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¿Tiempos del “resuelve”?

Antonio José Monagas

El hecho de reconocer que la política pivota sobre la pluralidad humana, es razón para deducir que el ejercicio de la política trasciende múltiples consideraciones que tocan al hombre desde su complejidad hasta su generalidad. Pasando por la simplicidad o naturalidad que determina su proceder social, económico, cultural, emocional, intelectual e ideológico. Sin embargo, esta situación definida por la interacción del hombre con sus coterráneos o pares, tiende a complicarse a medida que sus intereses y necesidades se solapan, enquistan o confunden en términos de los problemas que envuelven su actitud de cara a las circunstancias que dominan su espacio y tiempo.

Pero aunque esta complicación, habida cuenta de su intensidad, la explica el prolífico mundo en el que se debaten posibilidades y recursos frente a razones, motivaciones y expectativas, en conjugación con carencias, penurias y consternaciones, también la justifica la manera de cómo se hace política. Particularmente, por cuanto la política se desarrolla y se afianza en el plano de las relaciones humanas. Más, porque su razón de ser garantiza el espacio político en el cual se asienta la pluralidad política. Ésta, entendida como la diversidad ideológica que permite al hombre advertir que la vida es la sumatoria de las múltiples realidades donde confluyen las ideas que sustentan el pensamiento universal. Y por tanto, sus expresiones, manifestaciones y opiniones.

En Venezuela, pareciera tenerse alguna claridad teorética a este respecto. A pesar de que la Constitución Nacional asoma la significación de Estado democrático y social de Derecho y de Justica, en la preeminencia los derechos humanos, la ética y la pluralidad política. Sin embargo, a decir de lo que sus realidades exponen, la pluralidad política no se tiene como valor del ordenamiento jurídico trazado por la Carta Magna.

En el país, los hechos hablan fuertemente por si mismos. Así se tienen nuevos conflictos, con novedosas variables. Hoy, por ejemplo, no es óbice reconocer la atomización que viven las fuerzas democráticas. A juicio de algunos análisis, éstas se desviaron del rumbo que, en un principio, declararon.  O sea, zanjaron sus diferencias políticas con el alto gobierno a cambio de fútiles prebendas. Así, pisotearon ideologías que determinaron sus corrientes e ideologías político-partidistas. En consecuencia, el régimen se ha fortalecido de tan vergonzosa razón que pone al descubierto la promiscuidad política que dirigentes fundamentales de la oposición, han ejercido como criterio de acción.

En el fragor de la hegemonía de poder y de la usurpación de funciones que continuadamente acusan todas las esferas de gobierno, queda claro que Venezuela se sumió en una crisis política de la cual no ha escapado. En el marco de tan caótica situación, la gestión de gobierno está hoy entrabada y entramada. Los factores políticos, representados en la Mesa de la Unidad Democrática, MUD, desviaron sus atenciones del foco que  ha significado el desbarajuste derivado de la descarada corrupción que colmó la estructura y cuadros del gobierno nacional. Así puede inferirse que la oposición que en otrora despertó emociones y motivó actitudes de resistencia, se contaminó.

Podría decirse que esa oposición perdió el norte de propuestas de recuperación de la institucionalidad democrática que tanto fueron preocupación de su causa política. No advirtió con la exactitud del caso, que a su lado estaba desconociéndose la Constitución de la República. Y que al mismo tiempo, ocurrían seguidas violaciones de los Derechos Humanos. Tampoco repararon en la persecución política de importantes dirigentes. Asimismo, en la disolución de partidos políticos, en la forzada ilegalización de actividades políticas de legítima prosecución. O, en la insidia mantenida sobre la comunicación libre y plural que cerró medios de comunicación y censuró al periodismo crítico.

Mientras tanto las fuerzas políticas que decían ser democráticas, asumieron un papel indecoroso toda vez que se dieron a la tarea de enfrentarse entre sí o de entablar absurdas discusiones que terminaron en pusilánimes peleas que terminaron en vulgares frustraciones.

Justo en medio de tan patética y contradictoria situación, surgió la necesidad de convocar no sólo partidos políticos. Sino particularmente, organizaciones interesadas en aportar sus ideas de cara a la recuperación del país. De este modo, tan pertinente convocatoria que adquirió el nombre de “Congreso Venezuela Libre”, puesto que tuvo carácter de congreso nacional, invirtió el tiempo en ordenar propuestas que giraron alrededor de temas de suma urgencia. Algunos de ellos, fueron: Transición y democracia, Formas de lucha, Visión compartida de país, Organización, Redes de comunicación, Relaciones Internacionales y Construcción de sinergia con la diáspora venezolana.

Queda por apostar a que ese encuentro y cónclave de partidos políticos de tradición vanguardista y organizaciones no gubernamentales con mayor conciencia del problema por el cual atraviesa el país y de su inminente necesidad de salir del atolladero al que el régimen llevó a Venezuela, sea la última de las posibilidades reales de hallar no el camino que lleva a la meta estimada. Sino de saber cómo transitarlo. Porque de lo contrario, el país tendrá que recorrer tiempos en que toda intención de superar los atisbos del oscurantismo socialista, dependerá del resuelve que cada venezolano necesitado deberá imprimirle a su problema en particular. O sea, que de estancarse esta ruta de conciliación y fortalecimiento político, vendrían lapsos crudos, inflados y fríos. Acaso serían los que vienen o ya adentro: ¿tiempos del “resuelve”?

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