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Tenemos que repensar el Estado

Los figurones del régimen siguen empeñados en tratar de convencernos a los venezolanos de que la tremenda crisis que sufrimos es culpa de una fulana “guerra económica”.  ¡Mentira!  Esta no pasa de ser algo que ellos se inventaron para ocultar lo que no es sino la consecuencia de su ineptitud en el manejo del gobierno, su voracidad al rapiñar los recursos de la nación y el robo a gran escala del producto del trabajo de muchos ciudadanos mediante la fórmula del “¡exprópiese!”.  Ya nadie les cree, pero Jorgito Audi Rodríguez y sus cómplices en la desinformación siguen empeñados en inculcarnos ese bulo.  Lo cierto es que eso pudo ser tragado cuando el máximo histrión de la robolución estaba vivo y lograba que las mentes más sencillas comulgaran con las ruedas de molino que él inventaba en cadena tras cadena.  Ya no más. Afortunadamente, ni el usurpador, ni sus áulicos, tienen las destrezas persuasivas que Boves IIdesplegaba por horas y horas.

La verdad es que, de los dos movimientos dominantes durante el siglo XX —el socialismo y el nacionalismo—, el que ellos propugnaban (y siguen defendiendo, disimulado con el remoquete de “del siglo XXI) ha fracasado ruidosamente en todos los lugares en que lo han intentado imponer.  En todos ellos, a sangre y fuego, con millones de asesinatos para intentar, dicen ellos, crear un “hombre nuevo”.  Algo que no logró ni Jesucristo, ellos querían lograrlo.  Sin importar los torrentes de sangre que hicieron fluir, ni los sacrificios que venían aparejados.  De ese mal, solo quedamos sufriendo los venezolanos, los cubanos, los nicaragüenses y los coreanos del norte.  Todos los demás países, sin importar cuán pobres sean, saltaron alborozados hacia el futuro, hacia la nivelación por arriba que llega por el dominio de las tecnologías contemporáneas.  Nosotros no, nosotros vamos retrocediendo, embalados, hacia lo más cerril del siglo XIX.  Con decir que muchos están cocinando con chamizos y alumbrándose con velas…

Lo que tenemos es el hijo bastardo de las dos ideologías mencionadas antes, el socialismo y el nacionalismo.  Es un monstruo que a veces se disfraza de fascismo y otras de dictadura clásica bananera.  Pero lo que menos quieren dejar ver es lo que de verdad anhelan ser: de comunistas.  Palabra vetada en la verborrea oficialista.  No lo logran, en algo, porque para serlo genuinamente deben estudiarlo, cosa que en ellos es no-no.  Pero, en mucho, porque lo que furtivamente ambicionan ser es capitalistas.  Todos ellos están podridos en dinero mal habido.  No hay ningún limpio dentro de la nomenklatura roja.  Se mantienen en el poder, eso sí, por medio de algo que es muy comunista: el adoctrinamiento de las masas hasta su ofuscación mediante etapas sucesivas de hambre y entrega de alimentos gratis (eso creen los incautos); la persecución de todo aquel que se atreva a pensar distinto y para lo cual se valen de algo característicamente rojo: un aparato represivo inmisericorde, que no vacila en torturar y matar; y el echarle la culpa de los sufrimientos y carestías a todo el mundo menos a ellos mismos.  Quienes son los que realmente han causado el estropicio en la república y losquebrantos en la nación.

Venezuela no puede seguir aceptando que nos pongan a preguntarnos “¿Quién nos hizo esto?” —interrogación retórica porque la respuesta ya ellos se han encargado de suministrárnosla: el malvado imperio, los ricos inmisericordes, los judíos ruines, los mezquinos empresarios.  Típica táctica comunista: ponernos a ver para otro lado de donde en realidad están los culpables: en la jerarquía del partido y en los altos escalones del poder.  Llegó el momento de cambiar la pregunta.  Ahora deberíamos inquirir: “¿cómo fue que llegamos a esto?”.  Y la repuesta más simple es: por haber sido irresponsables al votar por ellos, que solo ofrecían freír en aceite hirviendo la cabeza de los contrarios.  Por no usar la cabeza, ni siquiera el corazón, al depositar los tarjetones, sino la vesícula biliar: todos los sufragios que ellos lograron durante los primeros años del desmadre fueron biliosos, con rabia en vez de sentido común, de sensatez.  Después de las primeras elecciones, cuando notaron el declinar en la opinión pública, emplearon los trucos que nunca faltan en la política rastrera, la de poco porte: “aliñar” las urnas con votos de ausentes, evitar la supervisión popular durante los escrutinios, la designación espuria de autoridades electorales nada imparciales y de magistrados que, además de venales, necesitan que otros les redacten las sentencias.

Pero no podemos quedarnos en el diagnóstico.  Hay que hacerse unas preguntas más: “¿cómo arreglamos esto?”, “¿cuál es el sendero que nos ha de regresar a la vía del progreso auspicioso y del futuro brillante que parecían estar destinados para Venezuela antes que llegara el Atila barinés y sus mesnadas?”.  No es fácil encontrar la respuesta; pero dos cosas sí debemos tener muy claras: una; que no basta con cambiar el gobierno, tendremos que repensar el Estado todo; y dos: que eso no lo lograremos con la desunión ciudadana, ni con las “astucias” de algunos dirigentes (iba a poner “líderes”, pero reflexioné a tiempo: para ser líder se debe ser éticamente recto, no tener agendas secretas ni aspiraciones sórdidas).

En estos tiempos, en los cuales se ha prostituido el empleo del nombre del Libertador con fines partidistas —tanto, que ya hay gente que empieza a odiarlo—, uno tiene que tratar de citarlo lo menos posible.  Pero, en esta circunstancia, toca.  Es hora de acordarnos de aquello de: “¡Unión, unión, o la anarquía os devorará!”.  Cosa que ratificó casi al final de su vida política, en Ocaña (patria chica del ilegítimo): “La unión debe salvarnos, como nos destruirá la división si llega a introducirse entre nosotros”…

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