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Triste futuro el de PDVSA

Beatriz de Majo

Una potente alarma debería haberse activado en Venezuela con los anuncios del Secretario de Energía de los Estados Unidos en torno a la situación actual de su país en este vital sector.  Sin fanfarria de ninguna naturaleza, el alto funcionario de la administración Trump dejó saber que la verdadera independencia energética de la gran potencia americana está finalmente al alcance de su mano.

Rick Perry atribuyó el espectacular progreso alcanzado por su país en el desarrollo energético a los avances tecnológicos que les han permitido innovar en este terreno, pero igualmente a la desregulación y a bien instrumentadas políticas de crecimiento. La consecuencia es que “Estados Unidos está produciendo energía abundantemente y eficientemente y la está usando de una manera más limpia y racional, al tiempo que la genera de una cantidad de fuentes que nunca nadie imaginó posible”.

También explicó Perry que es gracias a innovaciones como la de fractura hidráulica y perforaciones horizontales que su nación se ha logrado convertir en el principal productor de gas del mundo, consiguiendo no solo su propio autoabastecimiento sino incursionando de manera exitosa en el suministro de energías limpias a países tan diversos como Japón y la India, Inglaterra, Argentina, Jordania, Kuwait, Panamá y República Dominicana. Falta poco para que sea ese país del norte quien sustituya a Rusia como proveedor monopólico de gas a Europa, con lo que se modificaría la situación de seguridad energética de la Unión y de las naciones que la componen.

Estos anuncios son una señal de alarma que no puede pasar desapercibida a ninguno de los venezolanos pero, sobre todo debería ser causa de una honda preocupación a quienes están a cargo del manejo de la industria que produce el sustento cuasi único de nuestra economía. Las oportunidades que se le están abriendo a los Estados Unidos y la gravitación económica y estratégica que este país irá adquiriendo en el mundo en la dinámica energética global, provocara a la vuelta de muy poco la total irrelevancia de Venezuela como país productor de petróleo, gas y sus derivados.

Si a esta realidad palmaria le sumamos otro hecho de importancia, como es el reciente anuncio de Exxon sobre los hallazgos petroleros costa afuera en Guyana- los que tienen características para convertir a nuestro vecino en el Kuwait del hemisferio Occidental- quienes tienen frente a si la tarea de reflotar a lo muy poco que queda de  PDVSA, hoy convertida en un bagazo, y reconvertir a Venezuela en un país petrolero de alguna significación, enfrentan un quebradero de cabeza de proporciones épicas.

En las semanas recientes los escándalos de corrupción que envuelven a la administración de nuestra primera industria durante los gobiernos de Chávez y Maduro son de una magnitud tal y generan un bochorno tan inmenso a quienes los observamos, que nos ha faltado a todos- actores y observadores- la sindéresis necesaria para asignarle a hechos externos como los referidos la importancia que tienen para el rescate económico de nuestro país.  Se pregunta uno donde encontrar el talento necesario para asumir los retos que implican la formulación de una política integral que se adapte a las exigencias del complejo panorama energético mundial.

Ya es claro hoy para todos que ha sido la más crasa incompetencia técnica, gerencial y financiera que la ha invalidado a PDVSA como productora de petróleo y como eje de la economía nacional. PDVSA ya no es rescatable, pero es posible que algo de nuestra disminuida fortaleza petrolera sí.

De aquí en adelante no solo sería necesario ubicar al frente de la actividad a verdaderos titanes expertos en estas complejas disciplinas energéticas de altísimo componente tecnológico sino a estrategas del comercio y de las finanzas así como a verdaderos manejadores de la geopolítica mundial. Será imprescindible, por igual, encontrar hombres de talla con la capacidad de revertir el miope discurso nacionalista que nos ha dominado por décadas y que en las dos últimas administraciones revolucionarias terminó por alejar a los inversionistas de nuestras costas, campos, yacimientos e industrias.

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