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Un Venezolano en Ucrania (parte 7)

Me despierto después de dormir como se debe en mi segundo día en Kyiv y empiezo a hacer llamadas y diligencias necesarias para instalarme. El amigo ucraniano que me recibió el día anterior en la estación de tren viene y me da un teléfono con número local seguro, para que pueda usarlo como enlace para tener internet con mi teléfono. Llamo a mi familia para que estén tranquilos y empiezo a conectar a la gente aquí y en el mundo para iniciar los trabajos y la dinámica que me trajo, vengo con la intención de ayudar. El día pasa sin gran cosa «fuera de lo normal» y salgo a ver las calles del centro de la capital que empiezan a estar llenas de gente paseando en un día por suerte soleado y paradógicamente no muy frío. Mi prioridad absoluta es ir a comerme un Bosch en el restaurante al cual fui en mi primer viaje. Nunca me gusto la remolacha, pero en esta sopa típica de la cocina ucraniana sabe a paraíso, sabe a libertad.

Moverse aquí en la ciudad no es muy complicado, hay varias empresas de tipo uber y un viaje de 20 a 25 minutos vale menos de 2 dólares, también hay transportes públicos y caminar descubriendo la ciudad. Después de ir a hacer unas compras para tener, pan, leche, huevos, jugo de naranja y cereales en el apartamento que me recibe con una nevera vacía y un fregadero lleno de cucarachitas. Me toca echarles baygon, lavar platos y cocina para después irme a sentar en el salón mientras empieza a hacerse de noche. El ser humano tiene una gran capacidad de adaptación y resiliencia que hace fácil olvidar que uno está viviendo en un lugar y tiempo con condiciones anormales, que uno está en un país en conflicto y tumulto excepcional. Mientras que la noche ya está adelantada y que estoy relajado en el salón mandando mensajes y tuiteando, de pronto empiezan a sonar las sirenas de alarma de bombardeo. Me escribe mi amigo ucraniano que abra un poco la puerta del apartamento, que me aleje de las ventanas y que me posicione en la parte más central del corredor mientras me manda información en tiempo real de los drones de origen iraní y misiles rusos que están siendo interceptados. Esa noche aprendí y tuve la experiencia de saber como suenan las baterías anti aéreas «a lo lejos»; el «Ta Tas, Ta Tas, Ta Ta Tas» te recuerda que estás en un país en guerra, la experiencia es surrealista e hiperrealista al mismo tiempo.

Me despierto en la mañana siguiente y me viene a buscar el enlace ucraniano, un chamo experto en IT convertido en voluntario absoluto en el esfuerzo de defensa de su país y familia misma. Hoy vamos a ir a Irpin y (por la primera vez para mí) a Bucha. Para los que no saben, estas dos ciudades en la periferia de Kyiv fueron el teatro de combates intensos y tragedias innombrables, desde escenas de heroísmo absoluto a crímenes de guerra en contra de la humanidad que marcarán al mundo por generaciones.

En el camino hacia Irpin, al pasar al lado del puente destruido debajo del cual, cuando empezó la invasión, se refugiaba y pasaba la gente huyendo de la guerra, al constatar que una parte ya fue reconstruida, me sorprendo al pensar emocionado que lo que quiero es volver a ir allí primero que todo para volver a ver mi obra «Carmine Crocco»… Ucrania me dio el inmenso honor en mi primer viaje de pintar al lado de la icónica «Bailarina» de Banksy, que volviendo apenas unos meses después ahora encuentro con un vidrio protector que la cubre. ¡Pienso que tuve el privilegio de verla al natural antes de que le pusieran esta protección, pienso a lo simbólico y absoluto como artista y militante pro derechos humanos de que una obra mía la acompañe! Lo que significa para mi carrera y camino como hombre y artista, así como que pienso que han debido cubrir también el hueco del impacto de la explosión por sobre la cual baila la obra del maestro, ya que es parte integrante de la obra. Pienso también que, entre tanta destrucción, entendieron el valor de lo que tenían en mano; en el primer viaje hablaban hasta de que iban a demoler y reconstruir el edificio, ahora creo que al menos integraron e integramos el valor del símbolo que tienen, del símbolo que tenemos y compartimos como patrimonio de la humanidad.

Irpin y Bucha son lugares en donde se mezclan tragedias dantescas con relatos de heroísmo bíblico. En esta ocasión he tenido tiempo de ver con más detenimiento las cosas y el amigo que me acompaña es de Bucha, así que le pone un esmero de corazón y empeño intelectual para que vea lo máximo posible, ya que para él, el tema también es personal. Olexandr me va contando sobre los eventos, lugares que aún llevan las cicatrices pasado un año de los sucesos y sobre su experiencia directa. Me cuenta como durante los combates, cuando su propio pueblo/cuidad era el teatro de enfrentamientos militares de altísima intensidad, como en una película de guerra hollywoodense, con la agravante que esta es la vida en juego, así como la de su país, de sus compatriotas y de su propia familia cuando empieza a abrirse y a contar sus historias. Al mismo cuento le cuento la mía mientras me ayuda a grabar videos y a tomarse imágenes en ese lugar tan significativo para todos.

Cuando terminamos de cubrir Irpin, toca ir y ver Bucha por la primera vez. Al terminar el recorrido, me lleva al conjunto de edificios en el cual me dice que viven su exmujer y su hijo. En ese lugar las historias y las marcas de lo sucedido emanan como vibraciones casi perceptibles, me enseña el parque de juego para niños destruido al mismo tiempo qué fotos desde su teléfono de como quedaron los edificios y una imagen en particular de toboganes con impactos de balas. Ahora, están siendo reconstruidos poco a poco y reparados los daños, pero todo es aún aparente y me fijo que la esquina del edificio con las marcas aparentes de impacto de cohete y balas por ahora solo le han puesto mortero y aún no han vuelto a pintar el muro. Esta experiencia en camino de ver lugares y destrucción extrema en contraste con la vida que trata de seguir, me impactó y pesó en el alma demasiado. Después de una tarde, cuando en el parking del edificio, el hermano me señala hacia el edificio y me dice, allí, en el antepenúltimo piso, estaba el apartamento que fue quemado, impactado por mortero y usado como posición por un sniper ruso… Me acuerdo que, ya saturado por todo lo visto, le respondí con un aparentemente indiferente: «aja okey, aja». Al volver al apartamento en la noche realizo y le escribo que le pido excusas por mi reacción al final cuando me hablaba literalmente del apartamento donde vive su hijo y que en apariencias descarté de manera apática lo que me decía, si no que en realidad ya estaba saturado por las emociones que se sienten estando en Bucha. Le dije que estaba full y que fue una especie de reflejo de autodefensa, por saturación del alma, por empatía y sentir. Él me dijo, no te preocupes, te entiendo, gracias por estar aquí y ayudarnos a contar la historia. Ver Bucha con uno del lugar, que te lo explica y transmite con todo porque espera de ti que no solo lo entiendas, sino que se lo hagas entender a otros, suma al peso de la responsabilidad que de pronto entiendo me toca por ser un venezolano en Ucrania.

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