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Banalización de la política

El léxico popular ha podido inferir que “no es bueno hablar por hablar”. Y en política, mucho peor pues toda perorata pronunciada sin fundamento alguno o razón que afiance el argumento expuesto, conduce a caer en las profundidades del yerro. O en la oscuridad que faculta el error. Lo cual estimula a toda arenga política, situada fuera del rigor diplomático, a hacerla banal, insípida, insignificante, intrascendente o trivial. Es decir, que lo manifestado suena insustancial. Y es a lo que propende la política cuando es entendida con descarada insuficiencia.

La historia política es testimonio de cuantos conflictos han precedido y presidido eventos de capital importancia. Pero también de determinaciones cuyas consecuencias han desviado la intención de decisiones que podrían haber cambiado positivamente el curso de hechos que tristemente incitaron nuevos problemas. O abultaron otros no resueltos.

¿Qué ocurre en política?

En política, las especulaciones, suposiciones, presunciones e improvisaciones, tienden a enrarecer situaciones de toda naturaleza. Sobre todo, en ambientes salpicados por confusiones motivadas por exageraciones que rebasan desproporcionadamente las capacidades de colocación o acomodo de las realidades. Aunque no todas las especulaciones, emergen atiborradas de retorcidas intenciones. 

Sin embargo, y a pesar de ello, muchas de las mismas saltan a la palestra. O son admitidas como ideas en la antesala de los procesos de elaboración y toma de decisiones. Justamente, he ahí el engorro que coadyuva a ocasionar la banalización de la política. 

En política, particularmente en el fragor de procesos de gobierno, ocurren tentaciones. Y, por tanto, son objeto de atención. Casi siempre influidas por la seducción de discursos de ampulosa retórica. O incitados por la presión causada por emociones que logran estremecer debilidades. No obstante, sigue acá desnudándose el engorro como fuente de problemas que luego se potencian en la praxis.

¿Dónde está el meollo? 

No hay duda que, ante la avalancha de clamores y protestas propias en el terreno político, las circunstancias dejan ver el filo de sus garras toda vez que dicha oleada de quejas tiene la fuerza para desgarrar la piel de la política. A pesar de resguardarse en los protegidos aposentos del poder político.

Es preciso pues analizar las realidades con el auxilio de la teoría política para así evitar desviaciones que sólo contribuyen a agravar las circunstancias. Estas, ya de por sí agresivas dada sus ruidos, formas y magnitudes.

Aun así, explicaba el chileno, Dr. Carlos Matus Romo, que la política “(…) es un campo minado de tentaciones para caer fulminado por la imprevista explosión de cualquier mina de palabras sin argumento”. Más aún, cuando las realidades fungen como escenarios donde caben opiniones variopintas. Pero que, por cruzadas y disparadas al voleo, se convierten en peligrosos avisperos capaces de arrasar con idearios dispuestos a ser promovidos con base en la bulla que despide la ignorancia propia de furibundos animados a “hablar por hablar”.

 Y en medio de lo que estos revuelos lingüísticos causan a nivel de poblaciones sensibles y aficionadas a cuentos de corrillos, se configura y asienta el ámbito donde mayormente se contemplan los peñazos arrojados desde el vehículo que mueve y abona la razón que incita la vulgarización de la política.

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