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Tiempo de vivir…

Antonio José Monagas

Traducir los atisbos del desarrollo económico y social, no siempre termina en lecciones de historia política. Generalmente tan difícil inferencia, lleva a confundir decisiones de gobierno cuyas realidades tienden a convertirse en razones de severas crisis capaces de menguar la funcionalidad de cualquier estructura gubernamental. Sin embargo, frente a tales dificultades, muchas veces, pesa más la mezquindad que sirve a la política de catapulta para sus ejecutorias, que la honestidad que sirve a la política de estribo para apuntalar los puentes que salvan profundas y peligrosas brechas.

Aun cuando la democracia no se configuró alrededor de las virtudes más impolutas o virtuosas que puede detentar el hombre, en sus ansias de perfectibilidad, los procesos de gobiernos establecidos sobre estructuras barnizadas del concepto de democracia, no son exactos en medidas. Tampoco en dimensiones y significación. La involución, la fatiga de sus elementos o la depreciación de sus mecanismos, en cualquier momento, comienzan a hacer mella.

Es tiempo de revisar sus engranajes, sistemas motrices o consistencia de sus partes. Es ocasión obligada para calibrar su funcionamiento. Justo en ese momento, debe hacerse la auscultación de rigor con el propósito de medir el alcance de sus implicaciones. Y ver hasta dónde su eficacia, sirvió para contener los estragos de la incertidumbre o los trastornos de la improvisación.

Desatender tal grado de complicaciones, es asegurar relaciones equivocadas entre estamentos e instancias en una sociedad desviada en su comportamiento. Desarticulada de valores que garanticen conformidad del proyecto de vida nacional del cual se deparan esfuerzos de construcción, progreso y crecimiento. Cuando dejan de conciliarse estas situaciones encontradas o en conflicto, sucede lo peor. Y que puede derivar en circunstancias profundamente trastocadas.

El devenir de esa sociedad ya deformado en su esencia, sigue el trazo de cualquier curso de corrientes azarosas. Su movilidad es susceptible de verse dominada por la dialéctica de una insuficiente construcción ideológica cuya fuerza resulta ser tan endeble como una brizna de paja al viento. Es cuando la estructura ética y moral sobre la cual pretendió erigirse el ordenamiento jurídico de esa comunidad, se tuerce. A tal extremo, que termina rozando el suelo. O sea, termina confundiendo su altura con la línea de tierra. Es decir, juntando su principio con su final. Sus extremos. Y así, de tan mamarracho corpóreo, justificar cualquier patraña que pase por medida de gobierno.

Es precisamente el modelo que mejor sabe implantar cualquier presuntuoso politiquero que sin idea alguna de gobernar o legislar, emplea la cháchara o la verborrea como el recurso discursivo que mejor ha de servirle para dividir, fracturar, golpear o humillar esperanzas de un pueblo que busca reconciliar su pasado con el tiempo por venir. De un pueblo que hace del día y la noche el espacio para convertir sueños en realidades antes que concluya su tiempo de vivir

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