OpiniónOpinión Nacional

¿Votar, o reconstruir la sociedad civil?

¿Qué constituye un país? Una definición enciclopédica es que un país es un territorio con características geográficas y culturales propias, que puede o no constituir un Estado soberano o una entidad política dentro de un Estado soberano. A modo de ejemplo, se puede pensar que Escocia es un país que opera dentro de la administración política del Reino Unido. Las características geográficas son siempre muy tangibles, más no lo son tanto así las culturales.  En Venezuela, por ejemplo, los orientales tienen características culturales e idiosincrasias muy distintas a las de los andinos.

Si un país puede o puede no ser un Estado soberano, ¿qué es un Estado soberano? Nuevamente, la definición enciclopédica es que el Estado soberano se comprende específicamente como la organización de un territorio bajo el dominio de un gobierno. Es decir, es el Estado que representa a una nación. Y, ¿qué es una nación? Otra vez, la explicación enciclopédica: una nación, en sentido amplio, es una comunidad histórico-cultural con un territorio que considera propio y que se ve a sí misma con un cierto grado de conciencia diferenciada de los otros. El concepto de Estadonación surgió, históricamente, mediante el tratado de Westfalia, al final de la Guerra de los Treinta Años en 1648. Mediante este tratado se terminó con el antiguo orden feudal de la sociedad y se dio paso a organizaciones territoriales definidas en torno a un gobierno que reconoce sus límites y su poder. El Estado nación se fundamenta como el conjunto de los ciudadanos en los que reside la soberanía constituyente. Estos ciudadanos se vinculan mediante la lengua, sus raíces, su historia, sus tradiciones, su cultura, una geografía, su carácter y su cosmovisión -su manera de ver e interpretar el mundo-, que los diferencian de los ciudadanos de otros Estados naciones.

La razón de ser de la sociedad civil

El proceso de construcción histórica del Estado nación, tal como lo entendemos hoy, no consistió solamente en un reemplazo de algunas instituciones, sino en su completa renovación, creando un nuevo orden social basado en un creciente reconocimiento de la libertad. Bajo esta conceptualización se dio pie al surgimiento de la burguesía como una ciudadanía con derechos y empoderamiento, de la cual surgió el capitalismo que, a su vez, fue la base de la Revolución Industrial. De este modo, el orden feudal que sostenía lo que se conoce como el “Antiguo Régimen” fue desapareciendo.

El quid de este extraordinario proceso de evolución social radica en el ciudadano mismo, y en su capacidad para alcanzar acuerdos de mutua conveniencia para la convivencia. Sobre esta base, el desarrollo político de un Estado nación se alcanza a través de la construcción de un Estado cuyas instituciones operen en beneficio del interés general. El escenario de la democracia permite que esta operación se construya con la voz mayoritaria de los ciudadanos y con la opinión que ellos tienen acerca de los problemas y asuntos prioritarios por atender. Esto conduce a la creación, y operación eficaz, de unas instituciones legítimas, dentro de las cuales se garantizan tres principios básicos: la sucesión de gobiernos legítimos, la existencia de instituciones parlamentarias respetables, y la continuidad de una justicia operante. En última instancia, sobre esto reposa la autonomía de una nación moderna, dando paso a su soberanía.

Estas instituciones, que son el Estado mismo, se fundamentan en lo que se conoce como Sociedad Civil. Para el sociólogo alemán Jürgen Habermas, la sociedad civil tiene dos componentes principales. El primero es “el conjunto de instituciones que definen y defienden los derechos individuales, políticos y sociales de los ciudadanos, y que propician su libre asociación, la posibilidad de defenderse de la acción estratégica del poder y del mercado, y la viabilidad de la intervención ciudadana en la operación misma del sistema”. Por otra parte, el segundo es “el conjunto de movimientos sociales que continuamente plantean nuevos principios y valores, nuevas demandas sociales, así como la vigilancia a la aplicación efectiva de los derechos ya otorgados”. Así, sostiene Habermas, la sociedad civil contiene un elemento institucional definido por la estructura de derechos de los Estados de bienestar contemporáneos, sumado a un elemento activo, transformador, constituido por los nuevos movimientos sociales.

Es decir: sin sociedad civil, con todo su entramado institucional y en ejercicio de sus derechos, no hay Estado legítimo dentro del Estado nación. Sobre este principio se fundamenta el desconocimiento de la legitimidad de Nicolás Maduro, y todo aquello que de él se desprenda, más allá de que este pretenda simular legitimidad mediante la comedia electoral que hizo en mayo de 2018.

En contraposición al Estado nación, una colonia puede ser un país, con las mismas características sociales que vinculan a sus ciudadanos, pero sujeto a la administración y gobierno de otro país remoto. En una situación colonial, los nativos del territorio colonizado carecen de autonomía y, por ende, de soberanía,  aunque puedan estar políticamente representados en cuerpos gubernamentales locales. Estos cuerpos locales, sin embargo, no estructuran sus instituciones mediante sus consensos, y estas instituciones, de haberlas, no gozan necesariamente de la aceptación de todos los ciudadanos como para ejercitar los derechos que de ellas se desprendan. En consecuencia, las colonias carecen del reconocimiento como iguales por parte de otros Estados naciones.

Y, ¿cómo resulta que un Estado nación involuciona a ser una colonia? Pues, cuando las instituciones del Estado dejan de operar en beneficio colectivo y se ponen al servicio de intereses particulares y sectoriales. Cuando esto ocurre, y sobre todo cuando ocurre de manera excesiva, el fundamento del Estado nación se desvirtúa absolutamente. En estas condiciones, la democracia se transforma en una fachada para legitimar prácticas generalizadas de corrupción. Si las estructuras de la sociedad civil – sobre las que reposan las instituciones del Estado – que deben actuar como contrapesos dejan de serlo, y se acoplan a la corrupción, el ciudadano pierde no solo sus derechos, sino los mecanismos mediante los cuales los puede recuperar sin recurrir a la fuerza. 

Así, si la libertad y la libre asociación que permiten canalizar las demandas sociales dejan de influir en la conducción de las instituciones del Estado, entonces la legitimidad dentro del Estado nación desaparece, y la autonomía de la nación pasa a ser letra muerta, así como su soberanía. Esto es lo que ha pasado en Venezuela.

Cuando la administración del Estado venezolano depende de Cuba, somos una colonia, pero cuando las posibilidades de cambiar esa realidad se deciden en el Grupo de Lima, en la Unión Europea o en la Casa Blanca, somos igualmente una colonia. Y, si de dejar de ser coloniase trata, el dilema no es votar o no votar en una nueva comedia electoral, sino cómo reconstruir la sociedad civil, para que ésta entienda su papel legitimador y reemplace a unas instituciones del Estado que han desaparecido, aún cuando sus edificios permanezcan como cascarones huecos.

Según Alexis de Tocqueville, pensador y abogado francés que participó activamente en la Segunda República Francesa y se convirtió en un importante ideólogo del liberalismo, la sociedad civil se construye con el conjunto de organizaciones e instituciones cívicas voluntarias y sociales que fungen como mediadores entre los individuos y el Estado. Esto incluye tanto a las organizaciones no lucrativas u organizaciones no gubernamentales, como a las asociaciones y fundaciones. En el concepto holístico de sociedad civil se incluye también a las universidades, colegios profesionales y comunidades religiosas. Para Tocqueville, el primer autor que analizó la relación entre la sociedad civil y la democracia, cualquier tipo de organización social -ya sea política, social, comunitaria, religiosa, e incluso artística o deportiva- resulta favorable para la democracia, en tanto constituye una especie de escuela para la participación, así como un dique que impide que el Estado invada los espacios sociales. En este sentido, los partidos políticos -que no constituyen sino maquinarias electorales- son un integrante más de la sociedad civil, y no su eje-pivote.

Para que esta sociedad civil pueda estructurarse y actuar de forma cohesionada, ganando poder, debe activarse mediante el concepto de «sociedad abierta» de Karl Popper.  Popper, un filosofo liberal austro-británico y teórico de la ciencia, sostiene que la madre de los autoritarismos se encuentra en el inconsciente pánico que se tiene ante la responsabilidad que la libertad impone al individuo.  Este pánico genera, según Popper, “el nostálgico deseo de retornar a la sociedad inmóvil de la vida tribal, en la cual un Caudillo asume la responsabilidad de dar respuesta por los demás”. ¿No es esto lo que pretendemos cuando descargamos sobre Juan Guaidó la responsabilidad de retornarnos la libertad perdida, solo para luego descalificarlo cuando no lo consigue? O, ¿en el presidente norteamericano Donald Trump, en cuyos tuits buscamos con fe casi religiosa la percepción de que nos devolverá aquella institucionalidad que no supimos defender? No es Guaidó detrás de quien nos debemos reunir, sino del concepto de libertad, del cual él no es sino un activista visible, pero momentáneo.

La existencia misma de la sociedad civil se refleja en sus capacidad es de alcanzar acuerdos para convivir, e impulsarla instrumentación de éstos a través de la creación y legitimación de instituciones. Tenemos un ejemplo muy real que estamos viviendo: la dolarización. En cierta medida, dejar de utilizar el bolívar como mecanismo de ahorro y transacciones refleja un acuerdo sutil -pero poderoso- del empoderamiento que tiene la sociedad civil venezolana, cuando decide dejar de lado el sistema financiero local y sustituirlo por otro, pues el local ha dejado de servirle. Así, el Banco Central de Venezuela queda como una pintura en una pared.

El que en Venezuela tengamos organizaciones que representan grupos de interés de la sociedad civil, pero que éstas no sean capaces de articularse para alcanzar acuerdos, recuerda un análisis que recientemente hiciera el semanario británico The Economist sobre lo que llamó la “crisis de edad adulta” de la compañía americana Google. Decía el análisis que, ante una crisis de esta naturaleza, la recomendación es “conducirse reduciendo la dispersión, concentrándose en lo que importa, y persiguiendo el sueño”. Esta no es una mala sugerencia para la sociedad civil venezolana, y sus organizaciones desarticuladas.

Aceptar ser una colonia no es una herejía: es el reconocimiento de que somos incapaces de estructurarnos como sociedad civil. Si no tenemos lo que se requiere para ser una sociedad civil articulada y empoderada, que fundamente legitimidad y sostenga instituciones, y nos conformamos con ser colonia, pues por lo menos tengamos la capacidad de escoger a cuál Esta donación nos queremos subordinar -porque continuar siendo colonia cubana está entre las peores opciones.

@jpolalquiaga

Los comentarios, textos, investigaciones, reportajes, escritos y demás productos de los columnistas y colaboradores de analitica.com, no comprometen ni vinculan bajo ninguna responsabilidad a la sociedad comercial controlante del medio de comunicación, ni a su editor, toda vez que en el libre desarrollo de su profesión, pueden tener opiniones que no necesariamente están acorde a la política y posición del portal
Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

2 comentarios

  1. Excelente artículo!! Siempre abres una ventana con tus publicaciones, nos dejas un examen y ejercicio por resolver y muchas inquietudes, la más importante es: cómo hacemos para organizarnos en tiempos de restricciones y dictadura? Cómo hacemos llegar un mensaje que le mueva la fibra a cada uno de los venezolanos y los haga actuar en consecuencia?

  2. Buenas tardes Sr Olalquiaga:
    Supongamos que Venezuela tiene actualmente unos 30 millones de habitantes, de los cuales posiblemente hay entre 12 y 16 millones de votantes.
    De ésas personas que tienen el derecho y poder de voto, ¿ A cuántos considera usted puede llegar su mensaje de manera clara e interesante para inspirar un proceso de reflexión y conciencia social?
    Dicho de otro modo: Seguimos insistiendo en «Análisis y argumentaciones Catedráticas» propias de otros tiempos y para académicos, pero no para la masa poblacional de a pié que es dónde reside la causa raíz del problema.
    ¿ Cuándo entenderán LOS EXPERTOS, que se requiere más pragmatismo y menos retórica teórica?
    + ACCIONES
    – ANÁLISIS.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar
Cerrar
Botón volver arriba