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Víctimas y traidores

Una de las condiciones más oscuras de los seres humanos es su condición de víctimas y traidores; víctimas no de un agresor o una situación extrema, sino de sí mismos, mostrarse victimas ante los demás después de producir acciones donde su condición de victimarios los hace mostrarse en su verdadero enjambre de miseria humana. Es lo que en el lenguaje politológico se ha conocido como “falsos positivos”, y en ese movimiento hacia acciones tergiversadas y falsas, cometen actos duros de traición.

Y sobre la traición también hay teorías importantes; en expresión del filósofo Fernando Buen Abad Domínguez, la “…traición no es un terreno reservado a los moralistas, la traición es consustancial al capitalismo, para el cual no traicionar es perecer porque la traición es la expresión superior de su pragmatismo y ese se aloja en el centro mismo de sus intereses mercantiles. El modelo de traiciones burguesas exige tener adaptación constante de los espejismos en la conciencia de los pueblos y de las fuerzas subterráneas de los intereses bancarios…” Por ello, el ejercicio de la traición ha sido desde tiempos inmemoriales, una actitud de clases privilegiadas y grupos de poder imperialistas, nunca acciones de seres humanos miembros de la sociedad explotada y sometida a desigualdades. El traidor está del lado opuesto a la justicia y al derecho en favor de los más necesitados, por ello tiende a victimizarse para mostrar una imagen de cordero, señalando de lobo a todo aquel que brille por luz propia o que tenga valores excelsos inalcanzable para mentes obtusas y mediocres.

En este mismo sentido, según lo expresa el crítico literario  Juan Manuel Olarieta, el “…traidor y el esquirol siempre se justifican con alguna explicación, más o menos elaborada. En ocasiones esas explicaciones llegan a formar un cuerpo de doctrina de la traición, como por ejemplo la libertad de elección individual…” Y en las Santas Escrituras la traición es vista desde diferentes ángulos: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mateo 15:19). El texto muestra que Jesús lo advertía hace más de dos mil años: poner el corazón frente a las decisiones, basándose solamente en un deseo del momento, es un error que lleva a prácticas que solo traerán la perdición. Uno de los actos más perversos en la modernidad en las instituciones públicas, es el de asumir los cargos o competencias de rango de confianza, como si fueran pequeñas parcelas de las cuales somos dueños, impidiendo el desenvolvimiento sano de la gestión pública.

Una muestra de esa insensatez de quienes cumplen funciones públicas, se da en la alegoría a la traición de Judas Iscariote a Jesús. Esta traición es una de las más sensibles del cristianismo; es una acción repugnante, pero a su vez fue necesaria para consolidar la fe y el reconocimiento de Jesús como hijo de Dios. Es difícil entender el misterio que influyó en Judas para cometer tan abominable acción, pero de algo si se está seguro, el propio Jesús lo eligió para esa acción, porque desde un principio reconoció en Judas su talento para la conspiración, la avaricia y la egolatría; hay quienes piensan que su traición se debió a su codicia. Según el Evangelio de San Juan, él estaba encargado de la bolsa común y los demás apóstoles sospechaban que era un ladrón; ahora bien, treinta monedas era poco dinero en aquel tiempo,  entonces por qué vendió a su amigo y Salvador. Se cree que pesó más la envidia, el deseo de demostrar que Jesús no era lo que decía ser, y de esa manera él poder quedar como el héroe que lo desenmascaró. Pero la realidad es que Judas se transformó en un instrumento de Dios para lograr convencer de manera absoluta a los seguidores de Jesús, de que él era el mesías y que el tiempo de Dios había llegado.

Judas se sintió defraudado por su Maestro desde un primer momento; sobre todo, Judas era un ser extremadamente incrédulo, si no veía no creía, y oír la palabra de Jesús que llamaba al amor y al arrepentimiento, en medio de una realidad en la cual se proclamaba hijo de Dios, sin Judas ver a Dios, menos decirlo, constituía un esfuerzo sobrenatural a su condición de escéptico para decir que iba a creer. Él esperaba una liberación de su pueblo del yugo de los romanos, no un mesías que con el arma del amor a los semejantes viniera a derrotar en lo político a quienes venían asfixiando al pueblo. A Judas lo obligó su aferrante pragmatismo y su debilidad espiritual que lo hizo sucumbir a las bajezas de los seres humanos.  Los apóstoles tenían también ambiciones humanas, pero en su contacto con Jesús, lograron purificar su fe. En cambio, Judas no consiguió eso y la traición fue su manera de salvarse, puesto se sentía burlado por él.  Judas consumó su traición con un beso, y el Señor le pregunta: “Amigo, ¿a qué vienes? ¿Con un beso traicionas al Hijo del Hombre? (Mt 26, 40; Lc 22, 48).

Ese “beso” de Judas es el símbolo, hoy día, de la “sonrisa”, del “abrazo”, del “apretón de mano”; es esas acciones de los hombres por disimular sus frustraciones y sus venganzas hacia algunos de sus semejantes. Los traidores son aquellos que victimizándose piensan que podrán doblegar la verdad o, peor aún, ocultar su mediocridad y falsedad ante la historia.

A juicio del filósofo polaco-británico Zygmunt Bauman (1925-2017), la traición es una pérdida de la sensibilidad humana, una ceguera profunda a la moral, una acción desenfrenada ante continuas derrotas, en un mundo que le da la espalda a quienes usan las artimañas y las audacias, para ir carcomiendo los valores excelsos de los seres humanos. En la actualidad, expresa Bauman, se ha presentado una preocupación sobre la construcción de paz y las alternativas que permiten guiar a los seres humanos a una especie de dimensión que erradique la traición; en el actuar de ese ser humano, empero, se van presentando retos que impiden materializar la dignidad de las personas, ante el agravio permanente de la violencia. Ésta no viene solamente de acciones físicas, sino de estructuras de pensamiento que buscan debilitar en su condición humana y en sus valores, a los semejantes, intentando descalificarlos y apartarlos de cualquier espacio donde se pudieran brillar por luz propia.

Esta política de la modernidad líquida descrita por Bauman, ha creado a una nueva clase social que ha sustituido a ese proletariado histórico, un nombre derivado del concepto de precariedad: someterse al favor y al placer de otro, vivir en la incertidumbre transmitiendo una asimetría del poder actuar.

En un aspecto puntual, el ser humano vive hoy día, afirma Bauman, entre el miedo y la indiferencia, en donde no se confía en la seguridad proporcionada por la sociedad y sus instituciones y se la libertad dejó de ser un valor moral para convertirse en una mercancía. Por ello, en el mundo occidental, al cual pertenecemos, la realidad se ha ido convirtiendo en inhumana, donde se adiaforiza la xenofobia de los actos, y se hace consolida la idea del temor y el miedo como elementos de la cultura popular. El miedo, desconfianza y prejuicio debilitan la comunicación y la interacción entre las personas, promoviendo acciones como la traición.

Es triste cuando se ve en las relaciones humanas contemporáneas, seres que hacen de la traición y la victimización un ejercicio permanente en sus vidas. No hay argumentos para debatir ese flagelo, esa condición que minimiza la grandeza de los seres humanos. Somos cuerpos orgánicos finitos y débiles, pero deberíamos ser fuertes para soportar caer en ese espiral infinito de la mediocridad de la traición. Por el momento, basta con entendernos luchadores, guerreros contra esos fantasmas que vilipendian y atacan, teniendo fe en que en el avanzar podremos no solamente superar estas traiciones, sino dejar una enseñanza a los hombres que hay maneras de hacer las cosas, de contradecir acciones o de fijar posturas, sin recurrir al músculo diletante de la traición.

Tal cual, si elucubramos una teoría de la traición, donde siempre se espera que el opuesto haga exactamente lo contrario a lo que dice, donde se vive mirando por sobre el hombro en espera del cuchillo que es sabido atacara por la espalda, nunca será vida existir cuidándonos de cada persona que se nos acerca, ni prejuiciar sus actuaciones hacia nosotros, es necesario sostener un punto de equilibrio y confianza, darle la oportunidad al traídos de “recular” y de fundirse desde el sentido común en un grupo social que lo acepte con sus errores pero al cual él respete y le permita abrir sus ojos ante la inminente ceguera moral que alimenta la traición.

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