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Una princesa real tras de mí

Aunque los primeros cuatro meses que viví en Inglaterra los pasé en la capital, Londres (mejorando mi dominio del idioma inglés, la Universidad de Cambridge, donde haría un curso de postgrado -Research-, exigía haber aprobado un específico nivel), me concentré tanto en mi objetivo académico que en esa gran ciudad apenas hice turismo elemental; Visité el Zoológico, recorrí partes de Hyde Park y Saint James Park, Piccadilly Circus, el Museo de Cera de Madame Tussauds, y en relación a la familia real, apenas observé desde afuera el palacio de Buckingham, y una vez vi pasar en un desfile oficial, a la Reina Elisabeth II saludando a la muchedumbre desde la ventana derecha de su carruaje con cuatro caballos, parte esencial del escenario monárquico que atrae a millones de visitantes cada año, generando un importante ingreso para el Reino Unido.

La enseñanza del inglés que había recibido en las aulas de la educación formal era insuficiente, y me inscribí en un curso particular del Centro Venezolano Americano (entonces en Plaza Venezuela, Caracas), pero el método requería a cada uno de los 12 alumnos en cada grupo, repetir la pronunciación de cada palabra o frase, lo cual obviamente hacía lento el aprendizaje, de modo que compré los libros con los 7 niveles y dejé de asistir a las clases presenciales, ahorrándome el tiempo de ir y volver al CVA, y esforzándome por aprovechar al máximo el tiempo de estudio de esos libros, lo cual me permitió llegar a Londres con un buen dominio del idioma. En la Academia Davie´s me ubicaron en un grupo de nivel avanzado, donde ya era obligado participar en conversaciones, lejos de las simples y monótonas repeticiones de las palabras y frases elementales.

Pasaba las mañanas de lunes a viernes en la Academia, a mediodía almorzaba algo ligero en la cercana Estación Victoria, y dedicaba toda la tarde en el enorme laberinto del sistema de transporte “Underground”; Leía los textos en los variados avisos publicitarios, tanto los grandes afiches, de techo a piso, que ocupaban las paredes frente al espacio donde los pasajeros esperan a los trenes, como los pequeños, en la franja de tope superior de ventana a techo, en cada lado de cada vagón. Durante meses fui un vespertino, subterráneo e itinerante viajero, cambiando de lado en cada vagón, cambiando de vagón, y cambiando de línea, de manera que probablemente sea la persona que más kilómetros recorrió bajo tierra, en el Metro de Londres, durante ese lapso de aprendizaje en movimiento. El boleto que compraba para ir a Victoria Station por la mañana, y de allí caminando a la Academia, me permitía los productivos recorridos toda la tarde, hasta que tomaba el tren que me llevaría a Chiswick Park, a tiempo para la cena, seven post meridien sharp, en la casa de familia donde residí por 7 semanas. Eso no es posible hoy, el boleto tiene un vencimiento de tiempo limitado. Las siguientes 7 semanas me mudé a un flat mínimo, pero en Knightsbridge, muy cerca del Consulado venezolano, donde recibía mi correo, y a un lado de la famosa tienda Harrod´s, que todavía no había sido adquirida por Al Fayed. Aprobé el examen del nivel exigido por Cambridge  gracias a mi sistema pedagógicoferroviario, me permitió no incurrir en los vicios de la mayoría de los extranjeros que requieren aprender otro idioma: Dejar de pensar en el idioma propio (en mi caso, el castellano), tratar de entender y memorizar cada día una creciente cantidad de términos y pronunciaciones, y poca interrelación con hispanohablantes.  

Excepto el turista o negociante temporal, quien va a un país con la intención de residir en él, por razones de estudios, trabajo, o forzado a solicitar asilo, debe aprender el idioma local lo más pronto y correcto posible. Es un irrespeto al país anfitrión la falta de dominio del idioma, y si para colmo, tampoco se integran a las costumbres y el marco legal, ello constituye una amenaza, sobre todo en estos tiempos de bestial terrorismo basado en la intolerancia religiosa y cultural

En la Universidad de Cambridge, como en la mayoría de las universidades antiguas, cada alumno se inscribe en la Escuela o Facultad que corresponda a la carrera profesional que escoja, pero en base a criterios propios de cada Universidad, cada alumno es asignado a un College, que es una comunidad en la que realiza las actividades no académicas, desde los almuerzos y cenas (en el comedor del College, como aparece en los films de Harry Potter, unas edificaciones tipo iglesia), hasta las deportivas, y culturales en general (Teatro, Música, Literatura, etc). Yo fui asignado al Saint John´s College (que entonces era exclusivo para varones, hoy es mixto), cercano al Enmanuelle, al Trínity, y al King´s, a pocas cuadras en la misma calle, y probablemente haya sido el factor que me vinculó con la familia real, pues al King´s College estaba asignado el príncipe Charles, hijo mayor de la Reina Isabel y, por ende, primero en la línea de sucesión del trono. Los miembros de la familia real sólo tenían la opción de ser parte del King´s College, como los hijos de la nobleza (condes, duques, etc) eran asignados al Enmanuelle. Nunca indagué cuáles criterios determinaban la asignación a los otros Colegios, pero me consta que no existían barreras que impidieran la libre circulación entre Colegios, a cada uno corresponde un buen patrimonio de terreno, iglesia, comedor, canchas deportivas, residencias estudiantiles, y casi todos colindan con el curso del río Cam, que atraviesa la ciudad universitaria, y permite la navegación (por competencia o por diversión) en los largos y tradicionales botes de madera llamados “punts”, que se manejan con un largo palo que apoyan en el fondo del río, para darle impulso y rumbo.

Las tradiciones en las universidades inglesas son antiquísimas, algunas muy curiosas, como que en las áreas verdes cubiertas de grama sólo pueden caminar los profesores, excepto unos pocos días de junio, cuando también lo pueden hacer los estudiantes (para algunos festejos instalan enormes carpas sobre la grama). Para ciertas actividades era obligatorio el uso de la toga negra (como las que en Venezuela usamos para los actos de graduación académica), incluyendo la cena en el comedor de cada College. Se diferencian en el largo de las mangas, hasta el codo en los estudiantes de pregrado, hasta la mitad del antebrazo en los de postgrado, hasta la muñeca en los profesores (que además se distinguen entre sí, por sus títulos y antigüedad, mediante unas rayas sobre los bordes de las mangas). En St John´s los almuerzos eran optativos, y al ingresar al comedor cada estudiante colocaba sólo su firma en un gran cuaderno (que luego algún empleado identificaría, para sumar ese almuerzo a la factura del mes), pero las cenas las cobraban aunque no se hubieran disfrutado. Yo, al menos una vez a la semana, me daba el lujo de cenar en un restaurant con sazón italiana, griega, india, española o china, necesitaba esos sabores intensos, parecidos a los de mi cultura gastronómica. En el comedor, de diseño similar al de una iglesia, las mesas de los estudiantes de pregrado, que eran mayoría, ocupaban el pasillo central, las pocas de los de postgrado se ubicaban al costado izquierdo, y las de los profesores estaban en el espacio extremo (donde estaría el altar), perpendiculares a todas las mesas de los estudiantes. Asistir sin la toga a la cena, ocasionaba una amonestación y una multa. También hay una tienda que ofrece a los estudiantes del College desde cajas de cereal hasta botellas de vino, y el importe de lo adquirido lo anotan en un libro junto al número que identifica a cada estudiante, lo suman a la factura del mes. Sería una falta gravísima identificarse con un número distinto al propio. Funciona como la firma en los almuerzos.

Desde la niñez he sido muy aficionado al Cine, veía una o dos películas semanales, era asistente habitual en las salas de los cines Artigas, Diana, Ritz, Royal, incluso el muy gamberro Cine Colón, donde los sentados en Patio a menudo recibían desagradables humedades provenientes de Balcón, el Urdaneta (al lado del diario El Nacional), el Ávila (especialista en filmes Disney), Ayacucho, Rialto y Principal (mayoría de películas mexicanas), los tres a un lado del Congreso Nacional (frente al cual estaba el Palace, que convocaba al público dicotiledóneo). Incluso iba a Cines lejanos de mis predios suanjaneros y del centro de Caracas, el Hollywood, el Broadway, el Radio City, el Castellana, pero debo hacer mención especial del Metropolitano (en El Silencio) y el Imperial (Plaza la Candelaria), pues eran los únicos con un organista amenizando el ambiente, durante el lapso de ingreso del público, hasta que se atenuaban las luces y comenzaban los “trailers” previos al film. Esa afición la retomé mientras estuve en Cambridge, pero añadiéndole algunas dificultades. Dado que la oferta cinematográfica en la ciudad universitaria era muy escasa, un fin de semana de cada mes me iba temprano el sábado, en el tren a Londres, hora y cuarto de travesía, y regresaba terminando la tarde del domingo, habiendo pernoctado en alguna posada del YMCA, limpias y baratas. En la capital hacía un maratón, aprovechando la abundancia de salas de cine y que algunos ofrecían dos filmes “viejos” por el precio de uno, y se pagaba full precio por las películas de estreno. Cada día disfrutaba de dos ofertas y un estreno, y regresaba satisfecho luego de devorar diez películas. Para los viajes de ida y vuelta compraba dos libros de “Peanuts”, la lectura de cada uno duraba los 75 minutos del trayecto, divirtiéndome con Charlie Brown y su pandilla.      

La princesa Ana solía visitar a su hermano Carlos mientras estuvo en Cambridge, asignado al King´s College. En uno de mis viajes sabatinos hacia la cinematografía londinense, al bajarme del vagón en la Estación Victoria, observé detrás un vagón totalmente diferente de los regulares, se trataba de un vagón muy nuevo y elegante, destinado a trasladar a los miembros de la familia real, y descubrí que de ese vagón se bajaba la princesa Ana, que obviamente estuvo todo ese tiempo tras de mí.  

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