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Venezuela: una elección que obliga a cambiar el rumbo

Todas las encuestas sobre las elecciones venezolanas del domingo pasado sugerían que la oposición iba a obtener una amplia victoria sobre un oficialismo decadente, hoy encabezado por un Nicolás Maduro cuya ineficacia en la gestión es ya proverbial. La economía venezolana está destruida, la inflación (cuyos verdaderos índices se mantienen oficialmente ocultos) es galopante y la fuerte caída del precio internacional del petróleo crudo no hacen sino prenunciar que las dificultades que sufre el pueblo venezolano perdurarán aún un buen tiempo: el nivel de vida se ha vuelto insoportable en todos los niveles, la escasez afecta a todos por igual, incluida la falta de medicamentos indispensables.

El domingo, más de dos de cada tres venezolanos dijeron basta a través de las urnas. El miedo, las trampas y las intimidaciones no funcionaron. Después de varios intentos de tratar de disimular el verdadero tamaño de la derrota, demorando desde el Consejo Nacional Electoral su exteriorización pública, se anunció oficialmente que la alianza de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) obtuvo los 112 escaños que se necesitan para asegurarse una mayoría calificada.

El oficialista Partido Socialista sólo obtuvo 55 bancas, menos de la mitad de las conquistadas por la oposición, que también duplicó al chavismo en número total de votos (65,27% contra 32,93%). Incluso, la representación indígena resultó masivamente favorable al MUD. La derrota oficialista ha sido tan grande que el socialismo hasta perdió en el que se creía bastión familiar inexpugnable de los Chávez, el estado de Barinas, y en las más humildes barriadas de Caracas.

Esa debacle tendrá, sin duda, toda suerte de consecuencias. Por esto, Maduro pidió la renuncia a todo su gabinete, descargando una responsabilidad por el fracaso de la que él es la cabeza.

El Parlamento, según la Constitución en vigor, tendrá ahora amplias facultades para cambiar de rumbo incluyendo la de sancionar leyes que corrijan el fracasado modelo populista. Podrá dictar una amplia amnistía que permita liberar rápidamente a los presos políticos y estudiantes que están alojados injustamente en las prisiones del régimen, entre ellos, Leopoldo López, transformado en uno de los grandes héroes de la gesta que evidencia un abrumador deseo de cambio. También podrá convocar a una asamblea constituyente, designar o remover a los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, que no es independiente ni imparcial, en lo que sigue siendo una deformación absoluta del esquema presuntamente democrático venezolano que ahora deberá corregirse.

Quedan algunos interrogantes de mucho peso que también deberán ser resueltos, algunos de impacto geopolítico regional, como es el caso del fuerte sostén financiero a Cuba a costa de postergar a los propios venezolanos. También, la amplia presencia de personal cubano en todos los niveles de la administración venezolana y muy particularmente en sus fuerzas armadas y en los omnipresentes servicios de inteligencia, estructurados para espiar a los propios ciudadanos.

Otra tarea fundacional en manos del nuevo Parlamento es la de tratar de recuperar una libertad de expresión y de prensa gravemente cercenada por los chavistas para proteger la impunidad de funcionarios hoy acusados de estar vinculados con el narcotráfico, y que les permitió predicar sin descanso el abrumador discurso único, el oficial.

A los venezolanos les quedan por delante cuatro años más de una compleja cohabitación con el chavismo en el Poder Ejecutivo. Serán duros, pero el pueblo ha recuperado un elemento esencial de la democracia: el equilibrio entre los poderes públicos. Poniendo el eje en la moderación y la serenidad, Venezuela regresará a una normalidad extraviada y podrá comenzar a salir del estado de postración en que la han sumido el dirigismo chavista con sus perimidas recetas colectivistas.

Editorial La Nación

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