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Un NO grande, pequeñito

Un domingo muy especial que trajo la impactante y sorpresiva noticia de que el pueblo colombiano no aprobó el acuerdo de paz firmado entre el Presidente Santos y las FARC.
Colombia votó “No”, superando por medio punto al “Sí”.
“Queremos paz, pero no así…”
Timochenko dijo que las FARC argumentarían solo con las palabras, ya no más con las balas.
Santos dice que seguirá adelante en la búsqueda y consolidación de la paz en Colombia.
Quienes queremos y creemos en Colombia sabemos que lo que viene es difícil, pero ya no habrá más guerra, aunque sí mucha tensión y mucho estrés político y social. La economía seguirá bien, Dios mediante.
Mi homónimo, Uribe Vélez, debe estar más tranquilo aunque no contento, pues su disgusto con estas conversaciones de paz y los resultados firmados es mayúsculo.
A mi nunca me gustó el plan de las discusiones, ni su lentitud, ni los garantes, ni el lugar para efectuarlas, ni los tira y encoge que usaron para manipular al gobierno colombiano. Pero yo no soy colombiano y mi opinión ni sirve ni cuenta, pero al menos ilustra un punto importante: ese conflicto colombiano llegó a todos en este hemisferio occidental. En América todos tenemos algo que pensar y que decir sobre la guerra en Colombia y sobre la posibilidad de la paz.
Lamenté ese absurdo acuerdo que no rendía el mínimo tributo de dignidad y reconocimiento a las víctimas y sus familiares, ni daba al pueblo la posibilidad de discriminar con su voto a futuros diputados y representantes ex-Farc y muchos menos exigía “reparación”, “arrepentimiento” y “sometimiento a la justicia” colombiana , dándoles una patente de corsario retrógrada, que garantizaba sus actos como cualquier filibustero o pirata de la época de Francis Drake y Morgan, robando, secuestrando, matando y destruyendo con permiso.
Francisco, nuestro querido y admirado Santo Padre, saludó y bendijo el acuerdo. Es su función de clemencia y bonhomía con la máxima generosidad y el mínimo de exigencias, pero estoy seguro de que su visión del acuerdo era suspicaz y poco balanceado en materia de equilibrio y justicia. Su apoyo seguirá siendo necesario, pero ahora, más que nunca, su dirección, su palabra de estímulo llena de elementos de justicia, compensación, reparación y humildad, así como la promesa del perdón ante la aceptación y confesión de sus actos contra las personas y el pueblo, y el propósito de enmendar su conducta, serán exigencias espirituales y de conducta futura, planteadas con la crudeza que exigen los cambios definitivos en la conducta de los seres humanos que alguna vez vivieron desviados del camino de la bondad y del servicio a sus semejantes, sin generosidad, compasión ni empatía.
Es un largo camino el que espera a Colombia, pero esta vez sin la presión de la guerra, aunque sí con la presión descarnada y manipuladora de quienes la hicieron.
Finalmente, deseo hacerle llegar a los jefes de las guerrillas colombianas, mi ilusión de que la próxima vez que se dirijan al pueblo no le “ofrezcan” perdón, como dijo Timochenko, sino que lo pidan, lo soliciten con humildad.
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