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Tiempos que vendrán

Imagen: Obra de José Arcadio Carrasquel (2013), acrílico sobre lienzo, 70×58, “Padre Patria, Padre Familia”

En un país, como decía el dramaturgo José Ignacio Cabrujas, donde el amanecer era “…una taza de café y El Nacional”, a un país donde la prensa escrita ya no es el referente de las noticias del día, sino los portales web y las redes sociales; es un país que ha cambiado. Y ese cambio ha venido, según Rafael Caldera en su momento, como expresión de la “voluntad del pueblo”. La aparición de Hugo Chávez a la escena política nacional fue el producto de muchos ensayos que la clase marginada, desplazada por una élite asfixiante, vino haciendo por años hasta converger en una estrategia que hoy día los grupos de oposición han rechazado de manera radical y permanente, la cual es la estrategia electoral.

Se subestima el talante democrático de un pueblo, de sus raíces rebeldes que jamás aceptaran un control personalista del poder; hasta el denominado oficialismo o actual sistema de Gobierno, está consciente de que si no alcanza sostener esa masa amorfa, enamorada aún de una esperanza, no podrá subsistir. Lo lamentable de esta época en que vivimos es que, en el caso latinoamericano, seguimos dependiendo del estamento gendarme del país para asegurar cierto grado de respeto a las decisiones electorales asumidas y al sostenimiento del sistema político vigente. Puede haber un agradecimiento, reconocimiento, estima hacia los componentes militares que hacen vida en la institucionalidad nacional, y son pueblo también, pero depender de su lealtad o compromiso, un asunto que no debería ni asomarse ni discutirse, porque su disciplina está enmarcada en ese valor, crea mayor incertidumbre en un país que atraviesa por laberintos muy intensos producto, y esa es la otra parte de la historia que nos condena, a una oposición desligada de valores democráticos y entregada a los intereses foráneos como si eso es garantía de un futuro promisorio, de desarrollo y progreso.

Como expresara el jocoso Oscar Yánez: “…estamos entrampados”. Ni tenemos la estabilidad que da un Gobierno sólido en sus instituciones (no hemos erradicado la corrupción) ni contamos con alternativas de gobernabilidad por parte de otros sectores de la sociedad. Las ofertas electorales han perdido interés y esa es responsabilidad de quienes desde el cuerpo ideológico del movimiento revolucionario venezolano tenemos en deuda con las comunidades organizadas que han sacrificado su individualidad de progreso y crecimiento económico, para prestar un servicio activo de planificación y compromiso en la construcción de una sociedad igualitaria, solidaria, con elevado sentido de la justicia social.

¿Hay ovejas negras en el proceso revolucionario? Claro que las hay. Así como hay todo un florero de corruptos en la oposición. Somos un país en movimiento donde le llueve al pobre y también al rico; donde el vecino que no tenía ni una bicicleta para salir a trabajar, hoy ostenta cinco camionetas importadas y los fines de semana deja escapar el humo de la parrilla y el ruido de innumerables descorches durante la jornada. Es muy difícil ocultar la mente marginal y más difícil, como expresara Albert Einstein,  “romper un pre-concepto”. Quien vive sumergido en el letargo de su ignorancia acerca de qué significa ser afecto a un Gobierno y qué valor tiene trabajarle a ese Gobierno, nunca comprenderá que el sacrificio y el ejercicio de la humildad, desde el ejemplo, es un asunto que viene desde nuestros profundos conceptos como seres humanos.

El problema del país está caracterizado por infinidad de aristas que a su vez se subdividen en un centenar de otras aristas y así sucesivamente. Es un problema de nuestra identidad con el mundo, lo que nos ha convertido en un país itinerante, rebelde y en cierto sentido incómodo, como bien el maestro Eduardo Galeano describió en su tiempo: “El problema es que para recuperar la universalidad de la condición humana que es lo mejor que tenemos es necesario celebrar al mismo tiempo la diversidad. Esta sería la síntesis de lo que yo creo que es la identidad, en un mundo que a mí me parece que anda muy mal porque te condena a morir de hambre o de aburrimiento. Un mundo uniformizado es un mundo aburridísimo. Yo creo que la condición humana es muy divertida, muy diversa, muy celebradora de la vida, es un abanico de todos los colores, es un arco iris infinito…”

Ante esta realidad se da la pandemia del coronavirus y con él comienza a drenarse toda una serie de inconsistencias que como Gobierno de revolución hemos tenido; la fragilidad de un sistema de salud que al estar aislado del mundo global no cuenta con la tecnología médica de punta para enfrentar situaciones límites (asunto que también se le vio a países desarrollados, lo que nos hace inferí que estamos en una desventaja mayor) y la debilidad en el aparato de información y comunicaciones, lo que ha limitado el acceso a estrategias que enfrenten la nueva realidad laboral y social del mundo. ¿Pero darnos cuenta de esa realidad nos hace débiles? Pienso que no. Cuando uno entiende su lugar en el mundo, cuando internaliza sus límites y sus potencialidades, se tiene oportunidades infinitas para mejorar y trascender. El síntoma de mirar distraídos los problemas es lo que nos ha hecho involucionar en la idea certera de una sociedad abierta, en término del filósofo Henri Bergson, cuyos gobiernos son tolerantes y responden a los deseos e inquietudes de la ciudadanía con sistemas políticos transparentes, flexibles, donde el Estado no mantienen secretos entre sí y el colectivo. 

Por esta razón, se hace necesario revisar, en primer lugar, las estrategias sociales, políticas, culturales y económicas del Gobierno; para definir acciones que le den una nueva delimitación al Estado y lo muestre en el marco del mundo global, como un país que persigue los exabruptos del poder y es capaz de llevar a un ejercicio pleno la visión de un Estado de Justicia Social. Hoy es difícil centrar en un análisis situacional político acerca del país; estamos bajo asedio de una maquinaria muy avanzada de desprestigio y de medidas violatorias de nuestros Derechos Humanos. El bloqueo económico es un vulgar chantaje al pueblo: “si quieres comer y tener salud, tumba el Gobierno”. El imperialismo ha secuestrado nuestros derechos y ha puesto una suma muy alta para devolvérnoslos. Estas acciones, tan miserables como la corrupción que aún no hemos erradicado, nos colocan en un triste escenario en los tiempos que vendrán.

Se necesita que el sistema democrático venezolano alcance nuevos niveles de confianza, pero no para el exterior, allí la campaña inhumana y anti-patriótica de algunos sectores de la sociedad, ha marcado su huella. Estamos absorbidos por “dimes y diretes”, por un vendaval de mentiras, de seudo-verdades que muestran a un país que se fragmenta, que se va consumiendo en sus desaciertos y que no tiene alternativas de cómo salir de un espiral de desconfianza, donde se predice la destrucción de un Gobierno y por ende de un Estado, porque la fractura del orden constitucional conlleva al holocausto institucional del sistema democrático del Estado.

La salida está en establecer un trabajo coordinado (gobierno nacional, regional y local) para insertar gobernabilidad, atendiendo las necesidades del colectivo con el mayor sacrificio que se pueda y educando al pueblo en la institucionalización de sus derechos. Por supuesto, ampliando el ataque a la corrupción desde todos los flancos posibles, inhabilitando la impunidad y estableciendo responsabilidadesen quienes por la vía del golpismo y la descalificación de un Estado que se niega a entregar sus banderas a potencias e intereses extranjeros, han sido inconscientes con el país y con su historia.

En la década de los noventa del siglo XX, el 06 de febrero de 1992, escribí un artículo para el diario “El correo de los Andes”, Mérida, donde decía: “¿Quién es este Chávez que se ha levantado en armas? Para mí es la única utopía tópica que se nos ha presentado en los últimos años y que tiene todos los elementos de esperanza para alcanzar los sueños de quienes nos quedamos soñando”. Hoy sostengo mi tesis de que Hugo Chávez fue y es, un quiebre necesario en la historia de un pueblo que se estaba adormeciendo en una subcultura consumista-capitalista, donde terminaríamos en ciudades delimitadas por cercos de pobreza extrema y un gran sector social desamparado, limitado en vida a tener derechos. ¿Estamos en el caos? Estamos en el límite de un país que asume día a día su valor ante el mundo y la historia; estamos en la raya amarilla que describiera para su Colombia el escritor William Ospina; una raya amarilla que nos coloca de un lado a un país que resiste, y del otro, un país que avanza, que desde la innovación rompe el cerco impuesto y no se entrega, no sede un milímetro de su espacio, porque está convencido de que la libertad no tiene consignas ni colores, pero no debe ser alcanzada por otros, sino por uno mismo.

Volviendo a Eduardo Galeano, en una entrevista que concediera a un medio periodístico español en el 2009, expresó, refiriéndose a la vida, a la sociedad y a la política en tiempos de cambio y revolución: “¿Qué es la vida para usted, en una sola palabra? En cuatro palabras, no en una: Una caja de sorpresas. ¿Con que sueña? ¿Tiene un sueño recurrente? Mis sueños son de una mediocridad inconfesable. Los que más se repiten son los más estúpidos, pierdo un avión, discuto con un burócrata, cosas así. ¿Qué feo, no? Me consuelo recordando aquellos versos de Pedro Salinas que dicen que los sueños son verdaderos sueños cuando se desensueñan, y en materia mortal encarnan… ¿Nuestra América toda, tiene posibilidades de sanar? Tan enferma no está, si se compara. Todavía tenemos, por ejemplo, capacidad de locura, que es el síntoma infalible de la buena salud.¿Cómo ve usted este siglo veintiuno, con pesimismo o con optimismo? Yo no creo en los optimistas full-time. Esos son farsantes o ciegos. Yo soy optimista y pesimista también, según la hora y el día, creo y descreo, celebro y lamento este tiempo nuestro y este mundo que nos ha tocado. Cada tiempo tiene su contratiempo, es verdad, pero también es verdad que cada cara contiene su contracara. La contradicción es el motor de la vida: de la vida humana y de todas las otras vidas. Asumir eso me ayuda a no arrepentirme de mis tristezas, de mis bajones, de mis malas músicas: ellas son partes inseparables de mí.¿Cómo ve el mundo y el estado de la sociedad actual? ¿Cree usted que puede llegar a ponerse de pie el mundo al revés? ¿Qué cree que hace falta para que se produzca un cambio trascendental en cada uno de los habitantes de este planeta? No sé, no creo en las fórmulas mágicas. Simplemente sé, por experiencia, que vale la pena que la gente se una para pelear juntos por las cosas en las que vale la pena creer. De a uno, solitos, poco o nada podemos hacer. Y más, te digo: no hay que desalentarse tan fácilmente. Si las cosas no salen como uno quisiera, bueno, hay que aprender el arte de la paciencia, hay que aceptar que la realidad cambia al ritmo que ella quiere, y no al que uno decide que ella debe cambiar. Si la realidad no me obedece, no me merece, dicen, o al menos creen, algunos intelectuales. Yo no…¿Qué es para usted la izquierda? ¿Acaso esa dicotomía de izquierda versus derecha no caducó en la década del 70? ¿Hasta cuándo el mal de muchos será culpa de unos pocos malvados? ¿Hasta cuándo seguirá vendiendo la victimización cómo táctica para la transformación social? La culpa es de todos, nos dicen los culpables de que las relaciones humanas se hayan envenenado y los culpables de que nos estemos quedando sin planeta. Razón tenía doña Concepción Arenal, mujer luminosa, que se recibió de abogada disfrazada de hombre, con doble corsé, y tuvo el coraje de decir lo que los hombres decían, allá por los mediados del siglo XIX: Si la culpa es de todos, es de nadie. Quien generaliza, absuelve… ¿Qué hay de los males del socialismo? ¿Cuál sería la mejor vía para un desarrollo más humano? El siglo XX, divorció la justicia y la libertad. La mitad del mundo sacrificó la justicia en nombre de la libertad, y la otra mitad sacrificó la libertad en nombre de la justicia. Esa fue la tragedia del siglo pasado. El desafío del siglo presente consiste, creo, en unir a esas hermanas siamesas que han sido obligadas a vivir separadas. La justicia y la libertad quieren vivir bien pegaditas… ¿Cómo hacer que el mundo entienda la diferencia entre la verdadera izquierda identificada con el pueblo, de la demagoga, como la burocracia soviética o cubana? Cada cual lo entiende a su modo y manera, y a su modo y manera actúa. Yo soy muy respetuoso de las ideas y de las vidas de los demás.¿No cree usted que las palabras pobre y gratis han creado una mentalidad resignada en las gentes deprimidas puesto que, por esperar todo gratis de papá gobierno hacen muy poco o nada por superar sus condiciones de vida y prefieren seguir viviendo en la pobreza? La caridad puede producir, a veces, algo de eso. La caridad es vertical, da limosnas, siembra malas costumbres, como la holgazanería. Además, es humillante. Como dice un proverbio africano, la mano que da está siempre arriba de la mano que recibe. Pero las relaciones de solidaridad, que son horizontales, generan respuestas completamente diferentes.

En una palabra, no podemos descuidar la ruta necesaria para poder profundizar el socialismo en la sociedad moderna: “…no regalar el pez, sino enseñar a pescar”. Ese es el truco, ayudar lo necesario para darle condiciones de progreso y autoproducción a la sociedad; erradicar el paternalismo populista y elevar el conocimiento como instrumento de cambio y transformación social. Motivar la innovación, crecer como persona en valores y principios, es la garantía de una justicia y libertad perpetua.

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