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Una oración que cambió un destino

Desde tiempos ancestrales el ser humano ha tenido el inmenso deseo de descifrar su destino. Es una fuerza intrínseca del hombre el querer preceder a los hechos de su propia historia. Realmente, muchos quisieran contar con la bola de cristal en la que pudieran ver su futuro. Y con ese deseo, también existe el anhelo de poder cambiar aquellos hechos que no fueran favorecedores. Conjuntamente, se desea tener la capacidad de tomar las decisiones acertadas, ante la exposición adelantada de sus consecuencias; en fin, quisiéramos poder ver nuestras vidas proyectadas en una película y saber cuál es el camino que debemos tomar en las diferentes etapas de nuestras vidas.

Por esa razón, una inmensa mayoría de los cristianos en el mundo entero ha acudido a toda clase de fuentes que podrían darles luces, que de una u otra forma, acerca del futuro y, de esta manera calmar un poco la terrible ansiedad ocasionada por la incertidumbre del futuro. Unos se guían por los astros, otros acuden a la numerología, también a la adivinación en todas sus formas. De igual manera, hay quienes depositan su confianza en fenómenos oscuros como la brujería y la hechicería. En todas estas prácticas se buscan los atajos para conocer el incierto mañana. El hecho es que ninguno de estos caminos ha conducido jamás al conocimiento adelantado del día de mañana.

A pesar de todos estos intentos infructuosos por antecederse al tiempo no transitado aún, hay un recurso tan antiguo como la humanidad, el cual muchas veces ha sido sub-valorado y usado solo como el último recurso de salvación en momentos de angustia; una herramienta que ha sido poco apreciada pero que es capaz de desatar en nuestras vidas las bendiciones más maravillosas e inimaginables. Una conversación a través de la cual podemos tener comunión con nuestro Hacedor, quien puede concedernos la gracia de caminar hacia el destino que Él desea para cada uno de nosotros. Hablamos de la oración, hablamos de hablar con Dios, de dejar de vivir una vida de desaciertos propios, de eventos fatídicos creados por las fuerzas del mal que nos rodean y pedir de Dios todo lo bueno que Él tiene para nosotros.

En la Biblia encontramos numerosos pasajes que nos muestran cómo la oración fue usada por hombres y mujeres de fe. Oraciones que desataron el poder de Dios cambiando circunstancias, trayendo conexiones divinas; es decir, personas idóneas para bendecir a sus hijos. Un ejemplo sobre la oración que me gusta mucho lo encontramos en el libro de I Crónicas en el capítulo 4, en los versos 9 y 10. Allí en un libro dedicado a las genealogías israelitas, en el cual leemos nombre tras nombre sin muchas explicaciones; de repente nos hablan de un hombre llamado Jabes, el cual según las escrituras era un nombre cuyo significado era literalmente dolor, pues su madre al darlo a luz con inmensa pena le nombró de esta manera. A parte de su nombre, la Biblia dice que Jabes fue más ilustre que todos sus hermanos, y añade que Jabes invocó a Dios a través de esta manera: «¡Oh Dios, dame tu bendición. Ensancha mi territorio. Que tu mano sea sobre mí, y me libres del mal para que no me haga daño.”  Y lo más impactante son las palabras a continuación: “ Y Dios le concedió lo que pidió”.

Una oración es una expresión de nuestra dependencia de Dios. Al invocar el nombre de Dios en cualquier situación estamos, en primer lugar, siendo humildes reconociendo nuestras limitaciones. En segundo lugar, orar es un acto de reconocimiento del poder de Dios. Cuando Jabes oró de esta manera sencilla pero concisa estaba poniendo su confianza en Dios, a quien él reconocía como el único capaz de cambiar el destino que había determinado su madre a través del nombre que le había dado. En pocas palabras, él no quería que su vida estuviera designada por el dolor sino por todo lo que Dios tenía para él.

Cuando nos entregamos a Dios a través de esta clase de oración, estamos expresando nuestra confianza en Dios. Estamos reconociendo que al ser guiados por Él, no habrá circunstancias, ni eventos, ni personas, que puedan cambiar el destino que Dios ha preparado para nosotros.

“Hasta ahora nada han pedido en mi nombre; pidan y recibirán, para que su gozo sea completo.” 

Juan 16:24
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