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Carlos Cruz-Diez, un visionario del arte

Para ser contemporáneo, un artista debe descubrir lo singular dentro de lo general de las convenciones de una sociedad o de una cultura. A finales de la década de 1950, Carlos Cruz-Diez (1923-2019), inicia una ruptura con los cánones estéticos del momento, dejando a un lado el caballete y los pinceles con los que aprendió pintura en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas y se dedica a investigar el fenómeno cromático y los efectos que se producen en los límites de la visión, desvinculando el color de la forma al tratarlo como un acontecimiento que surge del plano al espacio.

La intensa y sistemática reflexión sobre la condición sustantiva del color incitaron a Carlos Cruz-Diez a escrutar la realidad que existe detrás del fenómeno cromático, logrando transformar el plano estático de la pintura tradicional en colores dinámicos o espaciales. Desde sus primeros experimentos sobre el comportamiento del color logró efectos de post-imagen con gran precisión mediante la utilización de líneas. “La línea no es un elemento estético en mi trabajo, es el medio más eficaz que pude encontrar para multiplicar las zonas críticas de visión entre dos planos de color. Es así como puedo generar nuevas e inestables gamas cromáticas. Lo cual no impide que el resultado sea un hecho expresivo, comunicativo y sensible”[1]

Al subrayar el carácter sustantivo del color, su planteamiento rompe con la convencionalidad de los géneros pictóricos, sustituyendo la contemplación por la participación del espectador como coautor de sus obras. En 1960, decide establecerse en París, ansioso por continuar desarrollando las investigaciones cromáticas que desde 1955 venía realizando en Caracas y mostrarle al mundo sus hallazgos. Cruz-Diez era un diseñador exitoso, no era un bohemio o un artista en busca de inspiración en París, era un inventor, por eso adoptó la disciplina y el rigor del investigador. Sobre esto último, afirmaba: “Tú descubres cosas, las relacionas, haces tus reflexiones y asociaciones para luego inventar. El invento es la codificación de algo existente, es decir, de algo que existió siempre pero que tus contemporáneos o tus predecesores nunca lo percibieron. El arte es el vehículo entre el hombre y las cosas de una época, por eso, los misterios se aclaran gracias a los artistas”. En la década de 1960, inscribe sus hallazgos en la tendencia cinética y se posiciona en el arte contemporáneo al afirmar: “Vivimos en una sociedad del instante, del acontecimiento, de la mutación y de lo efímero, por lo que, antes de tomar en cuenta cualquier consideración estética tradicional, una obra de arte, para ser considerada contemporánea, debe contemplar la creación de un acontecimiento donde el diálogo espacio-tiempo real estén presentes”.[2]  Su aguda y perspicaz reflexión sobre el tiempo que le tocó vivir la combinó con una inusual tenacidad en el desarrollo de propuestas y obras que hoy representan imprescindibles referencias del arte contemporáneo.

Su rigor y disciplina moldearon su carácter: “Practico la disciplina del investigador y del experimentador, porque los “soportes” que he logrado estructurar son fuente de sorpresas y de imponderables. Pongo en juego trampas de luz acordes con el comportamiento del color. En mis obras nada está hecho al azar, Todo está previsto, programado y codificado. La libertad y lo afectivo solo cuentan a la hora de elegir y combinar los colores, tarea a la que impongo una única restricción: ser eficaz en lo que quiero decir”, a lo que añadía: “Yo no me inspiro, reflexiono”. Contrariamente a la pintura convencional, Carlos Cruz-Diez intentó desvincular el color de la forma y, por eso, su trabajo se centra en el límite de la visión fisiológica, inscribiendo su preocupación plástica sobre el color en un enfoque estético más abarcador: el Cinetismo. Sobre esto último, escribió: “El Cinetismo es un discurso creador de realidades, no de trasposiciones de la realidad.  Por primera vez en la historia del arte, el espacio y el tiempo reales, son instrumentos fundamentales de la creación de la obra. La obra cinética es un acontecimiento real, donde suceden cosas que se modifican en la relación espacio-tiempo y requieren de la activación del que las contempla.  Es un discurso de lo efímero, de lo ambiguo, lo mutante e inestable”.[3] 

El propósito de Cruz-Diez fue el de subrayar el carácter sustantivo del color. En este sentido, su planteamiento enfatiza una ruptura con la convencionalidad de los géneros pictóricos. Es una ruptura porque sustituye la representación y la contemplación por una participación. Los espectadores de sus obras se sienten dueños del instante en que al moverse crean o hacen desaparecer colores fuera del espectro del soporte de sus obras, el espectador es a la vez el creador del acontecimiento del color.

Como artista cabal, no cesó de experimentar e inventar, se retrataba a si mismo con gran humildad y sencillez: “No somos los artistas-artesanos del siglo XII del espacio único, de lo inmutable, del mito de la eternidad.  Ni siquiera somos los artistas del camino de la perfección del siglo XVII ni de la academia del siglo XIX. Somos los artistas de los albores del tercer milenio, donde múltiples nociones que habían sustentado la sociedad durante siglos, se han demolido, modificado y están siendo sustituidas por otras”.

Según Maurice Merleau-Ponty, “El color es el lugar donde nuestro cerebro y el universo se encuentran” (L’Œil et l’Esprit, 1961). Este sublime concepto lo podríamos aplicar a los descubrimientos de Cruz-Diez, para quien el punto de partida de sus obras es el carácter sustantivo del color. Durante su vida de artista desarrolló ocho investigaciones sobre la luz y la fenomenología del color: Couleur Additive (1959), Physichromie (1959), Induction Chromatique (1963), Chromointerférence (1965), Transchromie (1965), Chromosaturation (1965), Chromoscope (1968) y Couleur dans l’espace (1993). Con sus hallazgos y propuestas, Cruz-Diez modificó los estables paradigmas que existían sobre el color, al disociarlo de la forma: “El color tiene un valor intrínseco que le permite afirmarse a sí mismo mediante sus comportamientos y ambivalencias. Mis ambientaciones cromáticas ayudan a que la persona recree la realidad de su entorno al abordar el fenómeno del color sin significados preestablecidos y sin anécdotas. Yo propongo: el color como una realidad efímera, autónoma y evolutiva. En mis obras el color está presentado como un acontecimiento en continua mutación que no necesita de la forma, desprovisto de toda simbología, sin tiempo pasado ni presente”.[4]

La obra de Cruz-Diez se sustentó en una permanente reflexión sobre el mundo y el tiempo que le tocó vivir: “Hacer Arte, e inventar Arte, es el resultado de decisiones de una extrema lucidez y de un análisis complejo. No es solamente un hecho voluntario, intuitivo o visceral.  Incluso personalidades tan complejas como la de Van Gogh, cuya imagen ha sido identificado con la del típico artista romántico, define así la tarea de un artista: El talento es una larga paciencia, y la originalidad un esfuerzo de voluntad y de observación intensos”. En una oportunidad expresó: “En mis obras, el color aparece y desaparece en el transcurso del diálogo que se genera en el espacio y el tiempo real. Simultáneamente, aparece de forma incuestionable, el hecho de que la información adquirida, así como los conocimientos memorizados en el transcurso de nuestra experiencia vital, no son, probablemente, ciertos …al menos parcialmente. Es posible, además, gracias al color abordado a través de una ‘visión elemental’ desprovista de significaciones preestablecidas, podamos despertar otros mecanismos de aprehensión sensible más sutiles y complejos que los impuestos por el condicionamiento cultural y la información masiva de las sociedades contemporáneas”. La trascendencia de su obra, lo sitúan en el mundo del arte como uno de los más destacados pensadores del color del siglo XX, como lo calificó el crítico de arte Jean Clay: “Podríamos afirmar, sin lugar a duda, que los hallazgos de Cruz-Diez como pensador del color, dejan atrás las ideas establecidas sobre el color cultural, ligado a los sistemas de organización mental del siglo XX”.[5]

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[1] Carlos Cruz-Diez, Reflexiones sobre el color, Fundación Juan March, Madrid, 2009.

[2] op. cit.

[3] op. cit.

[4] op. cit.

[5] Jean Clay, Cruz-Diez et les trois étapes de la couleur moderne, 1969.

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