los más apartados lugares.  Más frecuentemente y con más acrimonia lo han hecho en los países de habla hispana, tanto en el continente como en las islas del Caribe.  Pero también en países africanos.  Si desde el mismo año inicial de la toma del poder en Cuba ya el castrismo daba pininos en Panamá, y en los años siguientes buscaron incendiar las cordilleras suramericanas e islas antillanas; por los años setenta incursionaron en Angola y Etiopía.  Y en el primero de los países africanos mencionados estuvo actuando trece años.  Allí, y en los demás países en los que ha intervenido, ha sido muy alta, inconmensurable, la cantidad de muertes causadas por las tropas regulares y los guerrilleros cubanos.  La excusa que siempre daban —cuando actuaban descaradamente, porque en muchas ocasiones se movían subrepticiamente— era que había sido solicitada su ayuda por naciones que anhelaban tener regímenes socialistas.  No era tal: esas “iniciativas” no pasaban de ser maquinaciones para favorecer los intereses geopolíticos de la URSS en el desarrollo de la Guerra Fría en contra de los Estados Unidos.

Que quede claro, si se lograba el éxito o no en la implantación de gobiernos leninistas, poco le importaba a Fidel Castro.  Ni el reguero de muertos e inválidos que iba dejando —cubanos incluidos— en los teatros de operaciones.  Para nada, porque en ninguno de los países en los que causó pérdida de vidas, destrucción de infraestructura, pobreza generalizada, logró vencer.  Pero, como ya dije antes, para él eso no era lo trascendente.  Lo que verdaderamente le interesaba era ayudar a los soviéticos.  No tanto por aquello del “internacionalismo proletario” sino por “ponerse en la buena”. Porque la cercanía a Rusia le garantizaba; dinero, armas y comida sin trabajar, solo poniendo la carne de cañón en una guerra que no era de él.  En fin, obtenía lo mismo que antes le llegaba a Cuba desde diferentes países del hemisferio occidental, pero sin causar la muerte de propios y extraños.  ¡Vamos, que lo que hicieron fue cambiar de amo!  De uno bien flexible, generoso y hasta buenote a uno sumamente exigente y despótico.

Las intervenciones que ordenó para Venezuela a partir del año 63 no fueron diferentes a las que hacía contra otros países.  Pero con un ingrediente más: el afán por hacerse con el petróleo venezolano.  Ya desde la visita de Fidel a Caracas, a los pocos meses de tomar el poder en La Habana, lo dejó claro.  La seriedad que le puso Betancourt al asunto y la frenada que le echó al barbudo en la proposición que este le traía fueron lo que causó la aparición de las guerrillas en nuestro suelo; primero con acciones urbanas y luego en diferentes zonas montañosas del interior del país.  Y, al igual que en los casos de otros países, aquí tampoco resultaron vencedores.

En lo único en que Venezuela resultó distinta fue en lo autóctono, lo hasta vernáculo, de la reacción y la solución del problema: no hubo asistencia exterior en la lucha contra los insurgentes.  Si en Angola aparecieron los surafricanos, y si en Santo Domingo, Colombia, Perú, Bolivia, Panamá y Grenada (para mencionar solo unos pocos) aparecieron los gringos; en Venezuela, con solo oficiales y tropas venezolanas se pudo prevalecer sobre los alzados en armas.  Y, lo que es más: contrariamente a lo que trata de hacer creer el AgitProp actual, en nuestros teatros de operaciones no actuaban extranjeros.  De hecho, había una directiva que prohibía su acceso a esas zonas.  Fue la mente, el músculo y la voluntad venezolanos los que lograron la victoria.  Cuando Caldera propuso la “pacificación” fue porque ya las guerrillas estaban derrotadas.  De hecho, hay documentación que muestra que fueron los comandantes del Frente Guerrillero “Antonio José de Sucre” —actuante en el Oriente del país— quienes propusieron, mediante la intermediación del cardenal Quintero ante el gobierno, el cese de las hostilidades.  Se logró la paz.  Solo algunos hechos aislados la interrumpieron desde el 70 hasta el 92, cuando un títere de Fidel revivió lo de las muertes entre paisanos por razones políticas, ¿o politiqueras?

Y, vuelvo al título de hoy: si pudimos en los 60s, ¿por qué no ahora?  No será fácil porque actualmente el invasor cubano manda en Miraflores y Fuerte Tiuna, en la salud y la educación, en las policías y la alimentación. Pero no es imposible.  En la mayoría de los venezolanos se mantienen vivos la llama del patriotismo, el afán de libertad y los deseos de independencia verdadera —sin tutores forasteros.  Y sin tener que llamar a Trump para que mande marines para sacarnos las castañas del fuego.  Por cierto, la más reciente declaración de Mr. Trump lo que hace es ayudar al régimen que, al igual a lo sucedido en varias ocasiones anteriores, desempolvará lo de “la planta insolente del extranjero”.  Por el contrario, las iniciativas de otros gobiernos amigos están contribuyendo al éxito de nuestro empeño.  La incontinencia tuitera de @POTUS le ha dado pie al régimen para hacer creer que las posibles (que no probables) medidas van contra el país y la nación.  Eso no es verdad: van contra individualidades que, ¡oh, casualidad!, están enchufados en altos destinos y por eso se les facilita la algazara sobre los dineros públicos y el acometimiento de aventuras en el tráfico de drogas.

Reitero que sí se puede, somos más (sonó como viejo eslogan del MAS, pero no borro porque en este caso es verdad).  El cómo, se lo dejo a gente más versada que yo…

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