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A sacudirnos el fracaso

M i generación fue la primera en vivir una vida adulta en un país que
dejaba de ser promesa y se convertía en desengaño.

Todo un bolero pues. El bolívar comenzó su escalada de devaluación en
1983, la delincuencia empezó a aumentar sin detenerse, los alquileres
de vivienda se dispararon, la inflación se instaló en los dos dígitos
y los sueldos se desvalorizaban velozmente. El estallido popular del
27 de febrero de 1989 desató entre los jóvenes de entonces el impulso
de emigrar y los golpes de Estado de 1992 despertaron la admiración de
una sociedad inconsciente del legado histórico de logros civiles que
tocaba defender. Estos logros no eran propiedad de ningún partido ni
gobierno, pequeño detalle que se nos olvidaba a aquellos jóvenes de
izquierda que mirábamos con asco, en parte por hartazgo y en parte por
desconocimiento, tantas luchas políticas, económicas, educativas,
sociales y culturales que le habían costado sangre, sudor y lágrimas a
nuestros antecesores, fuesen venezolanos por nacimiento o por
adopción. Con ironía recogíamos los pedazos del festín petrolero y nos
acogíamos a la peligrosa pureza de la juventud que jura ser mejor que
sus mayores y no comprende sus razones y sus límites. Abandonamos la
política o, más bien, se la dejamos a gente que no la entendía como
ejercicio de construcción sino como ventajismo o, peor todavía,
retaliación. La política salió de la calle para instalarse en los
cuarteles y en la conspiración. Pasó la cuarta república y comenzó la
quinta. Se han sucedido leyes y Constituciones así como planes
económicos de diversa efectividad y orientación. Han pasado 26 años y
desde aquel entonces la situación ha empeorado. Ni el más acérrimo
defensor de la revolución, a menos que forme parte del alto gobierno,
niega que existen la inflación, la delincuencia, la falta de empleo
productivo y la corrupción, así minimice sus efectos, exalte las
compras en Mercal o pondere los servicios de Barrio Adentro. El
problema, por lo visto, no era simplemente salir de Acción Democrática
y Copei o echar abajo las instituciones. Los jóvenes de 1983, 1989 o
1992 ya estamos en la madurez y nuestra vida adulta ha transcurrido en
medio de una lucha implacable por sobrevivir, acompañados de la
melancólica conciencia de que tendremos en unos años que pasarle el
testigo a las generaciones más jóvenes sin haber dejado todavía esa
huella perdurable que marcaron los hombres y las mujeres que nos
llevaron de un país palúdico, guerrero, patriarcal y analfabeta a un
país moderno, independientemente del derroche petrolero y nuestras
grandes carencias como sociedad. Es la hora de dejar esa huella y
sacudirnos estas casi tres décadas de fracaso, pero hay que tener
claro, chavistas, que el radicalismo y el personalismo no son el
camino, y hay que tener claro, oposición, que sin rojos-rojitos no hay
baile.

No hay duda: el acuerdo y el diálogo deben partir de las bases, no de
las alturas del poder.

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