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Un instrumento ciego…

Cuando en Venezuela había educación primaria y secundaria, y no un simple remedo de éstas, uno aprendía de memoria las más sonoras frases de Simón Bolívar, una de las cuales reza así: Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción… La frase corresponde a una consideración más amplia que forma parte del Discurso ante el Congreso de Angostura, de fecha 15 de febrero de 1819, mejor conocido como el “Discurso de Angostura”. Allí Bolívar expresó la citada frase en el siguiente contexto: “Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia”.

En estos mismos días, estas consideraciones retumban en mis oídos cada vez que observo cómo los voceros de la hegemonía roja defienden a la llamada “constituyente de Maduro”. Pero en realidad estoy equivocado. Estas apreciaciones –aleccionadoras y veraces– de Bolívar no sólo son pertinentes en estos momentos de naufragio nacional. No. Es que son una expresión cabal de la tragedia que ha vivido Venezuela a lo largo del siglo XXI, y que ha terminado por comprometer su viabilidad como nación independiente. Y se hace necesaria una precisión: no estoy afirmando que el pueblo venezolano sea un pueblo ignorante. Lo que sostengo es que la hegemonía ha tratado por todos los medios de desinformar, manipular, distorsionar, mentir, tergiversar, censurar, abolir la historia como decía Manuel Caballero, y estas acciones conllevan necesariamente a abajar el conocimiento, la capacidad de crítica, la cultura social, los valores de la democracia, la conciencia histórica. Sí, ha existido un esfuerzo deliberado y avasallante para imponer un “discurso único”, el oficialista, el concebido en La Habana, y sus logros no han sido magros. Tanto, que a un personaje de una ignorancia crasa y supina como el señor Hugo Chávez, se le pretende rendir un culto estatal que encarne la propia nacionalidad venezolana. Es difícil encontrar un mayor tributo a la ignorancia.

Y una ignorancia envilecida y bochornosa porque es producto del dolo. Por lo general, la ignorancia es un mal perfectamente remediable con el acceso al conocimiento y con el desarrollo del potencial de raciocinio que todos los seres humanos tenemos por nuestra propia naturaleza. Pero la ignorancia que se ha buscado promover de forma implacable, que se ha cultivado por  doquier, en estos largos años de mengua, es otra cosa. Una cosa siniestra. Es una ignorancia ufana, que se sabe ignorancia, y no sólo no le importa sino que se satisface con ello. Quizá sea una ignorancia resentida, quizá sea una ignorancia supremacista, pero lo cierto del caso es que la mera pretensión de imponerle a los venezolanos el cuento de la “revolución bolivariana”, de sus innumerables embustes y gazapos, de su malévolo desprecio por la búsqueda sincera de la verdad, esa mera pretensión, repito, es una prueba incontestable de la ignorancia dolosa que caracteriza el proceder impositivo de la hegemonía en relación con el conjunto de los venezolanos. El ensañamiento brutal en contra del sistema universitario, el abandono de la escolaridad pública, y la desviación de gigantescos recursos a esas mamparas ideológico-clientelares con pretextos de “educación revolucionaria”, deberían bastar para confirmar la prueba.

Un comunista serio y respetable, Domingo Alberto Rangel, se cansó de denunciar que el poder establecido en Venezuela bajo la egida de una supuesta revolución, lo que deseaba era convertir a los venezolanos en un pueblo de esclavos. En otras palabras, en un pueblo de ignorantes. De hecho, ese es el ideal para la dominación de una hegemonía que en esencia es delincuencia organizada. El que no lo haya conseguido de una manera más ajustada a sus intereses, no la exime de esa responsabilidad criminal. Al contrario, supone una alabanza a la resistencia socio-cultural de amplios sectores de Venezuela que, a pesar de los pesares, y sobre todo de la complicidad mediática –consciente ésta o no de ello, no se ha dejado arrastrar hacia la esclavitud de la ignorancia invencible. Pero dicho esto, también debe decirse que las consideraciones de Simón Bolívar, en 1819, insisto: aleccionadoras y veraces, se han hecho realidad, al menos en parte, en nuestro país del siglo XXI. Sí, muchos venezolanos han sido instrumentos ciegos de su propia destrucción. Y algunos lo siguen siendo.

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