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Walcott en su Monte Parnaso

Ha vuelto a sus semillas. Derek Walcott fue sepultado con honores de estado. Ello le hubiera hecho sonreír, sin advertir la índole de sentimientos que hubiera reflejado una expresión que condensaba, en la partida definitiva de sus 87 años, una entrega memorable a la más alta poesía y a su Isla entrañable; origen de su virtuosa energía y sujeto primordial de su creación, partiendo de lo particular de un terruño «marino», a la universalidad alcanzada.

El Premio Nobel de literatura de Santa Lucía yace en la explanada de Morne Fortune acompañado por su coterráneo y colega en el reconocimiento de la academia sueca, Arthur Lewis; éste último en la disciplina económica. Desde ese virtual «cementerio marino» que ya componen dos tumbas, se divisa la herradura de una isla literaria también, que ha marcado su obra como huellas de arena  petrificadas por la admiración y el reconocimiento de un pueblo que desfiló frente a su féretro en el Parlamento, antes de congregarse en la basílica de la Inmaculada Concepción, para darle un adiós ecuménico.

La firma del libro abierto en el salón de plenos era seguida de un momento de homenaje individual frente al féretro cubierto con la bandera de Santa Lucía, paradójicamente diseñada por Dunstand Saint Omer, su compañero desde la niñez, y tal vez el más entrañable de todos sus amigos. En ese recinto oficial al que asistí tantas veces como invitado, la familia de Derek, presidida por Sigrid, su amorosa compañera  durante 30 años, era saludada para expresar las condolencias. La escena estaba marcada por una elegancia extrema. El bello grupo de familia, sentado en el palco de huéspedes, desprendía un halo de dignidad extrema, en medio del dolor que se expresaba de manera continua.

A la salida del parlamento y ya rumbo a la catedral, arribó un destacamento con banda militar para  acompañar al cortejo. Mi hija y yo fuimos convidados para incorporarnos a el y asistimos a la presencia doliente de numerosas personas apiñadas en las aceras. Era una manifestación silenciosa del pueblo antillano de dónde venía Walcott y al cual se prodigaba. A los pocos minutos vi que se acercaba por la calle el primer ministro Allen Chastenet, quien se quedó a nuestro lado, confundido con la muchedumbre, hasta llegar a la catedral. Había tenido la ocasión de frecuentar a ese prometedor político durante mis tiempos de Santa Lucía, en los que el actual flamante jefe de gobierno militaba en la oposición.

El oficio religioso, con el cuerpo presente de Walcott, en la antigua basílica de techos espléndidos de madera y herrajes antiguos en las bóvedas, con motivos casi apagados y en las sombras, fue oficiada por el arzobispo local y por dos ministros de culto diverso. Estábamos viviendo una lección de pluralidad religiosa cargada de simbolismo para un Walcott libre pensador y de tendencias abiertas. A la misa ecuménica asistió toda la carga del estado y del gobierno, encabezada por la Gobernadora General.

Con mi hija Valeria, la que festejaba con Sigrid y Derek Walcott los mangos oprimidos y chupados entre los azules inacreditables de la playa de Pigeon Point llegamos a Castries apenas a tiempo para asistir a una ceremonia de «celebración» del espíritu creativo de uno de los artífices más exigentes del rigor poético, artístico y teatral del mundo, en lengua inglesa. La dimensión vital del Caribe se desplegó en un acto de más de dos horas, en el que desfilaron voces de extrema pertinencia, hablando de Walcott con amor y respeto, veneración, en una palabra. Los invitados extranjeros percibimos sobre todo la esencia luminosa de estos mares fundacionales reflejada en el carácter jubiloso, aún para expresar el duelo, de un pueblo cuya mezcla de tradicionales pueblos migrantes del orbe se conjuga en una figura y pensamiento creativo. De ello hizo Derek Walcott parte de su material de trabajo elevado a dimensiones superiores en las letras que sólo alcanzaron en la región, espíritus de la talla de Saint-John Perse, Aimé Césaire, Alejo Carpentier, José Lezama Lima y su admirado pintor Camille Pissarro.

Es un signo que reconcilia con valores universales que se han ido perdiendo, saber que un país independizado hace 38 años y que fue siete veces la Gran Bretaña y en siete ocasiones arrebatado por Francia (y al final repartido entre las dos potencias a favor de Inglaterra), ha fundado y ahora fortalece su identidad multicultural en la potencia intelectual de un hombre que también recibió el homenaje de las artes populares, representada por músicos y bailarines arraigados en las tradiciones más antiguas de la isla; si bien con humildad extrema, también poseedores de una floreciente expresión.

La jornada de duelo ya se considera histórica en Santa Lucía y en todo el Caribe Oriental. Se ha despedido con profundo sentimiento de pérdida y los honores más altos, a ese hombre de letras que concibió extraordinarias obras de teatro, exploró con verdadera fortuna la pintura, sobre todo en la compleja técnica de la acuarela y creó un cuerpo poético como solo lo han hecho los creadores inspirados por impulsos clásicos, como lo hizo también Ezra Pound.

Walcott continua y enriquece con talento multiplicador esa suerte de codificación poética del influjo de la aventura de los descubrimientos y la llegada de hombres de las lenguas más extrañas que se confrontan con la belleza desgarradora del paisaje, colores de intensidad inusitada, volcanes prodigiosos -que han destruido villas enteras- como la Soufriere, bajo los Pitones -esos cuernos que parecen surgir monumentales de una nada oceánica-. Walcott encierra en versos, prosas escenificadas e imágenes plasmadas en telas y papeles el mensaje estético de una civilización contemporánea única, sin dejar de confrontar miserias y corrupciones, colonizaciones de alma y de cuerpo. En el acto cultural de despedida, sobresalió la performance de un célebre actor local, quien bajo una batuta gritada a la manera de una subasta denunciaba con humor agridulce la «venta» de la isla entera, a precios de ganga, a los nuevos piratas financieros, incluyendo algunos sitios que cuentan con denominación de legado de la humanidad.

En ese despliegue de participaciones de alto calibre emocional en el testimonio de la vida cotidiana de Walcott y de su obra, volvió a leerse uno de sus poemas emblemáticos que ahora me atrevo a traducir, «Love, after love»:

ARRIBARÁ  EL MOMENTO CUANDO CON JÚBILO
CELEBRARAS TU LLEGADA
A TU PUERTA, Y A TU IMAGEN EN EL ESPEJO
Y CADA UNO SONREIRÁ AL OTRO
DÁNDOSE LA BIENVENIDA.

Y DIRÁS, SIÉNTATE ALLÍ, COME.
VOLVERÁS A AMAR OTRA VEZ
AL EXTRAÑO QUE HAS SIDO.
DALE VINO. DALE PAN.
DEVUELVE TU CORAZÓN A TI MISMO,
AL EXTRAÑO A QUIEN HAS AMADO
DURANTE TODA TU VIDA,
A QUIEN HAS IGNORADO POR OTRO
AL QUE CONOCES A LA PERFECCIÓN.

COJE Y TIRA LAS CARTAS DE AMOR DEL LIBRERO.
LAS FOTOS, LAS NOTAS DE DESESPERACIÓN.
REMUEVE TU IMAGEN DEL ESPEJO.
SIÉNTATE. FESTEJA TU VIDA.

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