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Andrés Aguilar Mawdsley

El nombre y la obra de Andrés Aguilar Mawdsley están, para quienes fuimos sus colaboradores en la Cancillería, asociados íntimamente a los esfuerzos que se han hecho en los últimos años para estimular la promoción y protección de los Derechos Humanos y el avance y desarrollo progresivo del Derecho International en dos ramas fundamentales: Derecho del Mar, Derechos Humanos. Su condición de ciudadano venezolano, al desempeñarse como representante de Venezuela en el exterior, estuvo siempre muy presente e inspiró y orientó sus acciones en el quehacer diplomático que ejerció con mucho brillo desde 1965 hasta su súbito fallecimiento en octubre de 1995, cuando ejercía la más alta magistratura internacional que un jurista puede ambicionar, ser juez en la Corte International deJusticia con sede en La Haya.

Su don natural de brillante expositor le acompañó siempre; tenía una natural disposición a impartir enseñanzas y sus orientaciones y explicaciones dejaban en sus oyentes el sentimiento y la satisfacción de que siempre se obtenía una información completa, en la que no estaba ausente el breve señalamiento de antecedentes, el marco de referencia y el comentario preciso. Esta natural facultad para dar explicaciones claras y sencillas era producto de una larga experiencia en la carrera de la docencia universitaria en las principales universidades de Caracas, la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Católica Andrés Bello en las que enseñó Derecho Civil en sus diferentes ramas: Obligaciones, Personas y Bienes y Derechos Reales, Contratos y Garantías. Su labor universitaria fue fecunda y trascendente, publicó trabajos relacionados con los temas que enseñó e investigó con gran dedicación tanto en el pregrado de Derecho como en los cursos de doctorado de la UCV, en los que explicaba con sus dotes de maestro singular la reciente evolución del Derecho del Mar, así como aspectos relacionados con la Promoción y Protección de los Derechos Humanos.

Su intensa dedicación a estas dos ramas se explica por la imperiosa motivación de profundizar en el Derecho del Mar tradicional para preservar intereses nacionales de mucha trascendencia, que tocan a la Soberanía y defensa de sus derechos inalienables sobre el territorio y sus recursos.Su otra preocupación por la dimensión social de las ciencias jurídicas quedó plasmada en su trayectoria, identifcada por una natural vocación para las ciencias sociales, que vio fomentada desde su niñez en el color de su hogar bajo la orientación de sus padres. Según expresa él mismo en su discurso de incorporación a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales: «nací, gracias a Dios, en un hogar cristiano de un matrimonio unido, que sólo separó la muerte; con sus enseñanzas y con su ejemplo mis padres sembraron en mi la fe en Dios y el amor a Venezuela, y cada uno de ellos, por diferentes razones, contribuyó a despertar y a fomentar mi vocación por las ciencias sociales».

De manera que es posible afirmar que su contribución se extiende con igual devoción y estudio a la defensa de los intereses soberanos de Venezuela, materia que defendió con celo y firmeza ejemplares desde los muy importantes servicios que prestó a la Nación en el ejercicio de misiones diplomáticas como Jefe de Delegación en los trabajos preparatorios y en los diversos períodos de sesiones de la III Conferencia de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, y desde su posición de Consultor Jurídico y Representante Jubicial de PDVSA, posición que ejerció por 10 años aproximadamente, así como cuando se desempeñó como Presidente de la Comisión Presidencial sobre el aprovechamiento integral de los recursos hidráulicos en los que tiene interés Venezuela (Comisión de Cuencas).

Otras posiciones desde las que hizo también una significativa contribución fue como miembro designado por el Presidente en la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, Embajador Representante Permanente de Venezuela ante la Oficina Especializada de las Naciones Unidas, en particular ante la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra. En dos oportunidades fue Representante Permanente ante las Naciones Unidas en Nueva York, cumpliendo siempre sus muy importantes tareas con brillo y dedicación.

Gran distinción merece el exigente trabajo que realizó para profundizar y fortalecer el respeto y disfrute de los derechos humanos, especialmente en el continente americano, en una etapa muy difícil para la región latinoamericana en la que abundaban los regímenes de fuerza. Supo asimismo difundir estos atributos del ser humano en el ámbito universal al participar en delicadas y difíciles tareas al servicio de las Naciones Unidas, convocado por sus dotes de hombre íntegro, de profundo sentido de justicia, diplomático con una pulcra actuación en quien se concentraban densos conocimientos y gran sentido democrático para fortalecer el disfrute de esos derechos.

Su actuación pública tanto en el plano nacional como internacional debe ser interpretada e identificada como un modelo para los numerosos jóvenes que pueblan nuestra generosa nación. Apenas iniciada la madurez de los 30 años, figuró entre el grupo de notables que integró la Junta de Gobierno de 1958 y se destacó como Ministro de Justicia del primer gobierno constitucional del país, luego de la revolución del 23 de enero de 1958.

Solía evocar estas experiencias, señalando su preocupación de incrementar desde aquella posición todos los diversos aspectos que competían a este delicado cargo, quizás de más amplio alcance en los albores de la era democrática de Venezuela. Bajo su dirección el Ministerio de Justicia prosiguió la compleja tarea de reorganizar las diversas circunscripciones judiciales de manera escalonada. Inició la reforma legislativa ante la cambiante estructura social de Venezuela, a fin de atender aun cuando fuera de manera rudimentaria, exigencias impuestas por los más elementales principios de justicia. En tal sentido inició el proceso de elaboración de importantes leyes que vinieron a corregir situaciones anormales atentatorias de la seguridad jurídica de las partes más débiles. Su iniciativa se hizo sentir también en la corrección de injusticias que afectaban los derechos de los trabajadores. Estimuló asimismo la defensa de la parte más débil de la relación contractual en el ámbito familiar con la Ley de Protección Familiar, que asignó el carácter de crédito privilegiado a la obligación alimentaria en beneficio del cónyuge y de los hijos. También se ocupó de los difíciles problemas relativos al régimen penitenciario, con especial hincapié en los aspectos educativos y de reinserción del recluso, a los que dedicó buena parte de su atención.

Conocí al doctor Andrés Aguilar de referencia por su destacada actuación político y por su reputación como profesor titular de la Universidad Católica Andrés Bello, donde hice mi carrera de abogado. Su nombre figuraba entre el elenco de profesores de la UCAB, pero entonces él estaba ausente por encontrarse prestando servicios al país como Delegado Permanente de Venezuela ante los Organismos de las Naciones Unidas con sede en Ginebra. No pude en consecuencia, ser alumna suya en la asignatura de Derecho Civil Bienes y Derechos Reales, en la que tenía merecida fama como excelente profesor.

Lo cierto es que la vida me deparó la inmensa fortuna de verlo actuar en ese otro ámbito del Derecho en el cual se destacó de manera notoria: el Derecho International Público del Mar, donde actuó como diplomático y negociador, desplegando cualidades singulares que ponían en evidencia siempre, sus dotes de jurista de grandes méritos, de enorme competencia diplomática, para la codificación y el desarrollo progresivo de esta rama del Derecho International.

Su larga actuación en el Derecho del Mar dejó huella desde su participación activa en los trabajos preparatorios de la Conferencia asignados al Comité Especial para el uso pacífico de los fondos marinos y oceánicos situados más allá de la jurisdicción nacional. Bajo su competente dirección se negoció y adoptó la Declaración de Principios que sirvió de marco de referencia al régimen de los fondos marinos y oceánicos a los efectos de su exploración y explotación con fines pacíficos.

Corrían los años 1969-1972, época en la que se desempeñaba como Embajador Representante Permanente de Venezuela ante la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York. La Organización había iniciado entonces un esfuerzo en ese ámbito novedoso de la evolución del Derecho del Mar, impuesta por el avance de la tecnología y de la ciencia, y la exigencia de una reglamentación más precisa y justa de las nuevas realidades que enfrentaba la comunidad internacional. No escapaba desde luego a este singular Embajador de Venezuela, las posibles repercusiones que de las modificaciones en ciernes de esta disciplina especializada, podrían derivarse para el tratamiento de ciertos e importantes asuntos que en la época comenzaban a ocupar la atención de buena parte de las relaciones bilaterales de Venezuela con sus vecinos tradicionales y los que surgieron con el establecimiento de los nuevos espacios marítimos. De manera que, no sin cierta valentía y coraje, asumió la delicada tarea de presidir los trabajos de la Segunda Comisión de la Conferencia, en la que se consideraban Las cuestiones más sensibles por sus efectos para el ejercicio de la Soberanía y la Jurisdicción de los Estados. Es fácil imaginar lo espinoso que podría ser esta tarea para el representante de un país costero como Venezuela, con las particularidades que le son propias y en las circunstancias de aquella época en las que se iniciaban complejas tratativas bilaterales. El Embajador Aguilar fue, con excepción del Tercer Período de Sesiones de la Conferencia, Presidente de la Comisión entre 1973 y 1982.

Su actuación en la dirección de los trabajos de esta Comisión constituyó un verdadero trabajo de filigrana para dar acomodo a los intereses de los Estados participantes, con o sin litoral, que reclamaban un espacio y consideración en la codificación en progreso, de acuerdo a la equidad y a las circunstancias creadas por la geografía.

El trabajo de alcanzar acuerdos por la vía del consenso era un proceso lento y laborioso en el que debió hacer uso extremo de una gran creatividad y paciencia para ir construyendo poco a poco acuerdos en cada materia, separadamente, hasta llegar a un texto consolidado y armonizado, en cuya preparación decía que se había hecho gala de una gran imaginación.

Solía decir que la Conferencia fue en sí un verdadero laboratorio de investigación para la negociación multilateral, en la que se llegaron a utilizar todos los posibles mecanismos de consulta para algunos de los temas más difíciles, entre los que destacaba la definición de la plataforma continental. En relación con éste último, el Embajador Aguilar empleó un procedimiento intenso de consultas bilaterales con los principales interesados que denominó «el confesionario», por su naturaleza exhaustiva, abordando una y otra vez a las partes que sostenían posiciones enfrentadas hasta construir, de esa manera, una fórmula de compromiso.

A escala oficial el texto negociado y múltiples veces revisado, armonizado y con solidado ofreció, por la vía de una compleja interpretación, algunas dificultades para Venezuela, y la prohibición de formular reservas a la Convención determinó que, en estricto cumplimiento de las instrucciones del MRE, el jefe de la delegación venezolana expresara el rechazo de Venezuela a la Convención y votara en contra de su adopción al concluir los trabajos de la Conferencia.

Para quienes colaboramos directamente en la delegación con el Embajador Aguilar, ésta fue una experiencia imborrable y muy aleccionadora, en la que se puso de manifiesto su capacidad de separar y distanciar el interés nacional de lo personal en la mejor defensa | de los intereses nacionales y a pcsar de otras opciones propuestas por él como jefe de la delegación.

Su brillante actuación significó siempre, hasta el final de su vida profesional, un gran prestigio como autoridad de reconocida competencia en Derecho del Mar; por ello siempre estuvo presente en importantes coloquios y seminarios sobre esta compleja rama del Derecho Internacional Público, cuyos alcances siguen siendo todavía objeto de reflexión y examen por estudiosos de esta disciplina.

Su dilatada experiencia profesional lo identifica también como estudioso en profundidad de la promoción y protección de los Derechos Humanos, tanto en el ámbito mundial como a escala regional, en una época en la que la codificación internacional sobre esta materia se iniciaba sobre la base de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas entre 1968 y 1972.

Como representante gubernamental, su active participación en foros y órganos internacionales apropiados despertó su vocación de desempeñarse como miembro de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, posición que desempeñó con enorme distinción y valentía entrc 1972 y 1985, llegando a ejercer la Presidencia de la Comisión en varios períodos. La identificación del período durante el cual formó parte activa de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, corresponde con el de eclipse casi total de los derechos civiles y políticos en Suramérica y Centroamérica. Con Las pocas excepciones de Venezuela y Colombia, el mapa de América del Sur estaba sombreado por dictaduras, caracterizadas por su dureza y atropello sistemático a los derechos humanos y a las libertades fundamentales.

Bajo la Presidencia del Embajador Andrés Aguilar, la CIDH hizo numerosas visitas de carácter riesgoso y poco placentero, para levantar informes sobre la situación de atropello en la que se encontraban los principales derechos humanos en muchos de los países latinoamericanos.

En esta época los demás órganos del Sistema Interamericano sufrían un desprestigio creciente, sólo la CIDH cumplía un papel constructivo y positivo, por lo que es indudable la función que este órgano jugó en el avance del proceso de democratización de América Latina.

Su actuación regional lo hizo acrcedor de reconocimiento creciente. A escala mundial, el Secretario General de la ONU lo escogió como Copresidente de la Comisión designada en el caso de los diplomáticos de los Estados Unidos de América tomados como rehenes en Irán, cuya misión, llena de dificultades y riesgos, se verificó en un período de gran tensión en la escena internacional.

Su interés y sensibilidad por el tema de los derechos humanos lo condujo en el plano universal a formar parte como experto en el Comité de Derechos Humanos establecido en virtud del Pacto International sobre Derechos Civiles y Políticos de 1981 a 1984, siendo reclegido miembro de este Comité para el período 1985 a 988. De este modo acrecentó su experiencia en este importante campo, desde el que es posible hacer observaciones y recomendaciones a los gobiernos de los Estados signatarios del Pacto, al dar cumplimiento a las obligaciones que voluntariamente aceptaron.

Con todas estas credenciales el Embajador Aguilar hace diez años fue designado nuevamente como Representante Permanente ante la ONU, en 1986, cuando Venezuela había sido elegida como Miembro no Permanente del Consejo de Seguridad, siendo ésta otra experiencia sobre la cual escribió interesantes comentarios.

Además de su brillante desempeño en las labores propias de Naciones Unidas tuvo actuación muy constructiva en el marco de un foro para reforma de la ONU, formó parte del Grupo de Amigos del Secretario General para atender el problema de la crítica situación financiera de la Organización y se desempeñó como Presidente del ECOSOC.

Su iniciativa de organizer en el marco de la ONU tres jornadas anuales de reflexión sobre algunos documentos de importancia para la Iglesia Católica producidos por el Papa Juan Pablo II, actividad cumplida conjuntamente con sus responsabilidades como Representante Permanente, fue otro aporte más dentro de su deseo de hacer una contribución para difundir el pensamiento de la Iglesia, sobre desarrollo social y económico de la humanidad. El Embajador Aguilar convocó a varios paneles de importantes personalidades y embajadores ante la Organización para examinar los alcances de estos pronunciamientos de la Iglesia, de la que siempre fue un fiel y cabal practicante.

Todas sus actuaciones crearon un excelente expediente para su elección como Magistrado de la Corte Internacional de Justicia, elevadísima instancia internacional a la que lo postuló el Grupo Nacional de Venezuela de la Corte Permanente de Arbitraje, con el respaldo vigoroso del Gobierno de Venezuela en una campaña de promoción de larga duración no despojada de dificultades de cierta monta.

Llegó a esta alta posición cuando la Corte International de Justicia iniciaba un período de intensificación de su actividad como órgano consultivo de las Naciones Unidas y como alto medio para la solución de controversias entre Estados. De todas sus importantes actuaciones, el Magistrado Andrés Aguilar Mawdsley dejó escrito, para quienes se interesaban en las materias en las que trabajó, un interesante material contenido en diversas publicaciones nacionales y de renombre internacional en las que dejó testimonio de su útil y fructífera vida intelectual.

Cuando le correspondió actuar como Jefe, el Embajador Aguilar fue siempre un profesor, un buen amigo, con excelente sentido del humor. Exigente y serio, irradiaba contento, el contento de un hombre humano, practicante de una de las virtudes más importantes de la fe cristiana: la caridad; fue capaz de comprender y perdonar a quienes en algún momento quisieron hacerle daño. Con frecuencia, cuando podía hacerse presente el rencor repetía: «Yo rezo el Padre Nuestro» y entonces parecía cobrar energías para abordar a quienes le habían ofendido en alguna ocasión. Su equipo de colaboradores en la Cancillería le recuerda con afecto, respeto y gratitud por la palabra y el gesto amable que siempre tuvo para cada uno de sus subalternos.

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