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La hora de la conciencia y el pensar profundo

Con ese llamado inició Andrés Bello su conocido poema “La Oración por Todos”. Creo que tal es, también, el llamado que está haciendo Venezuela a todos sus hijos en esta actual aciaga hora de nuestra accidentada historia: conciencia de la gravísima situación que estamos viviendo todos los ciudadanos y habitantes de ésta generosa pero muy dolida tierra; pensar profundo sobre las circunstancias terribles de este actual momento, pero trágicas a la luz del incierto futuro que aceleradamente se acerca.

No es tiempo para gastar en propósitos, proyectos o planes de resultados inciertos y esfuerzos vanos, que así son, por carecer de asiento sobre la realidad que estamos palpando y viviendo cada día que pasa y nos aproxima a lo que no puede llamarse sino caos.

Sí, nos diría Bello: “es la hora de la conciencia y del pensar profundo.”

¿Conciencia de qué? podríamos preguntarle. No dudemos que su respuesta podría estar contenida en un libro de volumen superior al de todas sus propias obras, porque quizá apuntaría en él todos los errores y desaguisados que por inconvenientes, injustos, contrarios a la razón, descomedidos y desaforados, hemos venido cometiendo a lo largo de nuestra accidentada historia. Mejor será, por tanto, no preguntarle.

Entonces, ¿será que nos preguntemos a nosotros mismos sobre lo que ha pasado y hemos dejado ocurrir en estos últimos quince años? ¿Qué hemos hecho mal?; ¿dejamos que otros hicieran mal?; ¿cómo fue posible que así haya sido?

Luego de esos “mea culpa” pasemos a preguntarnos o a preguntar, si no lo sabemos: ¿Cuál es la realidad de la Venezuela de hoy y cuál será la de los mañanas por venir?

Con permiso del lector, me permito revelar lo que sé, o mejor creo saber: Entre 1999 y 2012, Venezuela había percibido por concepto de la explotación petrolera más de mil billones de dólares, hoy es algo superior la cifra. Con mucho menos de esas cifras, Alemania, Francia y otros países que padecieron la II Guerra Mundial, en relativo poco tiempo restablecieron sus ciudades destruidas, recuperaron su producción y restablecieron la normalidad de vida de sus ciudadanos. Pedevesa, otrora una de las empresas de petróleo más importante del mundo, está en franca quiebra. ¿Qué no pudimos haber hecho entonces en Venezuela en estos últimos quince años?

En el presente, nuestro país casi no produce nada y todo lo importa del exterior al punto que, hoy, dada la severa crisis económica que por pésima administración y de continuos, pero insensatos regalos (que eso fueron) a países afines al “proyecto”, no hay recursos indispensables para atender clínicas y hospitales con graves riesgos para los pacientes enfermos, no hay suficientes alimentos para la población en general; no hay dinero para que las personas usen en viajes y, hasta los más elementales productos de diario consumo –gracias a las expropiaciones de haciendas y centros de producción agropecuaria– sea para alimentación, limpieza u otros fines, que se encuentran en aguda situación de escasez; no hay recursos para las Universidades; protestan a diario los trabajadores en toda la Nación, etc.

Por otra parte, en Venezuela reina la Anomia, que es ausencia o incongruencia de las normas sociales, por lo que reina la anarquía según la cual los ciudadanos no actúan conforme a la Ley, sino según su parecer, cosa que viene tipificada en el tráfico automotor o por quienes conducen motocicletas. La anomia se deja sentir también en el seno del gobierno: hay notables contradicciones entre algunos de sus integrantes. La situación legal de quien ejerce la Presidencia no ha logrado ser debidamente aclarada. Hace poco se habló de diálogo entre gobierno y oposición, pero ello no se ha concretado y, por el contrario, continúan manifestándose expresiones que parecieran no hacerlo posible.

Sobre ese último particular, hace algunas semanas escribí sobre el tema del diálogo, bajo el título “diálogo franco y verdadero.” Decía allí que en todo diálogo es menester distinguir para unir, si de unir en el entendimiento se trata. En efecto, quien entre en la unidad se impregna del sentido de la verdadera distinción y nadie conoce, en verdad, la unidad si ignora la distinción, pues la unidad brota de la integración de pensamientos y actitudes que son distintitos “per se”: no existe entre seres humanos de propósitos distintos una unidad única. Al entrar en el clima de la “unidad” inmediatamente se entiende que hay actitudes y posiciones que son diferentes. Por lo tanto, es menester distinguir lo que es múltiple para, después, poder unir. Recordemos, en este momento, lo que fue el llamado diálogo entre gobierno y oposición a raíz de los dudosos hechos del once de abril del 2002: un fracaso revertido en favor del gobierno y con perjuicio de personas, como Simonovis, que hoy siguen injustamente presas y con riesgo de la vida.

No son visibles, en el presente, soluciones para resolver la aguda crisis política, económica y social que estamos padeciendo todos los venezolanos, al margen de tales situaciones en crisis. Estamos viviendo en esta Patria de todos los venezolanos una realidad tan crítica, tal vez solo igualable por la muy lamentable y fatal guerra civil sufrida en el siglo XIX, con la infame diferencia que tenemos, en el presente, un gobierno de orientación totalitaria, sometido además a una Nación extranjera que, prácticamente, nos ha invadido por voluntad del mismo gobierno.

Hay un dicho popular que reza: “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista.” Eso, para quien tiene ochenta, es como muy largo. Prefiero recordar, como mucho lo he hecho, que en los tiempos que vivimos se han encontrado métodos para superar crisis semejantes. Baste hoy con citar el actual caso de Ucrania. Por lo demás, insisto en recomendar las lecturas de las obras de Gene Sharp que, sobre este particular, son más que aleccionadoras.

 

 

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