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¿Tiempos de delincuencia?

Existen realidades tan enmarañadas, que difícilmente consiguen explicarse con la claridad que demanda una situación de tramadas condiciones. Explicar la razón que convoca a la delincuencia a hacerse presente en medio de escenarios preservados por derechos y valores fundamentados en principios de convivencia y cultura ciudadana, no es fácil. De ninguna manera. Son muchas las respuestas que intentan esclarecer el problema. Aunque la pregunta es reincidente. Siempre la misma: ¿por qué tanta delincuencia?. ¿Más, en estos tiempos?

Tan acusada interrogante, se supedita a cómo se perciben las realidades. O cómo se descifran los componentes y variables que le imprimen contenido a la pregunta. Dicho problema podría tener distintas causales. Todas, capaces de explicar la situación con base en lo que refiere tanto la teoría sociológica, como la teoría política. Sin embargo, no hay una respuesta que satisfaga la pregunta con diáfana sencillez. Existen múltiples dificultades que encarecen una respuesta expuesta de modo directo.

Examinar Venezuela, desde la perspectiva de la delincuencia, sería de mucho interés. Dada la complejidad que envuelve al susodicho problema. En Venezuela, la confianza pública que se tiene hacia las instituciones que suscriben la representación del régimen político, es sumamente precaria. La delincuencia, lejos de ser contenida, ha venido expandiéndose. Los mecanismos de seguridad del régimen, no han seguido metodologías debidamente estructuradas con base en las perspectivas situacionales que configuran los problemas que toca la delincuencia. 

La indiferencia del régimen a dicho respecto, es percibida por todos. Su preocupación, a la hora de actuar, conduce a otros caminos que casi siempre confunden los objetivos a allanar. No hay respuestas contundentes en ese sentido. Salvo para acallar a quienes, desde la acera opuesta, batallan contra las injusticias, la corrupción, las desigualdades y las discriminaciones a las que llevan las equivocaciones cometidas por el régimen. ¿O acaso son parte de la agenda diaria de propósitos a lograr en el contexto del “socialismo” que ha buscado emprender? 

Basta asomarse a cualquier red social, para comprobar el estado deplorable al que la delincuencia ha arrastrado a la sociedad venezolana y sus instituciones. El régimen es, incluso, parte del foco de la delincuencia toda vez que tiene algunos de sus fueros invadidos. 

Esto revela la contradicción en la que está sumido el país político, social y económico. Tanto, que se ha llegado a hablar de un régimen consumido por delitos de narcotráfico. Y que el gobierno norteamericano, ha demostrado con evidentes pruebas. Esto ha derivado que gobernantes y adláteres del régimen hayan calificado de “narcoterroristas” solicitados por la justicia internacional, lo cual configura un estado de hechos sumamente peligroso y delicado. Alguna razón hay detrás de todo ello para señalar a Venezuela como un Estado fallido. Un Estado “delincuente”. 

La “delincuencia” en su forma y fondo

Podría inferirse, sin temor a dudas, que la criminalidad que ha azotado el país, es expresión de la “ineptitud” del gobernante a la hora de actuar desde la ley. ¿O acaso, sucede que detrás de tal incompetencia se esconde alguna complicidad entre quien delinque y quien debe perseguir y contener al delincuente, en nombre de la justicia? 

Todo pareciera ser una insólita paradoja. Sobre todo, al haberse señalado  que este problema se suma a la “apatía” entendida como recurso operativo para ganar el terreno conveniente con el concurso de cuerpos policiales acusados de “deficientes”. No sólo por la falta de preparación del personal técnico que labora en ellos. Asimismo, por la deprimente dotación de recursos de todo orden que pone en ascuas el trabajo policial en cuanto a prevención, investigación, actuación y contención del delito. Tan crítica situación, ha animado a que en la calle se escuche “(…) temer más a un policía, que a un malhechor”. 

Los problemas que caracterizan el discurrir diario que acosa las realidades, son de todo tipo y razón. Desde los más sencillos en cuanto al modo de agredir, violar o contravenir la coexistencia y convivencia entre coterráneos, o compatriotas. Hasta las fechorías y transgresiones más inhumanas que pueden cometerse. Por venganza, rito, mera maldad, retaliación o ajuste de cuentas. O por la actitud envalentonada de funcionarios. Sobre todo, cuando se arrogan un poder que es entendido y ejercido, como si fueran vulgares corsarios.

En el marco del mal llamado “socialismo del siglo XXI” con el auxilio patético de la envenenada “revolución bolivariana”, Venezuela dejó aprisionarse por la cultura de la violencia. Una cultura donde la criminalidad hizo del país, el lugar que le facilitara derruir la vida en pos de drogas, muerte y miseria. En ese contexto, el delito se convirtió en recurso de ascenso al poder. Donde el delito ha sido perfilado por la violencia en su más soberana interpretación.

De libreto de juego de niños de áreas populares, la cultura de la violencia (en tiempo de delincuentes) pasó a ser pauta de acciones encubiertas por la impunidad asumida desde criterios gubernamentales con la intención de forzar y forjar cambios que satisfagan infames necesidades y manchados intereses políticos.

La lectura de tan caóticas realidades, pone al descubierto un enquistado enjambre de organizaciones delincuenciales que se mueven vertical y horizontalmente en medio de ámbitos nacionales, regionales y locales. A todo ello ha contribuido la demolición de la institucionalidad democrática. La manipulación del poder en aras de allanar espacios políticos y económicos cuya ocupación desarraiga el posicionamiento de la sociedad. La extenuación de la autonomía de los poderes públicos, junto al corrosivo remate de los derechos humanos. Y la intimidación, el resentimiento, la envidia y el egoísmo que el mismo régimen ha mostrado -sin temor- a verse contagiado por sus consecuencias.

En tan pérfido terreno de hechos consumados, Venezuela está viendo cómo se desvanecen oportunidades de crecimiento y progreso previstas como lineamientos de desarrollo diseñados como fuentes de democracia. Hoy, el país ha quedado atrapado en una caja negra. Pintada de rojo sangre. O acaso son estos ¿tiempos de delincuencia?

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