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Francisco Rodríguez del Toro Los vaivenes de un marquéz nada divino

Los hagiógrafos (perdón quise escribir historiadores) de nuestra Historia Patria (con mayúscula para causar buena impresión) se han preocupado en presentar a nuestros héroes emancipadores como inmaculados santos, se han dado a la tarea de mistificar los hechos sin mácula alguna. Todo nuestra historia viene envuelta en el papel celofán de lo maravilloso y prístino. Ni los hechos ni los héroes poseen rasgos (o características) grises y mucho menos tonos oscuros profundos. Nuestros historiadores, más que intelectuales estudiosos y equilibrados, se han comportado en el tratamiento de la historia como viudas llorosas e histéricas que no están dispuestas a escuchar algunas verdades con respecto a sus venerados deudos.

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Nuestra historia ha tenido mucho almidón y poco ruido mundano lo que la convierte en la tortura obligada de quienes cursan estudios formales. También es sólo un cúmulo (a veces falaz) de hechos y fechas sin ese sabor de cotidianidad, de mundanidad que tiene la vida y sus pasiones siempre puestas a prueba. Lo más que le pide uno a los historiadores es que conviertan la historia en un relato ameno, humano en el cual la pequeñez del hombre vaya a la par con su grandeza.

De un tiempo a esta parte algunos historiadores y novelistas (Denzil Romero, Francisco Herrera Luque) han tratado de ofrecer una visión menos cansona y organillera de la historia. Han querido despojar de cierta aura mística a los héroes más conspicuos de nuestra historia y devolverles su carne mundana y silvestre, bajarlos de su pedestal y dejarlos andar por la vida con su sentido humano a cuestas. Cuestión que no disminuirá en Bolívar, Miranda o Páez su enormidad histórica, pero permitirá valorarlos como seres comunes que cometieron aciertos y errores como cualquier hijo de vecina. Le ha tocado el turno a Francisco Rodríguez del Toro.

La historiadora Inés Quintero en su libro “El último marqués” (Fundación Bigott) repasa la cambiante vida de Francisco Rodríguez del Toro, personaje clave de nuestra historia patria. Inés Quintero en parte de la introducción aclara sus intenciones también terrenales: “Se trata de la historia de un hombre que vivió en una época de cambios profundos y frente a los cuales no se mantuvo indiferente. Mi intención no es juzgar si lo hizo bien o mal, tampoco confirmar ni contrariar las versiones existentes sobre su vida. Me interesa, más bien, transportar a lector a lo que fueron esos cruciales años de nuestro pasado para conocer como los vivió uno de sus protagonistas estelares y también para insistir, una vez más, en la necesidad de que nos apropiemos de nuestra historia despojada de los mitos y estiramientos broncíneos y entendamos que sus protagonistas, seres humanos al fin, actuaron movidos por intereses y pasiones totalmente terrenales”.

El citado marqués del Toro se las traía. De hecho era marqués por linaje familiar y tenía 25 años cuando heredó, muerto su padre, el marquesado del Toro. Inés Quintero va deshojando la vida del marqués quien siempre fue un individuo con una suerte increíble y aparece en todos los momentos estelares de la foto independentista. En la introducción Inés Quintero describe su posición en el cuadro de Juan Lovera que recrea pictóricamente la declaración de la independencia el 5 de julio de 1811.

La vida de marqués del Toro fue acomodaticia en todo momento. Cuando Miranda arribó a Coro con sus intenciones de independizarse del gobierno Español quien va enfrentarlo es el marqués. Este hecho va a prefigurar una vida en constante veletismo, en permanente viraje y según los vientos le sean favorables. Este libro de Inés Quintero convierte al marqués del Toro en todo un personaje pintoresco, rico en matices: combatió a Gual y España, fue un perseguidor encarnizado de Miranda, promovió una junta leal a la monarquía. Luego ante los hechos históricos de 1810 optó por plegarse al movimiento juntista de Caracas y así un conjunto de vaivenes y contradicciones.

Nada divino tiene el marqués del Toro y su heroicidad oportunista o de opereta, sus cambios constantes de chaqueta y su caradurismo lo convierte en un venezolano cercano, en un paisano, en un espejo que puede servirnos en los tiempos actuales como vivo y patético reflejo.

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