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Una terrible industria

 “Secuestros en la zona norte de Valencia son cada vez más frecuentes… Más de 18 secuestros en Valencia norte en los últimos 15 días… En Valencia se producen dos secuestros diarios… Tres hombres armados se dedicarían al secuestro en Valencia Norte… Escaso presupuesto para combatir la inseguridad en Valencia…”
 
Estos han sido los titulares  de “El Carabobeño”, en su primera página, de los cinco días que preceden esta nota, pues este delicado asunto  tiene en permanente angustia a todo el conglomerado de nuestra ciudad y de Venezuela entera. Y un serio llamado de atención, un sentido reclamo y un cívico clamor de alerta han hecho en sus respectivos espacios Alecia Franco, Pablo Aure y Rafael García Marvez; en tanto que la concejal Judith Sukerman se dirigió a la  Defensoría del Pueblo, para solicitar a su titular, Ixolanda Gámez, que realice las gestiones necesarias tendentes a garantizar la protección ciudadana y la seguridad personal.
Uno de los mayores males de nuestra ciudad es la violencia física que se expresa en la vulneración del derecho a la vida y la integridad de las personas, los secuestros, los asaltos, los homicidios y las lesiones personales. No resulta exagerado afirmar que el consenso más amplio que se puede constatar hoy en día en los diversos diagnósticos sobre la sociedad venezolana se refiere al hecho de que ésta atraviesa por un agudo proceso de descomposición el cual se ve expresado en una dinámica creciente de la violencia y en la ineficiencia de las instituciones para enfrentarla. Se trata sin lugar a dudas de un fenómeno en el que es posible identificar múltiples causas, a la vez que es posible reconocerlo como factor que está a la base de múltiples situaciones a la que la ciudadanía se enfrenta cotidianamente. El primer problema al que nos enfrentamos es que “la violencia siempre busca una justificación”, – como lo apuntó Hannah Arendt precisamente por su carácter de medio. La presencia endémica o generalizada de la violencia constituye una amenaza permanente a la vida de las personas y a la supervivencia de nuestra ciudad. Estas razones son suficientes para plantear que es necesario impugnar moralmente la  violencia y rechazar cualquier intento de justificación de la misma.  Cuando se constata, como de hecho sucede en nuestro país desde hace ya algunos años, que la preocupación más importante de los ciudadanos es su seguridad, lo que se está destacando en una profunda insatisfacción con la manera en la que una sociedad concreta está organizada y se aboca a materializar el pacto social elemental que la constituye. Múltiples han sido las respuestas del régimen – siempre reactivas – y las propuestas que han ofrecido para su solución. La participación de la sociedad civil también ha sido significativa.               
El problema tiene que ver con el crecimiento sin armonía, con el cierre de más de la mitad de las instalaciones industriales del nuestra ciudad, con la administración pública, en particular con la administración de justicia y con el modelaje que se deriva del mismo régimen. Tiene una parte muy importante relacionada con la normatividad y otra con la institucionalidad, no cabe duda alguna, pero desde nuestro punto de vista la perspectiva de lo social, es esencial en la atención de la inseguridad pública.
La inseguridad, como problema complejo tiene que abordarse desde una perspectiva integral. Se trata de un problema cuyo origen está en la descomposición social que caracteriza la dinámica actual de nuestra sociedad, en el marco de un estado de derecho débil y una estructura socio-económica formal incapaz de satisfacer las necesidades básicas de la población. Otro factor que amerita ser considerado es la pérdida del espacio público y privado: ya no es posible pasearse por las plazas y avenidas; ahora podemos evidenciar la reducción de la condición de ciudadanía. La seguridad de nuestro coto no va más allá  de 5 km2…
La seguridad ciudadana es un proceso complejo que no admite soluciones simplistas, puesto que debería significar una vida libre de amenazas a los derechos de las personas, a su seguridad o incluso a sus propias vidas. No podemos permanecer pasivos e indiferentes a nuestra realidad social y gubernamental. Exijamos las respuestas a quienes corresponde darlas, considerando aquella máxima de Cicerón: «La función principal del Estado es asegurar a cada uno la tranquilidad de la posesión de lo suyo»; así las cosas, no esperemos ser víctimas antes de involucrarnos.

Ahora hemos pasado de la alocada anarquía a esos espacios elementales en los cuales impera la ley del más fuerte, y por la potencia del armamento que portan estas bandas, pues como que no queda duda de la gravedad de lo que estamos viviendo.

Ahora nuestro terruño no es un lugar de encuentros, es un espacio dominado por el temor y la violencia. Ya nuestra Valencia dejó de ser aquella bucólica ciudad. De “Ciudad Industrial” pasó a ser ciudad de la industria del secuestro.
 
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