Dejar que los vivos entierren a sus muertos
Si bien es cierto que según Lucas, Cristo habría dicho: «Deja que los muertos entierren a sus muertos” la realidad histórica nos muestra que en ciertos casos los gobiernos temen que los vivos entierren a sus muertos. Así pareciera que fue la decisión de Barack Obama cuando mandó a que se arrojara el cadáver de Osama Bin Laden al mediterráneo, no quería que hubiese un lugar en la tierra que sirviera de lugar de culto a ese temible personaje.
Otro caso fue como ante el asedio de Berlín por las tropas soviéticas los Nazi dispusieron cremar los cadaveres de Hitler y de Eva Braun para que los rusos no lo desacralizaran y sembrar la duda de si en verdad éste había en efecto muerto.
Otra historia emblemática fue la leyenda del Cid Campeador quien aún muerto podía vencer.
En todo caso cuando los gobiernos intentan impedir que los deudos puedan dar sepultura, conforme a su religión, a su muerto logran generar el efecto contrario al deseado pues alimentan un mito que no requiere ubicación terrenal.
En estos días del mes de enero hemos observado cómo le han dificultado a los deudos de la masacre de El Junquito proceder como Dios manda a enterrar a sus seres queridos y por el contrario auspiciaron un acto proselitista con una de las víctimas pretendiendo crear un nuevo episodio de martirologio.
La muerte es la única certeza que tenemos los seres humanos y para ello es esencial que siempre se favorezca, cuando ésta ocurra, que los familiares puedan en paz dar su último adiós al que se va y recibir el consuelo de sus amigos.
Mala cosa es jugar con la muerte.