Sin categoría

Hacia una nueva Latinoamérica

Es difícil hablar sobre un tema tantas veces tratado, como es el futuro de América Latina, sin caer en las repeticiones retóricas a la que somos tan aficionados los latinoamericanos. Parecemos condenados a darle vueltas a la fantasía, a acariciar los sueños del nunca jamás una y otra vez.

Tal vez somos así, porque sin darnos cuenta, todavía nos tratamos como condenados en la tierra; como si ante las realidades que nos acorralan, creyéramos que podemos eludir nuestra responsabilidad de cambio, jugando con el lenguaje. Es muy fácil para nosotros usar todos los verbos en nuestros discursos, pero se nos dificulta mucho la acción.

Basta con repasar los procesos de integración en nuestro continente, para confirmarlo: gastamos meses y años buscando acuerdos y cuando los logramos, gastamos hojas y hojas reglamentándolos. Finalmente quedan, sellados, rubricados, consagrados. Pero entonces, aplicarlos se convierte en una hazaña, a veces insuperable para la empresa privada.

Esto explica que ahí esté nuestro mercado de casi 500 millones de personas, disperso, desaprovechado para nosotros en lo económico. Y en buena parte también desperdiciado como fortaleza política, al dejar de representar un mercado de ese tamaño.

Esa inclinación verbosa, explica que tengamos un exceso de derechos, al lado de un gigantesco déficit de libertades. En apariencia esto es contradictorio. Pero es real. Para garantizar los derechos de nuestros ciudadanos, los gobiernos se enloquecen expidiendo reglamentaciones, cambiándole el nombre a todo, inventando nuevas instituciones y aumentando la burocracia.

Padecemos de una compulsión legislativa y reglamentaria que obstruye la aplicación de los esquemas diseñados. No podemos seguir consagrando derechos de papel, porque solo sirven para aumentar las frustraciones. Nuestra gente no puede en la práctica ejercer sus derechos, en gran parte porque las instituciones que se diseñan para hacerlos cumplir, nacen obsoletas.

Todo esto nos ha llevado a las dificultades que tenemos para construir el ambiente de confianza que nos permitiría desarrollar nuestros potenciales y para hacer instituciones eficientes.

últimamente, algunos estudiosos sobre el mundo no industrializado han encontrado una serie de relaciones entre régimen político y crecimiento económico, que llaman la atención. Con preocupación observo que algunos de ellos destacan que en países con crecimiento intermedio como la mayoría de los de América Latina, el nivel de crecimiento positivo es inversamente proporcional a la democracia. Concluyen así que los regímenes autoritarios garantizan más estabilidad y brindan confianza, contribuyendo a generar mejores índices de desarrollo.

Ellos citan como ejemplos recientes en América Latina, la dictadura de Pinochet y las decisiones autoritarias, en la primera etapa del gobierno de Fujimori. Es decir, que cuando se busca el desarrollo económico en países atrasados, pareciera ser mas eficaz el autoritarismo que la democracia. Esta es una conclusión peligrosa.

Es obvio que para un régimen que durante 15 o 20 años aplica el mismo plan, con los mismos agentes gubernamentales, las mismas reglas y principios, las posibilidades de éxito aumentan. Como es claro que en los regímenes donde los debates sobre la política económica son públicos y coyunturales, establecer un norte es más difícil.

Al existir un parlamento, se crea una tramitología legislativa infinita; y en el ejecutivo cada cambio burocrático puede motivar un cambio de política; todo esto debilita el clima de confianza y de estabilidad, necesario para un ambiente de crecimiento.

Me parece que en el fondo esa argumentación plantea un falso dilema, porque sugiere que dentro de un sistema democrático no se pueden desplegar políticas a largo plazo y que es imposible darle continuidad a programas nacionales. Al contrario, esto es lo que realmente debe caracterizar a las democracias cuando están al servicio de la sociedad.

Por supuesto, no ocurre de la misma manera cuando las democracias se colocan al servicio de los políticos o de los intereses que los soportan a ellos. Pero estas situaciones propias sobretodo en las jóvenes democracias, no pueden llevarnos al otro extremo.

Nada resulta mas riesgoso que un régimen autoritario. No sobra recordar que muchas de las fortunas de América Latina y de los privilegios que se han consagrado en detrimento de una sana distribución de la riqueza, se hicieron al amparo de las dictaduras latinoamericanas; y muchas de las medidas que han roto la confianza de la comunidad internacional, como las nacionalizaciones que asustaron la inversión extranjera y extrañaron el capital doméstico, fueron tomadas también por regímenes dictatoriales.

Por supuesto, no podemos dejar de reconocer, que imponer un modelo sin tener que someterlo a debates y a la opinión pública, es más sencillo. Pero en todos los casos, exitosos o fracasados, los costos de los autoritarismos son desbordantes en pérdida de libertades, en violación de los derechos humanos, en el rezago de las iniciativas individuales y en desarrollo social.

Estas pérdidas que en muchos casos no se valoran en las estadísticas económicas, son las que hacen incomparablemente superior a la democracia frente a cualquier forma de autoritarismo. Resulta esperanzado saber que hace 20 años en América Latina, una de cada tres ciudadanos vivían bajo el autoritarismo. Hoy, el 99% en sistemas democráticos.

Sin duda es más difícil en democracias en formación como las nuestras, fijar un curso y establecer unas metas, para solucionar los problemas fundamentales de nuestra población. Y es más difícil el proceso para ofrecer un ambiente de confianza que estimule mejor el crecimiento, bajo un modelo concertado y compartido con la sociedad. Como es complicado superar la tentación de cada nuevo gobernante de criticar y cambiarlo todo por el solo hecho de marcar diferencias personales.

A América Latina le ha significado un gran costo la inestabilidad en las reglas de juego, que son las que finalmente conforman la confianza. Pero en la medida en que toda la sociedad tiene la oportunidad de participar y definir su destino, la estabilidad y la confianza que se logran serán sólidas y verdaderas.

A uno, por ejemplo, como colombiana, la asedian con interrogantes sobre la crisis política en mi país. Que si va a ver golpe de estado, que si va a renunciar el presidente. Déjenme decirles, que en los momentos más profundos de las peores crisis, es cuando se presentan las verdaderas oportunidades para evolucionar; para encontrar las grandes soluciones; Para repensar y corregir el rumbo; la crisis de los políticos colombianos – porque no es una crisis del pueblo colombiano sino únicamente de los políticos y de su politiquería – es la que nos va a permitir emprender una acción colectiva para rectificar, para corregir los errores y sobretodo para solucionar los problemas del pueblo. De la crisis y del caos, la democracia colombiana va a salir fortalecida y renovada.

La pregunta que debemos hacernos, dentro de este oportuno encuentro, es ¿qué hacer para estimular el desarrollo de nuestras democracias latinoamericanas, y cómo establecer unas prioridades?

En casi toda América Latina nuestras democracias son una realidad. Esta es una ventaja comparativa. Pero, ¿ es satisfactoria esa verdad? ¿si trasladamos el concepto de democracia al terreno económico social, podemos decir que somos naciones democráticas?

América Latina ha empezado un proceso de modernización de sus instituciones, de participación ciudadana en sus sistemas políticos. Pero estamos atrasados es en la legitimación social de la democracia. La primera prueba – y uno de nuestros mas graves problemas – es la concentración de la riqueza.

Hemos avanzado en la solución de los problemas macro económicos, mejorado nuestros niveles de inflación, incrementado nuestros índices de crecimiento. La brecha social de América Latina sigue ampliándose en materia de salud, educación, seguridad social, nutrición, justicia. Nuestras sociedades latinoamericanas, se están alejando cada vez mas de Asia y se están acercando mas a ¡frica, aseguran los expertos.

Tenemos que exigir dentro de nuestros modelos democráticos, la manera de ofrecer una mejor distribución de las oportunidades, del bienestar y de la riqueza. No podemos continuar en América Latina con 60 millones de personas sin educación, argumentando que esta cifra solo representa el 10% de nuestra población. Ya debemos estar pensando en universalizar la educación secundaria y no la primaria si queremos superar los índices que nos agobian: – el nivel promedio de crecimiento del PIB en 1995 fue menor al 1% en la región; – y el ingreso per capita promedio de América Latina de 1996 es igual al promedio que teníamos en 1980. Nuestras democracias tienen que estimular, crear y garantizar un ambiente propicio a la producción de la riqueza y hacia una mejor redistribución de ella.

Ahora, también tenemos que revisar otros conceptos importantes. Nuestros modelos de desarrollo actuales, han estado influidos por los medios de comunicación globales en que estamos inmersos. Nos han colocado en la tarea de crecer como solución a todos los problemas sociales, creyendo que el mercado con sus leyes implacables de oferta y demanda, lo resuelve todo. Este axioma es válido para países que han conquistado a través de miles de años una cultura democrática y civilizada; donde ya se ha construido un estado que cumple con su misión esencial e indelegable de administrar justicia y ejercer el monopolio de la fuerza para garantizar la seguridad y la defensa.

Y son sociedades en las que además se conformó una amplia clase media, después de haber aplicado políticas educativas universales y sistemas de seguridad social generalizados. Pero América Latina no tiene esa misma historia, la nuestra es distinta como lo son nuestras realidades.

América Latina tiene que desarrollar en forma paralela tanto el problema del crecimiento en que están empeñados los países desarrollados, como seguir construyendo un estado fuerte que represente autoridad y confianza para sus ciudadanos. Un estado con legitimidad y credibilidad social que ejerza sus funciones dentro de principios éticos y democráticos.

Y tiene que organizar una sociedad que comparta y participe responsablemente de aquellas tareas, con una empresa privada que bajo unas reglas claras de juego, asuma el principal rol económico de producir.

Decir solo que debemos abrirnos; jactarnos calculando el auge de las exportaciones; buscar nada mas mecanismos monetarios para racionalizar la economía o para hacer más equilibrado el comercio, son ejercicios necesarios pero incompletos, si al mismo tiempo no desarrollamos una sociedad que garantice confianza y legitimidad social.

Todo el esfuerzo que hemos hecho en el cambio de modelo que estamos adoptando, podría verse amenazado por la inconformidad e insatisfacción de nuestra gente, si no damos respuestas cotidianas a sus problemas ya atávicos.

Ese proceso, lo tenemos que librar en una perspectiva de cuatro dimensiones. La primera es la global: tenemos que asumir una visión global y saber que necesariamente somos inter dependientes; que es necesario luchar por la inmersión de nuestros países en la órbita planetaria, muy particularmente en lo que significa el cambio en la mentalidad de nuestros pueblos; desarrollarnos aislados, es imposible.

La segunda dimensión es la regional: el desarrollo de hoy se articula básicamente entre bloques regionales. Ningún país latinoamericano tiene la fuerza política o económica que le permita asomarse al mundo solo. El crecimiento y el desarrollo de América Latina ir· en proporción a su integración. La rapidez de nuestro crecimiento toca en buena medida con la capacidad que tengamos para articular y hacer la integración a la velocidad y ritmo adecuados.

La influencia política de cada país de América Latina en el mundo, ir· en proporción a su integración. Ninguno, por duro que hable, por importante que resulte su argumento, podrá ser oído tanto si actúa solo.

En cambio si toda Latinoamérica se integra bajo una misma visión, obligatoriamente será tenida en cuenta. De sobra sabemos ya, que enfrentar bilateralmente muchos de los problemas comunes, resulta desventajoso y complejo.

En la medida en que nos integremos no solamente seremos un mercado atractivo para el resto de las regiones del mundo, sino que desarrollaremos posibilidades de cooperación que en forma aislada nos resultarían imposibles; para tener posiciones en los organismos multilaterales, en donde se definen buena parte de los temas de la agenda internacional, de los recursos de cooperación y se asignan oportunidades de toda índole.

Se requieren acuerdos de integración para que todo el bloque latinoamericano trabaje en la misma dirección. ¿cuántas oportunidades ha perdido América Latina por tener simultáneamente dos candidatos rivalizando por una misma posición?

¿Con qué mecanismo de integración cuenta América Latina para pensar sistemáticamente en la conveniencia estratégica de integrarse al mundo en bloque o por sub regiones o por acuerdos bilaterales como también se está intentando?

¿Dónde está la obra en infraestructura que se esté proyectando o recomendando para abaratar y facilitar nuestro comercio interregional, y para acercar nuestros territorios y ciudadanos?

Cuatro países de América Latina estudian en este momento la posibilidad de construir otro canal que una el Atlántico con el pacífico. ¿Se necesitan los cuatro? ¿Qué mecanismo tenemos para cotejar como región, cual resulta más conveniente para América Latina? Si no hemos sido capaces de terminar de construir la carretera panamericana,¿ seremos capaces en algún campo de pensar en forma conjunta, solidaria y en grande?

La tercera es la dimensión nacional. Aunque el tradicional esquema de soberanía y el concepto de Estado-Nación ha evolucionado, el esfuerzo por construir un estado moderno y una sociedad desarrollada dentro de la diversidad que nos caracteriza, es fundamental. Los nuevos estados nación tienen que resumir sus labores hacia la unión del territorio en términos de infraestructura, de cohesión cultural, de representación externa, de instrumento de seguridad, de centro de justicia y de mediación entre regiones y sectores sociales.

Todo lo anterior nos lleva al tema de la descentralización, a lo local, que es la cuarta dimensión. Solo en la medida en que el ciudadano confunda la presencia del estado con la posibilidad de satisfacer sus necesidades; en que conozca y sienta la autoridad próxima y confiable; en que tenga acceso democrático a las oportunidades; en que pueda desarrollar sus habilidades para producir, crecer y ser libre… Encontrar· que la democracia tiene sentido y que debe participar activamente en ella.

Necesitamos hacer verdaderas revoluciones internas, si no queremos que el mundo nos aísle por nuestra incapacidad de actuar para cambiar. De allí que se deba convertir en un propósito indispensable establecer el clima social que le permita a los ciudadanos desarrollar todas sus capacidades, sin los temores y riesgos que nuestras oxidadas instituciones de fin de siglo presentan.

Necesitamos construir confianza entre los ciudadanos y confianza entre estos y el estado. Que nuestros vecinos, nuestras familias, nuestros amigos, nuestros socios o nuestros competidores, cumplan con las normas de convivencia que le dan sentido a la vida en sociedad. Y que las instituciones del estado funcionen y cumplan con las responsabilidades que les asignó la comunidad.

Se nos olvidó que para lograr que una sociedad produzca, ahorre, invierta, crezca y genere bienestar, tiene que estar organizada; tiene que contar con unas reglas de juego claras, con vocación de estabilidad y permanencia; tiene que tener y haber definido unos grandes propósitos; tener capacidad de planear y de pensar en grande; y tiene que contar con unas instituciones operativas que posibiliten los propósitos y garanticen el cumplimiento de las reglas.

Uno se pregunta ¿cómo es posible que llevemos tanto tiempo conviviendo en las sociedades de América Latina, sin un sistema eficiente de justicia, y con los niveles de violencia o de inseguridad que padecemos? No es fácil encontrar una respuesta adecuada. Lo cierto, es que nuestros estados no han sido capaces de acabar con la impunidad.

Ninguna sociedad es capaz de generar confianza si no es capaz de sancionar a los delincuentes. América Latina no ha reconocido la importancia y la prioridad que el tema de la administración de justicia tiene con relación al desarrollo, al crecimiento y a la seguridad. Los últimos estudios muestran como la primera preocupación de nuestra gente, es la seguridad ciudadana.

Somos capaces de fijarnos metas de crecimiento económico, incluso de constituirnos en los campeones de la deuda internacional con 513 billones de dólares, somos la región el mundo más endeudada por persona. Esto no sería tan trágico si al mismo tiempo no nos damos cuenta que al tener el índice de asesinatos mas alto del mundo, 30 por cada cien mil habitantes, estamos deteriorando la calidad de vida de todos nuestros ciudadanos en presente y en futuro.

Por un lado, el nivel de homicidios nos lleva en América Latina a realizar una altísima inversión en el andamiaje policial, militar y judicial. Un gasto que representa varios puntos del PIB. Pero además del costo directo que produce la falta de justicia y la violencia, están los efectos indirectos: al mantenerse la sociedad intimidada, limita sus actividades ; el ciudadano, sobretodo el empresario, se frena y pierde audacia; su espíritu innovador se constriñe, porque además de los riesgos naturales que debe correr en el mundo de los negocios, tiene que correr con los derivados de la inseguridad y la incertidumbre.

Un reciente estudio del BID adelantado por el economista Juan Luis Londoño , calcula que el número de homicidios anuales en América Latina representa una pérdida equivalente a 28 mil millones de dólares cada año. Agrega que el promedio de las víctimas es de 26 años y su expectativa de vida productiva es de 50. Si se le aplica el ingreso per capita de la economía latinoamericana, tenemos esa monumental cifra, que crece de manera dramática, al punto que representa en lo que va corrido de esta década el 1.5% de nuestro PIB anual.

La ausencia de justicia, y el aumento de la violencia asociado a ella en los últimos 15 años, a lo largo de toda América Latina, en mayor o menor grado, es una constante que expresa la debilidad de nuestro tejido social.

Estamos destruyendo nuestro capital y no hacemos lo indispensable para detener esa tendencia. «el stock de capital social aumenta con los esfuerzos de ahorro que significa la educación y disminuye con la destrucción de estos esfuerzos que significa la eliminación de la vida» concluye el estudio del BID.

En estos cálculos se plasma, a la vista de todos, la inoperancia de nuestras instituciones, la incoherencia de nuestros estados. La manifestación expresa de la imposibilidad de establecer un ambiente de confianza. Resulta entonces que Latinoamérica no esta resolviendo adecuadamente los temas de la justicia legal ni de la justicia social.

Creo, para resumir, que el futuro de América Latina necesita un replanteamiento del sentido de la acción. Creo que tenemos la obligación de legitimar socialmente nuestras democracias y creo que el relevo en la conducción de América Latina tiene que darse, para que las nuevas corrientes del pensamiento, de la ética y de la administración pública aireen los destinos del continente .

La sociedad global de hoy nos ha llevado a que los países desarrollados sean los que produzcan la información. Y nos han llevado a copiar su modelo de desarrollo, dentro de unos paradigmas no todos copiables para América Latina: la depredación del ambiente y los nacionalismos extremos, no creo que debamos imitarlos.

Nosotros hemos comprado parte de ese modelo , estamos pensando en las fuerzas del mercado, en los problemas arancelarios, en el manejo macro económico, en la modernización de las instituciones, pero hemos olvidado que paralelamente tenemos que adelantar la tarea que esas sociedades se demoraron en construir miles de años: unos estados reales, que den respuestas, que den garantías.

Mientras en los países que imitamos, las sociedades intermedias o la empresa privada han asumido papeles que no eran de la esencia del estado, y el estado se fortaleció en su misión de administrar justicia, garantizar la seguridad y regular las fuerzas del mercado, en nuestros países el papel del estado lo ejerce la subversión de izquierda o de derecha, los grupos económicos a través de fuerzas monopólicas. Y también aparece el fantasma del populismo, o la amenaza del caos que invita al resurgimiento de regímenes autoritarios.

América Latina tiene la oportunidad de conseguir el desarrollo sin destruir el ambiente, que es una de sus fortalezas competitivas y tiene que aprender a conseguir compensaciones por asumir modelos de desarrollo sostenible que le permitan al mundo mantener activa la principal fábrica de oxígeno.

Copiamos la necesidad de privatizar, pero no la necesidad de aprovechar esta posibilidad para democratizar la propiedad. Creamos falsas paradojas: confrontamos estado y mercado; sociedad industrial, frente a sociedad agrícola; desarrollo para afuera con desarrollo para adentro; política exterior frente a política interna.

Todas estas son falsas paradojas necesitamos un estado fuerte que de garantías al mercado; el desarrollo agrícola de nuestros países en buena parte depende de nuestro desarrollo industrial; la apertura económica no tiene por qué ir en contra de nuestro mercado domestico y de nuestro crecimiento empresarial; y la política exterior de cada uno de nuestros países debe ser coherente y parte de nuestra política interna.

América Latina se está desarrollando bajo unos paradigmas válidos pero incompletos, que desde el norte decidieron resumieron a fines de la década pasada y decidieron denominar como el «consenso de Washington». La adopción de este consenso representó una enorme revolución en la política económica de América Latina, pero a juzgar por los resultados se quedó corto.

Todos tenemos una enorme responsabilidad sobre los resultados del futuro y por eso ojalá que de este encuentro, surjan respuestas para los retos que nos plantean nuestros pueblos. Ahora que nos reconocemos mayores de edad, la posibilidad de legitimar socialmente nuestras democracias, en lo que debe ser el consenso de América Latina hecho por América Latina y para América Latina. Aprendamos de los demás pero no separemos el cerebro de nuestro cuerpo ni el discurso de la acción.

Muchas gracias,
Caracas, septiembre 3 de 1996.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba