OpiniónOpinión Nacional

Soltera en la ciudad de la furia: Clara en lo claro

—No sé por qué, pero yo a las mujeres siempre les hablo románticamente, como si estuviera enamorado. Así solo vaya a coger, no sé hablarles de otra manera.

— ¿Pero no es mejor ser claro en lo que quieres y que ella decida?

—No sé, quizá, yo sé que tú eres directa, pero a mí eso no me gusta.

Un chico con el que compartía mi cama, luego de bajarme varias copas de vino y escribirle un mensaje que dijera “Hola bb, ¿Te llegas?”, a las 11 de la noche de un miércoles cualquiera. No pasaron 30 minutos cuando al asomarme por la ventana del apartamento, se estacionaba una moto Bera Kavak 150 cc color roja, y el hombre me pasaba un WhatsApp diciendo “ya llegué”. Sí, en un segundo atravesó la autopista Valle-Coche para disponerse a tener un encuentro sexual conmigo, una chica que, según él, era poco convencional porque hablaba “demasiado claro”.

No pude evitar pensar en las conversaciones que he tenido sobre el tema. Con mis amigas, en una tarde de café en la oficina o en medio de copas entre las calles de Chacao: “A los tipos no les gustan las mujeres que hablan claro, se intimidan”, o lo que me dijo J., mientras tomábamos birras en el Gato Lebrón, un bar situado en la esquina del Boulevard de Sabana Grande: “Amiga, tienes toda la razón, a mí una mujer me habla así y me cago”. Cualquiera pensaría que en esta época de “libertinaje” y donde cada quien “hace lo que quiere” —como dicen las y los señores—, una mujer que expresa su sexualidad libremente sería algo normal. Pero no, en la Caracas del siglo XXI sigue siendo mal visto que las mujeres declaren sus deseos sexuales y se dispongan abiertamente a disfrutarlos.

Cuando una mujer dice “quiero” desde el cuerpo y no desde el amor, incomoda.  Porque se tambalean no solo una moral vieja y conservadora, sino también un sistema patriarcal que elimina la capacidad de agencia de las mujeres sobre sus cuerpos. Además, nos habla de una masculinidad construida sobre la idea del control: ser el iniciador, el cazador, el que pone las reglas. Entonces, si una mujer toma la palabra y dice “quiero”, no solo rompe el juego: se rompe su lugar en él. Ese lugar que dicta “debes querer lo que él desee” y que te invalida como sujeta deseante. En ese instante hay hombres que no saben si sentirse halagados o atacados, deseados o desplazados. Es como si su virilidad necesitara aún del misterio, del no saber, del juego donde él siempre lleva la delantera para constituirse. Esa masculinidad hegemónica —la que aprendieron en casa, en la calle y entre risas con sus amigos de la cuadra— les exige ser los que proponen: “El hombre propone y la mujer dispone”, reza el dicho popular. Les enseñaron que un hombre no recibe una invitación, la extiende; que no es deseado, sino deseante.

¿Por qué les resulta tan difícil aceptar a una mujer que los desea sin disfraz? ¿Por qué sigue siendo escandaloso que nosotras establezcamos nuestro deseo sin pedir permiso y sin justificarlo con amor? Tal vez porque el deseo femenino, cuando se nombra, deja al descubierto cuán frágil es la idea de la masculina hegemónica. Lo más contradictorio es que esta masculinidad no solo nos oprime a nosotras, también los constriñe a ellos. La necesidad de mantener el control emocional y sexual los aleja del placer libre, de la conexión real, de mostrarse vulnerables. No saber qué hacer cuando una mujer se presenta sin rodeos no es muestra de fortaleza, sino evidencia cuán poco espacio hay para que todas y todos vivamos nuestra sexualidad fuera del guion aprendido.

Las construcciones sociales de lo que es ser una mujer o lo que es ser un hombre permean nuestra cotidianidad. Están presentes en todos los ámbitos, obligándonos a seguir los roles socio-sexuales establecidos por lo moralmente correcto. Los hombres y mujeres que se salen de esos marcos son catalogados como transgresores. En el caso de las mujeres, el mandato heteropatriarcal esgrime que NO somos las dueñas de nuestra sexualidad. Nuestros cuerpos siempre deben estar al servicio de la demanda masculina y, además, atravesados por la idea del amor romántico, donde las relaciones sexuales solo se deben consumar si hay un vínculo afectivo. Tener un encuentro casual en donde seamos nosotras las productoras de la seducción es políticamente mal visto, incluso para aquellos que se cuestionan los cánones erigidos. Esas estructuras se anclan a nuestra psique, profundamente instaladas en el inconsciente colectivo. Se nos sigue vendiendo la idea de que las mujeres solo debemos ser deseadas, pero jamás desear, porque eso rompe con la  imagen angelical y virginal que nos fue suscrita.

En el juego de lo erótico, donde a cada persona le seducen cosas distintas, aún se impone la performance del deber ser de la buena mujer que se deja conquistar y del hombre cazador, con un deseo insaciable que avanza sin ton ni son. No está permitido salirse de los roles: no puedes ser dos a la vez, la dulcita y la que desea sin más. Y ahí, justo ahí, es donde el sistema entra en cortocircuito. Porque si eres tierna, no deberías ser libre; y si eres libre, no se te permite la ternura sin que eso se vuelva debilidad.

Caracas, aunque por las noches se convierte en una urbe donde lo erótico, el deseo, el placer y el amor sin ataduras se mezclan en la multiplicidad de cuerpos que la habitan, aún es mal visto que una mujer sea clara en lo claro. Porque inevitablemente está rompiendo con las ataduras con las que fue moldeada. Las apps de citas, los encuentros fortuitos y toda la parafernalia del cortejo actual parecen nuevas formas de gestar lo amatorio. No obstante, la idea colectiva de lo correcto persiste: “No te muestres tan inteligente”, “Síguele la conversación al tipo”, “Hazle saber que lo necesitas” son algunas de las frases que escucho de muchas mujeres fingiendo ser conquistadas.

Y siempre me pregunto: ¿para cuándo lo que nosotras deseamos?

@niyiree_baptista

Los comentarios, textos, investigaciones, reportajes, escritos y demás productos de los columnistas y colaboradores de analitica.com, no comprometen ni vinculan bajo ninguna responsabilidad a la sociedad comercial controlante del medio de comunicación, ni a su editor, toda vez que en el libre desarrollo de su profesión, pueden tener opiniones que no necesariamente están acorde a la política y posición del portal
Fundado hace 29 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar
Cerrar
Botón volver arriba