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El duro artículo del Financial Times contra Maduro y su gestión

El editor para América Latina del periódico británico Financial Times, John Paul Rathbone publicó un duro artículo titulado: Nicolás Maduro, señor del desgobierno de Venezuela, donde refleja el escenario actual de la crisis en todos los ámbitos que vive el país y las acciones realizadas por el Jefe de Estado.

En la publicación se hace mención a la pérdida de respaldo internacional y describe así al estatus del Primer Mandatario Nacional. “El ascenso del Sr. Maduro era tan improbable como ha sido el descenso al caos de Venezuela”, puntualiza el texto.

 

A continuación el artículo completo, publicado originalmente en Financial Times:

NICOLÁS MADURO, SEÑOR DEL DESGOBIERNO DE VENEZUELA

Desde que se convirtió en presidente de Venezuela, Nicolás Maduro ha llegado a extremos ridículos para elogiar la memoria de Hugo Chávez. El corpulento hombre de 53 años de edad ha dicho hablar con el espíritu de su predecesor, quien se manifiesta como un “pajarito”. En las reuniones de Gabinete, él agita un libro de escritos de su mentor como si fuera santa escritura. Incluso, ha argumentado que Chávez debe ser santificado, una rara incursión en el cristianismo de un Sr. Maduro propenso a metidas de pata, quien comparó una vez el socialismo venezolano con “cuando Cristo multiplicó los penes” –en lugar de peces–, lo cual se debe clasificar como uno de los peores lapsus en la historia.

Tales absurdos serían cómicos si la presidencia de Maduro y el estado del país que ha gobernado durante tres años no fuesen tan trágicos. Venezuela, con las mayores reservas comprobadas de energía del mundo, debería ser una nación rica, moderna. En cambio, después de 17 años de gobierno revolucionario, es el ejemplo más extremo de mala gestión que ha resultado en otros gobiernos de izquierda en la región, como en Brasil y Argentina, perdiendo el poder en la medida que el auge de los productos básicos se ha derrumbado.

Hoy en día, Venezuela es estrangulada por apagones, una inflación acelerada, tasas de homicidio que la convierten en el segundo país con más asesinatos en el mundo y escasez de productos básicos y medicamentos. Aliados ideológicos, como el partido Podemos de España y Syriza en Grecia, ahora son críticos. José Mujica, expresidente de Uruguay, esta semana dijo que el Sr. Maduro “está más loco que una cabra”. Más de dos tercios de los venezolanos creen que no debería terminar su mandato. En cambio, este Mugabe latinoamericano se atornilla en su puesto.

La semana pasada, el Sr. Maduro se otorgó a sí mismo poderes de emergencia para aplastar a la disidencia. Esta semana denunció que este país, miembro de la OPEP, estaba sufriendo un “una brutal ofensiva política y de medios” del “eje Washington-Miami-Madrid”. “Adelante con amor… en las batallas de hoy en día por la independencia, la paz y la felicidad”, escribió. A pesar de que tiene un índice de aprobación del 26 por ciento, tales exhortaciones sólo reciben débiles vivas de sus partidarios vestidos de rojo, transportados en autobús, para oírlo despotricar contra figuras como Mariano Rajoy, el presidente del Gobierno español, a quien considera “racista, basura corrupta y basura colonialista”.

El ascenso del Sr. Maduro era tan improbable como ha sido el descenso al caos de Venezuela. Nacido en una familia de clase trabajadora de Caracas, uno de cuatro hijos, se convirtió en un militante en lugar de graduarse de secundaria. Después de un año de educación socialista en La Habana, regresó a su ciudad natal para convertirse en conductor de autobús y líder del sindicato del metro. Elegido para el Congreso en 1998, después de que Chávez ganó la presidencia, este seguidor de Sai Baba –un gurú indio conocido por producir joyas de oro de la nada– se convirtió en presidente de la Asamblea Nacional y posteriormente ministro de Asuntos Exteriores en 2006.

Su rápido ascenso se explica por su trato agradable y lealtad revolucionaria. Si Chávez le pedía romper con Bogotá, arreglar las relaciones con Bogotá, insultar Washington, favorecer a Teherán o charlar con Beijing, él cumplía. En 2012, Chávez, enfermo de un cáncer terminal, lo ungió como sucesor; al año siguiente el Sr. Maduro ganó por estrecho margen las elecciones presidenciales.

Los diplomáticos sugirieron que el Sr. Maduro era el ministro más competente de Chávez, pero con las esperanzas de moderación pronto se evaporaron. Chávez controlaba con carisma el nido de víboras que es la política interna del chavismo; el gris Sr. Maduro tuvo que usar el clientelismo. La corrupción floreció en Venezuela, una combinación de narcocracia y petro-estado. En 2015, un video mostraba al hijo del Sr. Maduro bañado en billetes de un dólar en una boda, en momentos de una aguda escasez de divisas que ha reducido las importaciones. En noviembre, dos sobrinos de la esposa del Sr. Maduro, Cilia Flores –una abogada y política– aparecieron ante un tribunal de Nueva York por cargos de tráfico de drogas.

Puede parecer demente que el Sr. Maduro y el chavismo hayan perdurado en medio de tantos fracasos. Pero no es ilógico. El Sr. Maduro se ha envuelto en la santa memoria de Chávez, un político natural que, aunque derrochador, empoderó a los pobres, castigó a los ricos y celebró la historia indígena. El control de la empresa estatal petrolera y el de las importaciones le dio al Sr. Maduro el control económico; la subordinación de los tribunales le aseguró dominación legal. Al menos hasta ahora.

Aparte del apoyo simbólico de Cuba, Venezuela está aislada. China, que ha prestado a Caracas 65 mil millones de dólares (USD) contra futuras entregas de petróleo, es poco probable que otorgue más créditos. Una nación que no logró equilibrar sus cuentas cuando el petróleo se vendió a USD 100 el barril, ahora se ha quedado sin dinero.

Internamente, la oposición obtuvo el control del Congreso Nacional en las elecciones de finales del año pasado y ha llamado a un referéndum de “no confianza” que podría significar que el Sr. Maduro sea sustituido. El Sr. Maduro, que llama a la oposición “maricones”, jura que va a bloquear este proceso, constitucionalmente previsto. El Vaticano está tratando de mediar en el diálogo. Pero las esperanzas de un gobierno de coalición son escasas.

¿Qué es lo que sigue? El papel del ejército como árbitro es crucial. Hay una alta probabilidad de que Venezuela podría no pagar los USD 127 millardos de la deuda externa, en cuyo caso, los cargamentos de hidrocarburos podrían ser embargados, colapsando los esquemas clientelares internos al secarse los ingresos en dólares. Se especula persistentemente sobre un golpe de Estado apoyado por los militares, especialmente si la ola de saqueos esporádicos se propaga. Hay un riesgo creciente de una crisis humanitaria.

No obstante, el Sr. Maduro podría aferrarse al poder. Luis Almagro, jefe de la Organización de los Estados Americanos (OEA), el miércoles lo llamó “dictadorzuelo”, mientras que Henrique Capriles, un líder de la oposición, teme que Venezuela es “una bomba de tiempo”. Ambas afirmaciones parecen ser muy ciertas

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