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«Soberana» indigestión política

Egildo Luján Nava

Si de algo pueden presumir los oficiosos de la política que se autocalifican progresistas, revolucionarios, comunistas, socialistas e izquierdistas, entre otros, es de su envolvente habilidad para,  a partir de su “subjetivo y librepensamiento transformador”, estructurar un lenguaje convincente.

Especialmente, cuando dicen y proyectan la útil intención de capitalizar  el  mercadeo ideológico del momento, que se combina con variables culturales capaces de “construir nuevos principios”.

¿Casos?. Venezuela, de hecho, es un santuario demostrativo de lo que ello plantea. Y allí, precisamente, abundan casos como los que añade el patrioterismo, la egolatría de quienes presumen ser herederos de verdaderos glorificadores del nombre del país, para después -como si fuera poco- presumir de ser  referencia de causas y objetivos que ahora claman, en “obediencia al nacionalismo” propio de “consagrados libertadores, por nuevas fases y etapas del fortalecimiento de lo soberano, de la soberanía y de la nueva y verdadera Independencia”.

Aquí, el discurso gobernante se mueve de un lugar a otro, en respuesta a lo que todo ciudadano ingenuo es capaz de escuchar, aun cuando no lo entienda en sus alcances, ni se le pueda ocupar en posibilidades verdaderamente renovadoras.  Semejante mezcla de ocurrencias y de rebuscamientos conceptuales, sin embargo, es capaz de todo, incluso, ante la realidad política nacional, de lo que se supone motiva la “presencia colaboradora” en territorio nacional de los gobiernos de Cuba, China, Turquía, Rusia, como desde otros frentes por Bolivia, Nicaragua, Corea del Norte, Irán, entre otros.

¿Pero, realmente, en atención a qué se debe la   presencia en territorio venezolano de quienes apelan a su lenguaje de ocasión para, en nombre de una sui géneris soberanía y autodeterminación, rechazar toda posibilidad de entendimientos y procura de soluciones?.

Tratando de interpretarlo y de encontrarle sentido, como de describir otra connotación ajena a todos y cada razón que se debate entre uno y otro espacio divulgativo a nivel mundial, quizás el culinario pudiera aportar alguna idea novedosa, como del mayor interés nacional.

Las Lumpias-Doner Kebab-Palmen y Ropa Vieja, sin duda alguna, platos

típicos de China, Turquía, Rusia y Cuba, respectivamente, son ofertas alimenticias de una innegable exquisitez en cada uno de sus respectivos países. Pero, seguramente, si alguien opta por comérselos revueltos, provocará  una explosiva indigestión. Por lo que, es de suponer, que, analizando el hecho analógicamente, los 4 gobiernos “colaboracionistas” aquí no están apostando a una participación  en ciega obediencia a  una especie de “plato único”, sino en atención a fines individuales

Estos cuatro países, entonces, están revueltos e involucrados en Venezuela, cada uno con un propósito y un interés diferente. Y que esa es la razón por la que la gran mayoría de los venezolanos, como consecuencia de dicha ingesta, es víctima de una severa indigestión.

Desde luego, todo se circunscribe a una analogía referencial y no a una alimentaria. Sin embargo, es lo suficientemente explícita como para colocarla sobre la agenda interpretativa de lo que está sucediendo, y cuya peor versión es la evidencia de que para la problemática venezolana, no hay soluciones.

Cierto. Las pudiera haber. Siempre y cuando “las partes no necesariamente criollas”, en obediencia a las razones por las que están aquí, determinen por qué y para qué es realmente su “voluntad colaboradora”, indistintamente de que eso se traduzca en hambre, miseria, penuria y muerte de venezolanos.

En otras palabras, algunos prestan o aportan imagen, dinero y asesorías de las que se hacen citas públicas, dependiendo de los intereses que se defienden; promoción de miedos y de violencia, en respuesta a los fines que se persiguen. Pero el costo del sufrimiento va por cuenta de una población  a la que, poco a poco, les restan derechos, sueños y esperanzas, porque su rol en la distribución de los beneficios entre quienes piden y los que entregan, no va implícita la ansiada respuesta de las soluciones. A todos los venezolanos, les gustaría resolver sus problemas y diferencias, entre ellos mismos. Pero eso, por lo visto, actualmente, no es posible.

Venezuela es un país que goza de potencialidades y características de interés mundial. Les favorecen: su posición geopolítica; sus variados recursos naturales; todos atractivos e influyentes en la posible relación, apreciación, interés y comportamiento que puedan tener los países del mundo con relación a la Nación.

Si bien los países manejan sus relaciones e intereses comunes por intermedio  de negociaciones e intercambios entre los gobiernos de las respectivas naciones, en la Venezuela de hoy, sin embargo, nada de eso es posible. Y todo porque el país está inmerso en una ingobernabilidad confusa, como en un deterioro tal que ha dañado la imagen de la Nación en el ámbito exterior.

Según criterios contrapuestos a nivel interno y externo, Venezuela tiene dos Presidentes actuantes: uno juramentado por la Asamblea Nacional Constituyente,  y otro nombrado por la Asamblea Nacional, reconocido por más de 60 de los más importantes y desarrollados países a nivel internacional.

De manera similar, y en las mismas condiciones de reconocimiento, están, por un lado, la Asamblea Nacional y, de igual forma, la Asamblea Nacional Constituyente. Dos Tribunales Supremos de Justicia: uno instalado en Caracas y otro en Washington. De igual manera, dos Fiscales Nacionales de la República: uno en Caracas y otro en el exterior (Colombia). A su vez, hay embajadores venezolanos de un bando en algunos países y hay en otros del bando contrario, en distintos países. De igual manera, sucede con algunas representaciones diplomáticas venezolanas en distintos organismos internacionales.

La solución a este grave problema de gobernabilidad simultánea, pero difusa, no tiene sino dos posibles soluciones: una radical, que es la guerra interna  entre venezolanos, y de terribles consecuencias. Y la otra, que debería ser la única posibilidad de convertir en posibilidad para concluir en soluciones. Se trata de que, actuando razonable y civilizadamente, se llegue a un diálogo serio y responsable con una única intención de rescatar y reunificar al país.

Desde luego, es una alternativa expedita para una seria voluntad política interesada en trabajar con una agenda previa de puntos de encuentros y acuerdos. De igual manera, con la presencia y participación conciliatoria de mediadores imparciales expertos en negociaciones internacionales.

Obviamente, para que se produzca un diálogo productivo, conciliatorio y exitoso, es indispensable que el Presidente Nicolás Maduro y su equipo gubernamental, ofrezcan sinceras manifestaciones de voluntad política para llegar hasta allí.

Se trataría de: liberar a todos los presos políticos; permitir la entrada al país de todos los exiliados; reconocer a la Asamblea Nacional; nombrar a un nuevo e imparcial Consejo Nacional Electoral, legalmente comprometido con la necesidad de que se restituya la legalidad de todos los partidos políticos. Por otra parte,  permitir el ingreso y distribución de la ayuda humanitaria; nombrar los mediadores internacionales e imparciales aprobados por ambos bandos, como conductores oficiales de un posible diálogo.

Dicho diálogo debería apoyarse  en la estructura de una Agenda que conduzca al nombramiento de un gobierno de transición mixto, para reorganizar el país y conducirlo a una estabilización.  Y, a la mayor brevedad posible, convocar al Soberano a que participe en unas elecciones generales libres y confiables.

La actual situación -y sin sometimiento  a más engaños-  es insostenible. El país está casi totalmente paralizado, y eso incluye la fuente generadora de más del 96% de sus ingresos: la industria petrolera. Financieramente, no hay posibilidades de obtener ayuda ni de créditos internacionales por desconfianza en el país y en sus contradicciones  administrativas.

La producción nacional agropecuaria se ha reducido en un 80%, mientras que  la industria, el comercio y la expedición de servicios, están al borde de una paralización obligada. Adicionalmente,  los servicios públicos están colapsados y la diáspora sigue incontenible,  invadiendo a los países vecinos, principalmente.

¿A qué se espera para que Venezuela y su gente, principalmente,  puedan reencontrarse e impedir que el país continúe rodando por esta fuerte y complicada especie de cuesta infinita?.

Internamente, y ante los ojos del mundo, pareciera  más interesado el desenvolvimiento de una administración permanentemente a cargo de quienes les resultaría más provechosa una “Soberana Indigestión Política”, antes que más dolor de aquellos que insisten en permanecer en el país, a pesar de las dificultades.   Y una solución en estos términos, sin duda alguna, no es una solución: es una dolorosa prolongación de una situación que implica peores consecuencias individuales y familiares.

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