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Una época malbaratada

La década que va del 2004 al 2014 debería ser recordada como uno de los tiempos más dañosos en toda la historia de Venezuela. Y no sólo por los males viejos que se ahondaron y los males nuevos que se infligieron, sino por el desaprovechamiento de las inmensas oportunidades de desarrollo que, probablemente, no se vuelvan a repetir o tarden muchísimo en hacerlo.

Esa década, además, es inseparable del recorrido completo del siglo XXI, porque ha sido éste el de la hegemonía roja, la hegemonía política que paso a paso fue montando el oficialismo bolivarista, hasta desplegarse en un auténtico proyecto de dominación nacional, con los resultados que bien se conocen y se padecen.

La última década empezó cuando Hugo Chávez «le pasó la pierna al caballo», luego de un proceso revocatorio que fue tributo a un avasallante ventajismo electoral. En adelante, posesionado de todo el poder público, ya no hubo límites ni contrapesos para la promoción del llamado «socialismo de siglo XXI», expresión puesta de moda, precisamente, después del revocatorio del 2004.

Y ese «socialismo de siglo XXI» lo que ha hecho es generar más burocracia, más corrupción, más inseguridad jurídica, más dependencia petrolera, más endeudamiento externo, más distorsiones económicas, más violencia social, y más despotismo político. El recetario adecuado para producir una mega-crisis como la que despeña a Venezuela por la catástrofe.

Hitos importantes de esta década van señalando la ruta de la mega-crisis. Luego de las elecciones presidenciales de 2006, la hegemonía aceleró el proyecto de dominación con los llamados “motores de la revolución”. En el 2007, el CNE reconoció la desaprobación referendaria del proyecto de reforma constitucional que buscaba transmutar la Constitución de 1999 en una versión particular de la Constitución cubana.

Pero más adelante casi todos los aspectos de esa reforma fueron llevados a la “ley”, a través de habilitantes y otras fórmulas de viveza leguleya. Todo lo cual le ha dado un “sustento normativo” al despotismo, por cierto que a contravía de la Constitución formalmente vigente. La reelección indefinida, verdadero objetivo de Chávez, fue aprobada en el 2009.

Las elecciones regionales y legislativas de la década, fueron expresando un aumento de la votación opositora y una variable representación política, que, sin embargo, ha sido prácticamente neutralizada por el control político de la hegemonía. Caso de los comicios legislativos del 2010, en los que la oposición sacó más votos pero menos diputados, y la mayoría oficialista ha mantenido a la referida Asamblea como un coto cerrado al diálogo y a la participación plural.

La enfermedad y posterior deceso del presidente Chávez, originó un proceso de abuso institucional que terminó en los cuestionados comicios de 2013, que formalizaron a Nicolás Maduro como sucesor.

En esos años también se configuró la labor de la plataforma unitaria de la oposición, la Mesa de Unidad Democrática (Mud), principal referencia de las dos candidaturas presidenciales de Henrique Capriles Radonski, en 2012 y en 2013. En el 2007 fue cerrada RCTV. En el 2008 y 2009, fue empujada la anulación efectiva del proceso de descentralización. En el 2008, el precio de la cesta petrolera venezolana llegó a su pico histórico de 150 dólares por barril. En el 2009 se aceleró la espiral de endeudamiento.

Del 2010 hacia acá, se han pactado numerosos acuerdos con China, cuyo toma y daca es financiamiento caro a cambio de petróleo barato. Y en estos mismos años, se extendió la escasez, la desmejora de los servicios públicos y otros síntomas de la mega-crisis, como la explosión de violencia criminal que ya está cobrando más 25 mil vidas por año. Otra explosión, no menos violenta, ha sido la del latrocinio o corrupción bolivarista, primera en los anales mundiales de la materia.

La habilidosa propaganda oficialista ha tratado de pintar un cuadro muy diferente de la realidad. El cuadro del “país-potencia”, de la ¨década de oro”, de la “nueva independencia”, de un inventario de maravillas imaginarias que lograron cautivar la emoción y la identidad de millones. De igual forma, esa habilidad publicitaria se ha concentrado en achacar a otros los problemas imposibles de ocultar.

Así hemos tenido los cuentos de las “guerras económicas”, de las “conspiraciones magnicidas”, de los “planes siniestros del imperio”, y así hasta el infinito en el departamento de atribuirle a los demás las culpas de los desmanes propios. Hoy en día, alrededor del 80% de la población no cree en esas elucubraciones, pero el despertar de esa conciencia, ha tenido lugar por la profundidad y extensión de la mega-crisis.

No hay derecho a que Venezuela esté como está luego de la bonanza petrolera más caudalosa y prolongada de la historia. Hasta andamos importamos petróleo. Por eso la década del 2004 al 2014 es una década malbaratada. Y esa realidad sólo cambiará cuando se supere la hegemonía despótica y depredadora que impera en nuestra patria. Los tiempos que empiezan en el 2015 no deben el continuismo empeorado de la época malbaratada. No deben ser.

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