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Un Estudio Sobre La Obediencia a la Autoridad

“Siempre una obediencia ciega supone una ignorancia extrema”

JEAN PAUL MARAT

Dr. José Miguel López C. MD, Msc

Al hombre, objeto del estudio, le fue indicado que había sido seleccionado para participar en un estudio sobre la memoria y que su trabajo consistía en fungir como “profesor” y hacer preguntas a un “estudiante” en una habitación contigua. Si la respuesta era incorrecta, él, el “profesor” debía aplicar un choque eléctrico, si era correcta pasar a la siguiente. Los choques eléctricos iban en aumento de su intensidad con cada respuesta incorrecta. Al lado del “profesor” estaba un hombre con bata blanca y una tabla de anotaciones y que fungía como “autoridad”. Lo que no sabía el “profesor” era que tanto el “estudiante” como la autoridad” eran actores y su rol era simular situaciones tanto de dolor y súplica como de presión casi militar. Ellos formaban parte del experimento siendo variables controladas, lo que se buscaba era la respuesta del sujeto de prueba, el “profesor”. Las primeras respuestas incorrectas, no propias de la sabiduría del “estudiante” sino producto de un guion donde decía que debía haber una equivocación, generaron choques eléctricos de baja intensidad seguidos por manifestaciones onomatopéyicas de dolor leve, como si fuese un pinchazo o menos. Conforme avanzaba el estudio y los corrientazos eran más fuertes, el actor que hacía de “estudiante”, gemía y se lamentaba, gritaba rogando que se le permitiese abandonar y ante ello el “profesor”, consultando sobre la posibilidad de parar el procedimiento recibía una orden: “continúe”, seguido de lo cual le administraba carga creciente de electricidad. Ante los desvaríos de un “estudiante” que decía estar muriendo, que su corazón latía de manera anormal, y ante los gritos exasperantes y desencajados y antes las dudas de “profesor” de querer parar una y otra vez el estudio, siempre recibía la misma respuesta de la “autoridad”: “continúe”.

Cuando la investigación estaba en proceso de diseño, fueron convocados científicos de primer nivel para que hicieran algunas proyecciones sobre los resultados. Todos se manifestaron diciendo que, en el mejor de los casos, menos de uno de cada mil investigados llegarían a administrar la carga máxima de corriente eléctrica, unos 450 voltios, la cual pudiese llegar a ser mortal dependiendo del individuo y sus vulnerabilidades. Los resultados mostraron que casi el setenta por ciento llegaron al máximo castigo.

Este es el famoso estudio del Dr. Stanley Milgram de la Universidad de Yale sobre “Obediencia y Autoridad”, realizado a finales de los sesentas y que fue motivado al escuchar Milgram los alegatos de las defensas por crímenes de guerra, de los líderes nazis en Nuremberg y Eichmann en Israel, relacionadas con la obediencia debida, es decir que no importaba lo atroz del crimen perpetrado, ni la convención que violase, todo se justifica en el cumplimiento de las órdenes de un superior. Lo que Milgram quiso demostrar era que, más allá de la obligación (en el caso militar) de cumplir la orden, podía existir quien echase a un lado su propia ética y su propia moral a fin de cumplir con una orden que previamente se sabía que era injusta y violatoria de tratados.

Ya desde la época de la Revolución Francesa se incluyó en los Derechos del Hombre, la Objeción de Consciencia y que tiene básicamente que ver con la negativa a cumplir una orden moral, ética y religiosamente incorrecta, posteriormente este tipo de desobediencia fue incluida en casi todos los tratados sobre Derechos Humanos.

Desde el punto meramente psíquico, y en sucesivas comprobaciones del experimento de Milgram, aquellos sujetos de prueba que ante la “súplica y la “piedad” de una persona que está siendo “deliberadamente torturada”, no se detienen y abandonan el experimento, más allá de las órdenes que se le estén impartiendo sobre “continuar”, se relacionan, en un porcentaje de casos, con desórdenes de la personalidad del tipo borderline, psicopático y sociopatico y que en realidad disfrutan del maltrato, tienen poca resonancia afectiva y tiene poca empatía. También son susceptibles de convertirse en ejecutores de órdenes, sin menoscabo de consecuencias, quienes presentan falta de estructura en la toma de decisiones, a lo que hay que agregar carencias de la infancia, dinámicas parentales autoritarias, sumisión, abusos, maltratos, falta de satisfacción en el cumplimiento de las necesidades básicas como son alimentación, vestido, vivienda, escolarización, socialización, recreación, bajo autoconcepto (dificultad o imposibilidad para definir quién se es, para qué se es), la inseguridad y la falta de una adecuada retribución afectiva. La adhesión del sumiso al líder tiene que ver en parte con el hecho que ese líder suple las deficiencias para tomar decisiones trascendentales, suple los flujos afectivos, la estructura y la seguridad. Otro factor muy importante en la contribución a crear un obediente irrestricto, aunque no en todos los casos, es la baja instrucción académica y el bajo conocimiento en cultura general. Las personas poco instruidas cuyo background cultural apenas supera el conocimiento de los hechos de su cotidianidad y donde la lectura, la escritura, el cultivo de las artes, la academia, la historia y el análisis de los hechos, previo a las conclusiones, son también susceptibles de sucumbir ante la autoridad ya que, entre otras cosas, no existe el conocimiento de los errores históricos similares que pudiese ayudar a la no repitencia. En general las personas con alto nivel de instrucción, auto o heterodidacta, tienden a tener una ventana de critica que les da herramientas para una toma de decisiones más acertada. Por último, el fanatismo ideológico donde las ideas inculcadas en las sesiones de adoctrinamiento, limita cualquier percepción distinta de la realidad a la opinión del líder, con lo cual la sumisión es la única alternativa.

Junto a los psicópatas y sociópatas que les resulta indiferente la crueldad infringida y por ello no tienen ninguna decisión que tomar, se entra en el territorio de la adulación. El adulador tiene características que lo definen y resulta en un perfecto obediente. Jamás lleva la contraria, es un solidario automático, es un necesitado permanente de atención, no le teme al escarnio público, tiene miedo extremo al abandono y por supuesto no tiene ningún prejuicio moral que esté por encima de su indestructible unión con el líder.

Se dan por sentado que aquellos casos en donde la objeción de consciencia no es reconocida y donde la cárcel o la muerte sigue a la negativa al cumplimiento de la orden, son de fuerza mayor y exceden las capacidades del individuo para su resolución.

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