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Los pecados de la IV República

Las cuatro décadas de la llamada «Quinta República» (1958-1998) son sin duda alguna,  en su conjunto, los mejores años vividos por Venezuela en toda su historia. ¿Porqué pereció entonces en medio de la indiferencia o la hostilidad de la mayoría de los venezolanos? ¿Que errores la llevaron a ese triste fin? Sus virtudes fueron muchas,  pero ¿cuáles fueron sus pecados?

I. EL SISTEMA ELECTORAL:

Tres pecados pueden reprocharse al sistema electoral: a) la reelección presidencial; b) la elección de senadores, diputados, miembros de las asambleas legislativas de los estados y concejales por listas de partido; c) la falta de segunda vuelta.

a) la reelección presidencial.

            La Constitución, acertadamente, prohibió la reelección inmediata pero, grave error, la autorizó después de dos períodos.

            Rómulo Betancourt dió un ejemplo admirable. Terminado su período presidencial (1959-1964) y siendo no sólo el líder indiscutido de su partido sino también el hombre de Estado de más prestigio y popularidad en Venezuela, se residenció en Suiza para no hacer sombra a su sucesor, Raúl Leoni. A su regreso al país, rechazó toda idea de reelección.

            Este ejemplo, desgracidamente, no fue seguido por Carlos Andrés Pérez ni

por Rafael Caldera. La segunda presidencia del primero, después de engendrar el monstruo del militarismo golpista, terminó con la destitución y condena penal del Presidente; la del segundo concluyó con la muerte de la Cuarta República. Ambos terminaron repudiados por los partidos que los habían llevado a su primera presidencia, Acción Democrática y Copei, respectivamente.

            El presidente debe enfocarse exclusivamente en hacer el mejor gobierno posible y no en preparar su regreso. Debe defenderse la democracia contra las nefastas ambiciones obsesivas

            Esperemos que la Sexta República vuelva al período presidencial de cinco años y prohiba la reelección de manera terminante y definitiva.

b) la elección de senadores, diputados, miembros de las asambleas legislativas de los estados y concejales por listas de partido.

Es esencial para la solidez de una democracia que el ciudadano común se sienta efectivamente representado en ella. Para que ese sentimiento tenga alguna base es preciso que exista un vínculo real entre el ciudadano y su representante, y esto sólo se logra con la elección por una circunscripción electoral de cada miembro de cada cuerpo colegiado.

            Sólo ese sistema permite que el elector sepa quién lo representa, haya o nó votado por él; sólo ese sistema incentiva al representante a ocuparse de los intereses  concretos de sus electores y nó exclusivamente de complacer a los jefes del partido que lo postula; Sólo ella impulsa a las directivas de los partidos a postular personas con prestigio y popularidad en la circunscripción de que se trate.

            Nada de esto existió durante la Cuarta República. Ningún ciudadano supo nunca quién lo representaba concretamente a él en el Congreso, en la Asamblea Legislativa de su estado o en su Concejo Municipal. Nadie podía decir, como en las democracias que funcionan, «voy a escribirle a mi diputado» (o a mi concejal).

            Por supuesto que la elección por circunscripciones no debería parecerse en nada al  vergonzoso sistema introducido por la ley electoral vigente y aplicado en la última elección, Cada circunscripción debe tener un número igual de electores y elegir a un sólo representante.

            ¿Qué sería entonces de la representación proporcional?

            Supongamos un caso extremo: el partido «A» obtiene el 51% de los votos en todas las circunscripciones; el partido «B» obtiene el 49%. El partido «B» no tendría ni un sólo puesto en el cuerpo colegiado de que se trate. (Éste, dicho sea de paso, es el sistema que rige en las elecciones para los Estados Unidos, para el Parlamento británico y para la mayor parte de los países del Commonwealth)

            Hemos visto que la representación proporcional pura, como existió en la Cuarta República, conduce a una desvinculación entre el elector y sus representantes y a un excesivo poder de los partidos. No se debe, sin embargo, ir al extremo opuesto. Podría establecerse una corrección parcial mediante el establecimiento de un número determinado de puestos no territoriales en los cuerpos colegiados (en ningún caso más del 20% de los miembros del cuerpo colegiado de que se trate) para ser asignados a los partidos que resulten subrepresentados en relación con la votación obtenida

c) la falta de segunda vuelta.

            En la última elección presidencial de la Cuarta República el Presidente fué elegido con menos de la tercera parte de los votos. La mayor parte de los que lo precedieron en el cargo fueron elegidos con menos de la mitad.

            Para la solidez de la democracia es importante que al menos la mitad de los ciudadanos que han ejercido su derecho de voto sientan que quien los gobierna o representa ha recibido su aprobación. Esto sólo se logra con la segunda vuelta obligatoria cuando ningún candidato ha obtenido la mayoría absoluta.

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