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¿Venezuela sin propósitos?

Hay una gran diferencia entre lo que comúnmente llamamos “resolver” a lo que significa acostumbrarnos. Yo particularmente no me siento orgulloso de ninguno de los dos escenarios, pero frente a la crisis entiendo más al que improvisa para sobrevivir que al que naturaliza lo que jamás puede ser aceptado como normal.

Quizás muchas veces lo he repetido pero no me cansaré de repetir que no es normal que los venezolanos tengamos que resignarnos a padecer las consecuencias de un modelo económico que generó ruina y destrucción haciendo de las necesidades más básicas un verdadero privilegio. No es normal que sabiendo que la corrupción nos trajo aquí sigamos premiando al más vivo, que conociendo bien la tragedia que han significado los controles exijamos más, que creamos que el trabajo del Estado es darnos en lugar de generar trabajo.

La resignación es un estado mental, pero nuestras acciones también dicen mucho del país en el que nos estamos convirtiendo. No quiero generalizar, pero en muchos hogares en diciembre vi que la gente celebraba como en años anteriores, no porque la crisis no los haya tocado, sino porque sé acostumbraron a vivir en ella. Quizás sea polémico lo que escribo, pero el día que digamos basta en lugar de aceptar lo que no es normal quizás las cosas cambien.

No me siento orgulloso de la “inventiva” de la supervivencia que suplanta lo que la crisis nos robó por “lo que haya”. Esa economía del resuelve que no genera progreso sino que perpetúa a los pueblos en una miseria eterna. Eso no es “emprendimiento”, como no lo es el cubano que suplantó el refresco por un guarapo o el servicio de transporte digno por una guagua. No se trata de ver que es más sano o ecológico se trata de su libertad de elegir y vivir con dignidad.

Las sociedades que hoy progresan crean nuevas plataformas tecnológicas, nuevas medicinas, realizan descubrimientos científicos. Ningún pueblo avanza por descubrir la receta de la torta sin harina, azúcar ni mantequilla o jugando la lotería de los animalitos.

Se trata hoy de empezar el 2018 entendiendo que el único propósito debe ser cambiar y no sobrevivir, porque la resignación nos condena a la esclavitud del “resuelve” y a la mediocridad.

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