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El silencio de las sirenas

George Steiner, en Lenguaje y Silencio, dice que vivimos dentro del acto del discurso, pero que hay realidades que no pueden narrarse, que no pueden expresarse con palabras, “Lo inefable está más allá de las fronteras de la palabra, hay acciones del espíritu enraizadas en el silencio”.

El pasado seis de mayo en Israel, las sirenas resonaron durante dos minutos, no se trataba de las alertas que diariamente se activan ante los ataques de misiles lanzados desde Irán, Gaza, Líbano, Siria o Yemen, esta vez anunciaba la ceremonia Yom HaShoá o Día del Recuerdo de los Mártires, en homenaje a las víctimas del Holocausto. Es el día de un ritual social conmovedor, cuando a una determinada hora suenan las sirenas a lo largo y ancho de Israel, para anunciar el momento en que toda una sociedad se detiene en silencio. Los conductores interrumpen su marcha en calles y autopistas descendiendo de sus vehículos, permaneciendo de pie sobre el asfalto. Los trenes y buses suspenden su circulación, los empleados dejan los teclados de sus ordenadores y teléfonos, los deportistas paran de correr, aunque estén próximos a llegar a la meta, en las aceras se congrega una multitud guardando un silencio riguroso. Ese minuto de silencio es el sentimiento de cada individuo y a la vez el espíritu de toda una sociedad, creando una vivencia inexplicable cargada de emociones, donde se mezclan el recuerdo del horror y el optimismo al contemplar su pujante nación erigirse como un baluarte democrático en el Medio Oriente y en el mundo. Como lo expresaron ese día mensajes como éste: “El Estado de Israel no es una compensación por lo que hicieron los nazis al pueblo judío, es la garantía de que nunca más algo así́ vuelva a suceder”. La intensidad del silencio se convierte en una fuerza poderosa de unión, de determinación, de identidad. Ahora entendemos lo dicho por Maeterlinck: “el silencio nunca se desvanece”.

En silencio, el Estado de Israel y la comunidad judía mundial conmemoran la Shoah́, el genocidio de seis millones de judíos, entre ellos un millón quinientos mil niños inocentes asesinados por el nazismo. “Si deseamos vivir y legar la vida a nuestra descendencia, si creemos que debemos allanar el camino hacia el futuro, en primer lugar, no debemos olvidar”.

Si bien para Aristóteles “el hombre es el ser de la palabra”, que lo hace imponerse sobre el silencio de la materia, algo similar escribió́ Henry Miller: “Es del silencio de donde se extraen las palabras”. En un mundo construido por las palabras, el silencio es una forma de expresar la indignación ante los crímenes contra la humanidad. El silencio se convierte en la última palabra.

En el prólogo del libro de Henry Ashby Turner, A treinta días del poder (1996), Antonio Muñoz Molina expresa con asertividad la necesidad de impedir el olvido. “Sabemos el final de esta historia y estamos familiarizados con cada uno de sus episodios y de sus personajes, pero una y otra vez sentimos la necesidad urgente de que nos la cuenten de nuevo, y según nos adentramos en ella casi se nos olvida que sucedió́ hace mucho tiempo, y deseamos angustiosamente que los hechos no tomen el mismo curso inevitable, y se apodera de nosotros la mezcla de incertidumbre y esperanza con que solemos volvernos hacia un futuro sombrío que sin embargo no está́ prescrito”.

Junto al minuto de silencio para rememorar la Shoah́, deberíamos guardar un minuto de silencio para recordar todos los genocidios y masacres ocurridas en la historia producidos por el comunismo.  El libro negro del comunismo (Le livre noir du communisme: Crimes, terreur, répression, 1977), escrito por investigadores de varios países europeos y editado por Stéphan Courtois, director de investigaciones del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), de Francia, efectúa un inventario de actos criminales (hostigamientos, asesinatos, tortura, exclusión, deportaciones) que arrojó la implantación del comunismo en el mundo, un balance más terrible que el del nazismo. En la introducción, el editor sostiene que “El comunismo real, puso en funcionamiento una represión sistemática, hasta llegar a erigir, en momentos de paroxismo, el terror como forma de gobierno”. De acuerdo con las estimaciones realizadas, el informe cita un total de muertes que “…se acerca a la cifra de cien millones”. La estadística del horror es la siguiente: 20 millones en la Unión Soviética, 65 millones en la República Popular China, un millón en Vietnam, dos millones en Corea del Norte, dos millones en Camboya, un millón en los regímenes comunistas de Europa Oriental, 150.000 en Latinoamérica, 1,7 millones en África, 1,5 millones en Afganistán, 10.000 muertes provocadas por “el movimiento comunista internacional y partidos comunistas no situados en el poder”.

¿Cuantos minutos de silencio necesitaremos para recordar la violación masiva de los derechos humanos, la destrucción de las naciones, el horror y las muertes de las dictaduras? Las sirenas que anunciaron el día del recuerdo de los mártires, me recuerda un pasaje de Franz Kafka, en El silencio de las sirenas: “Las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio”. “(…) Es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio”.

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