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Llenando el tanque del autobús del progreso

Son las once de la mañana en Barcelona, España. Un niño sueco, rubio, de ojos azules, saca un iPad y le toma una foto a la Casa Batlló. Seguidamente le otorga unos retoques en Instagram y se la envía a su padre vía email (lo oteo con curiosidad). Se conecta en Skype, su padre lo llama, e instantáneamente el padre puede ver a sus amigos, los alrededores de la Casa, la calle, y presumiblemente a mí, que lo espiaba en una esquina. Un niño de bajos recursos en Venezuela, digamos Apure, continúa viviendo en una era prehistórica para los estándares modernos. Cada segundo, por injusto que parezca, esa diferencia se hace más cruelmente patente.

Mientras que las economías emergentes están remando con furia para cerrar la brecha, nuestro país sigue perdido en un denso limbo de lucha política y desperdicio de recursos. Entre los países que más han crecido económicamente en la última década hay diez africanos, Rwanda, por ejemplo, asediada hace no muchos años por un genocidio, es hoy en día, un sitio que presta gran facilidad para hacer negocios. Birmania, presa de una junta, está tomando pasos agigantados para abrirse al mundo, obtener el beneplácito de los mercados y montarse, para copiar la frase del candidato opositor, «en el autobús del progreso».

Aunque Capriles Radonski es críptico (a propósito) sobre los detalles de lo que implica ese progreso, ciertamente es esencial que Venezuela, en el caso de superar la coyuntura Hugo Chávez Frías, actúe con rapidez en apretar el acelerador. Pero he aquí donde, una vez más, si no tenemos cuidado, podemos recaer en los mismos errores del pasado -no hay que atacar los síntomas sino las causas-. Poner el acelerador no significa simplemente redirigir el gasto público, enderezar al Estado de Derecho, despellejar la burocracia y generar seguridad.

Eso lo tuvimos en el pasado e igual caímos en un largo hoyo negro cuyo elemento conclusivo ha sido este Gobierno lleno de políticas oligofrénicas. Es necesario pero no suficiente. Para montarnos en ese autobús llamado progreso debemos disminuir nuestro fetichismo con los partidos políticos y las estructuras legales y enfocarnos en fortalecer a la sociedad. Nuestra narcodependencia con el capitalismo de Estado debe dar lugar a estructuras sociales robustas, como las ONGs, las universidades, grupos sociales con intereses afines, etc., que sustenten una verdadera plataforma democrática. Democracia es, en última ratio, una categoría mental que depende mucho menos de las separaciones formales y mucho más de la cultura democrática de sus ciudadanos. Una sociedad efectiva es más importante para la sociedad misma que un Estado eficiente. Tanto en los desastres naturales como Katrina y Fukushima, fue la sociedad civil, en sus miles de manifestaciones, la que logró sobreponerse a las taras estatales. Esto no se trata de proponer la Rebelión de Atlas, ni mucho menos, pero se trata de un plan sincero de ejercer lo que a mi me gusta llamar «la evolución mental del Venezolano».

Si bien la campaña de HCR tiene problemas más inmediatos de los cuales ocuparse, y evitar, sea el escenario que sea, que Venezuela termine en una situación como la de Siria, vendría bien, cuando el momento lo amerite, una posición más creativa y aguerrida del progreso. El mundo de hoy nos permite hacer un salto grande, y hay tanto que hacer en Venezuela que es difícil saber por dónde empezar. Desde la creación de «crowdfunding», páginas donde la gente dona pequeñas cantidades de dinero para empresas con finales de sociales, pasando por la emisión de bonos municipales, la creación de modelos de negocios donde las ganancias están «en la base de la pirámide», hasta programas como las escuelas «libres» de los países nórdicos. Si bien no hay que copiar modelos ajenos a la ligera, tampoco es sabio no mirar más allá de nuestras fronteras. Necesitamos más mundo en Venezuela y más Venezuela para el mundo. Entiendo que esto es ir más allá de nuestra coyuntura actual, pero ahora, como antes, exhorto, no es sólo ganarle a Chávez, es derrotar al chavismo. Elecciones puras (o cáncer), pueden con el primero, pero sólo educación y progreso con el segundo.

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