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Tiempo, el inexorable

Como en todo proceso de toma de decisiones, el tiempo y su sabia administración es variable esencial para la política. Más si se considera que el efecto de tales decisiones no puede despacharse con la rigidez del “Fiat iustitia et pereat mundus” que el moralista abraza sin contemplaciones. Dado que el político “actúa en el mundo y para el mundo” -como recuerda Norberto Bobbio- no puede darse el lujo de conducirse sin importar que “el mundo perezca”. Asimismo, ese sentido de responsabilidad lo lleva a moverse como un buen pugilista, presto a encajar el jab en el lugar e instante preciso; no antes, no después. Ciertamente, la decisión correcta que tarda demasiado en ser tomada, quizás acá está destinada a ser inútil; pero de igual modo, la parida por la crispación y el desespero puede echar abajo toda una armazón previa levantada a punta de cautela, pericia y bellas intenciones. 

De allí que el talento para identificar el “momento justo” resulte especialmente útil para el político. Sacar provecho a las ventajas o minimizar amenazas del contexto externo e interno, promover una sagaz lectura de la realidad, despejar esa textura invisible que sólo logra captar el “olfato” del decisor; avizorar alternativas en medio de la incertidumbre, anticipar el potencial conflicto generado por esas apuestas y el riesgo que implican, depende en mucho de saber cuándo introducir cambios, y cuándo no. 

La respuesta -que más que al dato factual, atiende por lo general a conjeturas- supone un compromiso tremebundo, en especial si la complejidad impele a mirar más allá de esas calles ciegas que a menudo plantea la circunstancia. (En ese caso, aconseja Maquiavelo, hay que hacer como los arqueros prudentes, “que cuando creen muy distante el punto de mira y conocen bien el alcance de su arco, apuntan a mayor altura, no para dar en el punto más alto del blanco, sino para tocar en él”. 

Dada la vidriosa naturaleza del problema venezolano, el tiempo sigue siendo una antojadiza espada de Damocles, un factor que atenaza tanto a la oposición como al oficialismo. En medio del vértigo, la inercia no deja de ser contraproducente, pero decidir sin sopesar suficientemente las variables puede ser nefasto. Sabiendo que el deterioro social y económico camina con botas de siete leguas, cabe suponer que la no-decisión, traducida en desgaste interno, eleva el costo en ambos casos (acá es imperativo reconocer, por cierto, que la calculada ofensiva por parte de la oposición le ha otorgado la delantera, ha descolocado al adversario). Sin embargo, también las presiones inmediatistas para activar desenlaces sin antes amarrar recursos y alianzas claves, no dejan de empantanar el terreno.  

Ante el dilema, es vital detenerse con ojos abiertos en un dinámico contexto. Es obvio que hacia lo interno persiste un muro que difícilmente caerá de la noche a la mañana; el gobierno de Maduro, impopular, minoritario y desconocido por gran parte de la comunidad internacional, hoy se da el lujo de rechazar propuestas para negociar una salida o de jactarse de su solidez gracias al cayado nada despreciable que le tienden las FANB. Pero el tiempo avanza feroz en su contra. Dada la progresión de la presión externa («amnistía» o «perder todo«, advierte un leonino Trump) aunada a la indócil presión interna (hiperinflación, escasez, crisis de gobernabilidad, dificultad para acceder a fuentes de ingreso, recrudecimiento del malestar e intensificación de la movilización popular, entre otras) ese paisaje podría cambiar…¿no es ese el objetivo de la estrategia opositora, en conexión con la política “disuasiva” que adelantan sus aliados en el mundo?  

Por supuesto, y tal como ha dicho el propio Guaidó, hablamos de un “proceso” que, para más señas, es (debe ser) político; uno cuyo éxito apuntala a su vez otro, el de una eventual transición que permita a los factores democráticos acceder formalmente al poder. Lo que ha costado tanto gestar por vía del hábil acorralamiento no debería ser abortado por la precipitación, entonces, justo cuando estarían por verse cruciales reacomodos de las fuerzas en disputa. 

Para que haya solución viable y “venezolana”, en fin, esa sensación de cambio irreversible necesita mantenerse atada a la realidad; y trascender con ello el puro deseo, la incierta demanda de gratificación inmediata, esa propensión tan nuestra a querer talar el árbol antes de que la semilla siquiera germine. El reto sigue siendo evitar caer en el viejo error de cálculo, el de confundir los avances parciales con triunfos absolutos. Y saber lidiar, sobre todo, con las expectativas desbordadas, esas que algunos sectores alimentan independientemente de lo que una dirigencia representada por la legítima AN está tratando de comunicar de forma oportuna y clara. Después de todo, quienes afirman que “el tiempo se agotó” no han dejado de hacerlo, desde diversos púlpitos, durante los últimos años. El paso inexorable del tiempo, sin embargo, tampoco a ellos los ha dejado indemnes. 

@Mibelis

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