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Sin guerra avisada

Pasan días, semanas y meses, y es lógico que algunos se desesperen, otros tiren la toalla y se marchen, o sencillamente sientan que el mal se entronizó para siempre. No es así. Nunca es así.

El fin de esta aberración que pocos aún llaman “gobierno” está cantado a todo nivel. Lo que no se podrá saber hasta que ocurra es el momento preciso del desenlace. Y así es en casi todas las experiencias similares en la historia, sencillamente porque guerra avisada no mata soldado.

No hay un libreto preciso para liquidar estos procesos. Exigen un efecto cumulativo de estrategias, tácticas y acciones hasta llegar a un detonante final. Se hace camino al andar – no hay libreto externo que valga, y no todo son aciertos.

Demasiada gente compara la experiencia cubana con la venezolana para afirmar – a veces de manera tajante – que Venezuela se acabó, que el comunismo ya nos llegó, que a Cuba se le ha sancionado y que eso no ha funcionado, y así sucesivamente.

El argumento proviene de dos vertientes: Por un lado, lo promueve la propia dictadura para fomentar el derrotismo, y por otra hay ciertos analistas superficiales y tontos útiles que apenas se fijan en determinados rasgos – asiduamente cultivados por ambas dictaduras – para equiparar las dos experiencias. A la larga el único que saca provecho a semejante distracción es el régimen imperante.

Son de largo mucho mayores las diferencias que las similitudes entre ambas situaciones. Para comenzar y sin abundar en otras facetas: En 60 años Cuba jamás ha tenido un poder legislativo democráticamente electo por opositores del régimen que, además, haya sido reconocido por casi 60 naciones como encargado del poder ejecutivo por usurpación de un tirano.

Esa sola diferencia, entre muchas otras, debería acallar a los derrotistas que predican que todo está perdido. Por más materia gris que aporte la resabiada dirigencia cubana a esta pandilla de mermados mentales no se pueden nadar contra ciertas realidades.

La dictadura no puede encontrar padrinos que le suministren el oxígeno económico imprescindible para mantener a flote su parapeto y seguir comprando conciencias. Su único y último recurso es el narcotráfico – que es cuchillo para sus propias gargantas.

Lejos de lamentar la permanencia de la dictadura, reconozcamos que 20 años de tenaz resistencia han impedido que la misma se consolide ni haya tenido un instante de sosiego. El reto es mantener vivo el fuego por todos los frentes posibles, cada quién desde su trinchera, sin aflojar un ápice hasta que este jarro colmado de basura termine de soltar el fondo.

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