Transición
Egildo Luján Nava
Hay dos palabras que se disputan actualmente en Venezuela un espacio de peso influyente, como de una exigente influencia ante las demandas comprometedoras del futuro.
Por una parte, la Diáspora. Que le agrada a muchos, aunque no puedan interpretar cuál es su alcance. Y, por la otra, la Transición.
La Diáspora es un hecho en pleno proceso de avance y expansión. La Transición es, en cambio, la última fase de la que millones echan mano, convencidos como están de que ¡ahora sí¡. Es decir, que, finalmente, “tanto fue el agua al cántaro, hasta que éste se rompió”: Y los venezolanos, agotados en el medio de su dispersión motivacional por la ausencia de un liderazgo coherente y comprometido, han tenido que aceptar que, por lo pronto, no le queda otra opción que confiar en aquello que ofrece la presión internacional, como el vecindario continental, ya asfixiado por una migración impensable y exigente.
La palabra «Transición» viene del latín tránsito. Es la acción y efecto de pasar de un estado a otro. Se entiende como un proceso con una cierta extensión en el tiempo, imprescindible para superar o pasar de una etapa no permanente a otra definitiva.
En Venezuela, definitivamente, es una expresión avasallante; no referencia de un capricho; menos de una expresión de necesidad extrema. Es un clamor impulsado por la desesperación colectiva de una sociedad que, al hacerlo, se resiste a rechazar o sepultar definitivamente la esperanza de “salir de esto”. Medios de comunicación social y organizaciones civiles, por su parte, hablan de la importancia de alentar, afianzar y de convertir la Transición en acierto.
Se admite que existe un minoritario grupo del sector oficialista que se siente poderoso, con garra suficiente para seguir aferrado al poder. Y eso le lleva a negarse a considerar que, con alternativas demostrativas de su razón, es conveniente o necesario ceder espacios. De hecho, lo rechaza de plano y lo desestima por inconveniente. Nadie sabe si eso implica el desconocimiento de la existencia de los demás grupos que les disputan áreas de mando. 0 hasta si los acepta y les reclama cuotas de participación, ante cualquier eventualidad transicionista, mientras hace dejar sentir su presunta fuerza.Pero, en todo caso, tanto cuenta la imposibilidad de que se reencuentren las fracciones de la multiplicidad de grupos opositores, como que suceda lo mismo entre los que comandan el ejercicio del poder.
La transición para un cambio que se insiste en apreciar como inminente, lo asumen aquellos que se autocalifican “involucrados” y en que no es sólo ideológico. Indican que también tiene que ser económico, social y hasta cultural. Mejor dicho, un cambio radical. Además, imperativo en respuesta a la desesperante situación que vive actualmente el pueblo venezolano. De hecho, no hay un solo día que él no haga sentir el tono de su demandante voz de reclamo, ante los serios efectos que provocan el hambre, la miseria en todas sus variables, la inseguridad, la precariedad sanitaria, como otras calamidades que potencian la ruina en general.
En vista de semejante cuadro, ya el país ha perdido el 15% de su población en los últimos cuatro años. Y eso, que algunos lo describen como un hecho que habría llegado al techo de su propio empuje colectivo, sin embargo, no deja de hacer sentir que las incorregibles y superables causas de los problemas, inevitablemente, no cesarán en su presión para continuar provocando diariamente hacia la frontera, el desplazamiento de, por lo menos, unos cinco mil venezolanos de todas las edades.
Esta situación de deterioro y descontrol en Venezuela, ha causado grandes problemas en la comunidad internacional y, muy especialmente, entre los países fronterizos receptores de la mayoría de esa Diáspora que decidió abandonar y buscar otros derroteros. Es una situación inevitable. Porque es obvio que cualquier país que reciba repentina e inesperadamente cientos de miles y hasta millones de personas extranjeras sin recursos y cargados de problemas, siempre tendrá dificultades sociales y económicas para atender esa enorme carga poblacional.
De igual manera, a Venezuela se le insiste en señalar como a uno de los países de tránsito de drogas para otras naciones, a la vez que se le acusa de ser un propiciador de blanqueo de capitales a nivel global, entre otros tantos males. Ante semejante acusación, es por lo que luce inevitable que, como se lee y escucha a diario cuando hay referencias acerca de la Nación, se afirme que unos problemas que deberían serlos internos únicamente, pasaron a convertirse en calamidad de causa común casi a nivel mundial.
Consecuentemente, a diario surgen menciones internacionales relacionadas con el país, luego de que funcionarios públicos venezolanos fueran mencionados de haber estado incursos en diversos delitos, por lo que han sido o están siendo enjuiciados. De hecho, muchos de ellos enfrentan juicios e incautación de grandes sumas de dinero, como de bienes y propiedades en muchas partes del mundo. Asimismo, otros ya han sido sentenciados y están cumpliendo condenas que, en algunos casos, han pasado a ser convertidas en causal de reducción de tiempo en prisión, después de la delación de complicidades.
Lo cierto es que resulta inevitable que todo eso haya causado una profunda desilusión en esa gran mayoría (86%) de la población que hoy aparece negándose a respaldar a quienes aún gobiernan. Sencillamente, se siente defraudada de quienes, en algún momento, propusieron su honestidad y honorabilidad como lo gran alternativa, para excluir del ejercicio del poder a los que, en nombre de la gestión civil, habían dejado de ocuparse de solucionar los graves problemas de la población.
Ante esta grave situación que ha causado Venezuela a nivel internacional, es por lo que se ha generado un importante movimiento de naciones, especialmente Americanas y Europeas, que no ha dudado en involucrarse en el asunto y tomar acciones sancionadoras y pertinentes. El gobierno venezolano, mientras tanto, ha reaccionado calificando
Ahora bien, ante esta complicada situación -y como analogía- sería interesante pensar en cuál sería la reacción ciudadana, si la casa del vecino se está quemando, y la del observador comienza a ponerse en riesgo de vivir la misma situación?..¿Se actúa con indiferencia y se asume estoicamente el riesgo de perder la vivienda, o se reacciona y se trata de ayudar a apagar la casa del vecino? De ser así, ¿podría el vecino calificar la acción de quien se la juega como intromisión en sus asuntos internos?
Venezuela está ante una situación muy delicada a nivel interno, como en el ámbito internacional. No se puede seguir tratando de tapar el Sol con un dedo. El rechazo cada día es más intenso. De no haber una transición planteada como un cambio de fondo, inclusive, con la participación de representantes de organizaciones partidistas que hoy detentan cargos de decisión para un cambio desde el seno del Gobierno, se corren grandes riesgos de provocar peores males.
Sí es posible alcanzar entendimientos y soluciones para, entre otros propósitos, impedir que la hiperinflación continúe avivando las llamas de una violencia que no cesa en expandirse también en el 2019, por sólo citar lo más visible y destructiva de la armonía nacional. Además, el Gobierno, por su empecinamiento en continuar naufragando sobre los errores y las consecuencias de sus equívocos administrativos, tiene que admitir que ha perdido capacidad para impedir que las complicaciones mantengan su ritmo ascendente. Prolongar esta situación no tiene sentido. La realidad es evidente. Hoy, más que nunca, es indispensable que se utilice lo único que diferencia a los humanos de los animales, la inteligencia y el sentido común (inteligentemente) bien administrado.