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Una absurda política exterior

En mi anterior artículo enumeré algunos de  los graves  errores cometidos en sus políticas de Estado por  el “Socialismo del Siglo XXI”, los cuales comprometen  la soberanía nacional. Uno de esos errores ha sido  su equivocada visión geoestratégica. Es importante, para analizar el tema con mis amables lectores, enunciar dos conceptos: La Geopolítica y la Geoestrategia. La Geopolítica es el impacto  de  la geografía, física y demográfica, sobre la política y las relaciones internacionales. Es un método de estudio de la política exterior para entender, explicar y predecir el comportamiento político internacional de los Estados a través de variables geográficas. Desacreditada totalmente después de la Segunda Guerra Mundial por el abusivo uso del concepto del “espacio vital” por los nazis, renace como una nueva corriente de pensamiento,” la Geopolítica Critica”, en la década de los setenta del siglo XX. “La Geoestrategia es una parte de la Geopolítica que estudia y relaciona problemas estratégicos militares con factores geográficos al considerar los objetivos geopolíticos de un país determinado”. Valorar con objetividad estos factores minimiza la posibilidad de los fracasos militares.

Venezuela es el país más septentrional de América del Sur. Su territorio está formado por las áreas continental de 915.175 km² e insular de 1.270 km², el espacio aéreo y las áreas marinas y submarinas. Esta ubicación y  sus características geográficas le otorgan indiscutibles ventajas geopolíticas: se encuentra en un punto equidistante del Norte y del Sur de América; posee un extenso litoral que le da acceso al océano Atlántico, a la América de Norte y  al continente africano; su cercanía al Canal de Panamá le permite comunicarse con el océano Pacífico y el Asia; tiene una vasta red de grandes ríos que le permiten una excelente comunicación fluvial interna. Sin embargo, su economía ha sido fundamentalmente petrolera desde los años treinta del siglo XX, creándole una sensible dependencia externa dada su escasa diversificación económica. Históricamente, su cercanía a Estados Unidos y a Europa le permitió transformarse en un seguro y confiable proveedor energético de Occidente. Geoestratégicamente, al carecer de capacidad tecnológica e industrial militar, sólo es capaz de enfrentar conflictos muy limitados, en tiempo y espacio, con potencias medias del continente americano.

Hugo Chávez no fue capaz de entender esta realidad geoestratégica al ganar las elecciones en 1998 y mucho menos valorar la política exterior de los gobiernos democráticos, la cual había logrado conquistar una suficiente libertad de acción durante y después de la Guerra Fría entre las grandes potencias, mediante un admirable equilibrio entre los contendientes en pugna, sin renunciar a su adhesión al mundo occidental ni la firmeza en la defensa de sus intereses vitales. Esta política exterior, puesta en práctica desde 1958, le permitió, entre otros, los siguientes logros: ser factor fundamental en la creación de la OPEP; el reconocimiento del Reino Unido, mediante la firma del Acuerdo de Ginebra, de la existencia de intereses territoriales venezolanos en Guyana; haber desempeñado un papel protagónico, en el grupo de Contadora, durante las negociaciones de paz en Centroamérica; respaldar a la Argentina en la guerra de las Malvinas, incidir directamente en las negociaciones para que los Estados Unidos reintegrara la posesión del Canal de Panamá a sus legítimos dueños; y mantener a Venezuela al margen de los conflictos existentes en el mundo árabe y en el Asia. 

Contrariamente a esa prudente política, Hugo Chávez puso en práctica,  y Nicolás Maduro  la continuó ejecutando, una estridente política exterior identificada con los intereses cubanos y los gobiernos reunidos en el Foro de Sao Paulo caracterizada por una permanente provocación verbal en oposición a los intereses políticos y económicos de los Estados Unidos y demás países del mundo occidental, colocándose al servicio de los intereses geopolíticos  de Rusia y China. Tal era su virulencia que esa política fue tildada en el mundo diplomático como de “carritos chocones”. Se llegó al extremo de defender a gobiernos catalogados de criminales como los regímenes de Saddam Hussein y Muamar Gadafi. El impresionante incremento de los precios del  petróleo les creo la ilusión de que podían convertirse en factores protagónicos de la política mundial, sin entender que la realidad geopolítica y geoestratégica de Venezuela impedía que esa irracional política exterior tuviera una mínima posibilidad de éxito. Tampoco entendieron que el sistema político venezolano, el cual les había permitido su acceso al poder, era democrático, circunstancia que limitaba el ejercicio arbitrario del poder.

Pues bien, esa absurda política exterior, indefectiblemente, tendría graves consecuencias: el régimen madurista enfrenta actualmente duras sanciones económicas, producto del rechazo internacional a la inconstitucional  investidura presidencial de Nicolás Maduro, impuestas por los Estados Unidos, Europa y el Grupo de Lima. En respuesta, Maduro ha fortalecido sus relaciones con Rusia, China,  Turquía, Irán y Corea del Norte, pero ha quedado claro que en caso de hacerse realidad la alternativa militar planteada por Donal Trump, Venezuela sólo podría contar  con el  incierto apoyo ruso. Ante esta realidad, los venezolanos y los miembros de la Institución Armada deberían preguntarse: ¿Tiene Rusia suficiente capacidad, voluntad e interés en respaldar militarmente al régimen de Maduro en caso de una intervención multilateral? No lo creo. La distancia geográfica del posible Teatro de Operaciones es una limitante que rompe el equilibrio estratégico, táctico y logístico entre actores militares. Así lo establecen los principios fundamentales de la Geoestrategia. Sólo sería posible superarla, si Rusia tuviese una marcada superioridad aérea y naval sobre los Estados Unidos. Esa realidad no existe. Además, es imposible alcanzarla, en un tiempo previsible, dada la creciente superioridad tecnológica de Occidente. 

Ayer, 20 de agosto de 2019, en el momento en que terminaba de escribir este artículo, una noticia rompió el celofán: Donald Trump declaró que “existen conversaciones entre mi gobierno y el de Venezuela”. El propio Nicolás Maduro lo reconoció públicamente, aunque creo que  ese diálogo  empezó a realizarse a sus espaldas. Ojalá que esas negociaciones nos conduzcan, en un tiempo prudencial  y sin su presencia en la presidencia, a unas elecciones justas y equitativas, con un nuevo Consejo Nacional Electoral y una eficiente observación internacional. Espero que Nicolás Maduro entienda que si acepta esta solución a la crisis política, el PSUV saldrá del poder, pero se transformará en el principal partido de oposición, con una numerosa fracción parlamentaria  y una importante opción de regresar al poder si modernizan su pensamiento ideológico y lo adaptan  a las realidades de un mundo que sólo acepta la democracia, la independencia de los Poderes Públicos, la alternancia republicana,  la libertad de expresión,  la justicia social y la  defensa de los derechos humanos. También deben saber que el nuevo gobierno tendrá que enfrentar una complicada situación en todos los órdenes del devenir nacional para poder resolver la grave  tragedia que el madurismo ha causado. Definitivamente, un reto complejo y difícil.

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