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El verdadero padre

En nuestro mundo actual no hay discusión acerca de la importancia que reviste la relación afectiva de todo ser humano con ambos progenitores en el desarrollo armónico de su personalidad. De tal manera que, aquella creencia ampliamente divulgada, en la que se exalta a la madre como un ser insustituible y se minimiza al padre sólo a la condición de una célula necesaria para la procreación del nuevo ser, cada vez tiene menos sustentación. Ciertamente, la conducta de muchos padres les ha hecho ganarse esta definición, alejándolos de su papel protagónico en la formación de sus hijos. Sin embargo, más allá de la pura genética, el rol del padre trasciende a la concepción biológica de un individuo, su desempeño es absolutamente inherente en la creación de un ser íntegro y feliz.

La mayoría en algún momento de la vida ha escuchado la historia de la parábola del hijo pródigo. Un hijo quien pide a su padre lo que le corresponde de su herencia, decide irse por el mundo llevando una vida dispendiosa y desenfrenada. Cuando el dinero llega a su fin, termina trabajando en una hacienda cuidando de una cría de cerdos. Al verse arruinado, su corazón se quebranta, en su reflexión piensa que aún el trabajador de menor rango en la casa de su padre vive dignamente. Entonces, decide regresar a su hogar. Al llegar, su padre le recibe con los brazos abiertos, sin ningún reproche. Con mucha alegría en su corazón, ordena a sus empleados preparar una fiesta de bienvenida para su hijo que «estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado». Lucas 15:24.

Cuando escuchamos esta parábola generalmente nos enfocamos en el hijo que recapacita, y regresa arrepentido para pedir perdón. Sin duda, un aspecto profundamente humano que debería ser considerado por todos en la condición de hijos. Aunque, en mi opinión, el protagonista principal de esta historia es el papá. Ese incansable trabajador que ha provisto para su familia más allá del pan de cada día, atesorando una herencia para el futuro de cada hijo. Ese hombre cuya felicidad jamás llega hasta el día en el que logra ver a sus hijos convertidos en hombres de bien, capaces de enfrentar al mundo con voluntad, verdad y honor. Ese hombre capaz de perdonar, cuyo corazón se abre para arropar al hijo en un abrazo infinito.

El verdadero padre es el líder de su hogar, en su corazón no hay cabida para la indiferencia; pues, un líder está pendiente desde los asuntos más importantes hasta los más pequeños detalles. El padre amante marca el destino de sus hijos, hace que los sueños que hay en ellos se cristalicen en una hermosa realidad. Aunque los hijos se desvíen en algún momento, el padre sabe que ha sembrado la semilla de Dios, y esa siempre da buen fruto en abundancia. El padre amante es compasivo, recuerda su propio transitar por la vida. Cuando uno de sus hijos está caído, le tiende junto con la mano el corazón, es su muleta mientras se recupera, lo lleva de la mano en sus nuevos primeros pasos, para luego dejar que remonte vuelo por los cielos de la vida.

El verdadero padre es el primer maestro en la vida de sus hijos; él sabe que su ejemplo es más contundente que las muchas palabras. Por esa razón, sus pasos son firmes, sus decisiones son pesadas en balanza, inspiradas en la sabiduría divina, tomadas a sabiendas de que sus consecuencias no son individuales sino que afectarán a toda la familia. El padre que enseña instruye a los hijos no sólo en los quehaceres de la cotidianidad. Él sabe que las herramientas más importantes de la vida son intangibles en lo material pero le permiten al individuo construirse un camino para una vida digna. El primer maestro establece límites, sus palabras tienen congruencia con sus actos. Más tarde, cuando los hijos ejerzan su libertad sabrán atenerse a las consecuencias de sus acciones.

Esta tarea que en gran medida en el mundo entero ha recaído sobre los hombros de las madres, es en primer lugar, una tarea encomendada por Dios al padre. Las mujeres la sazonamos con los deliciosos sabores de nuestra ternura; rodeamos a nuestra familia desbordando ese amor inmenso que Dios ha depositado en nuestros corazones. Sin embargo, en el diseño divino de la familia el hombre es un pilar fundamental; aunque la vida nos permita compensar carencias, la falta de este padre amante deja en el ser humano una profunda huella de dolor.

Hoy el corazón de Dios, nuestro Padre, está con los brazos abiertos para recibir a todo aquel que como el hijo pródigo decida regresar al hogar. Hoy el padre amante está dispuesto a perdonar; él respeta tu libertad para decidir donde quieres estar. Si decides estar en sus manos, él preparará la mesa para sentarte a su lado y compartir contigo los manjares de la sabiduría y el infinito amor de su corazón.

“Así que emprendió el viaje y se fue a su padre. Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó”. Lucas 15:20

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