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El desgobierno revolucionario

Isaías Márquez

A todo lo extenso del territorio venezolano se desarrolla, tal y como sucede en el mundo fungi, paros, bloqueos y huelgas. SIDOR, PDVSA y otras industrias básicas junto con el desarrollo agropecuario muestran el fracaso, acabóse y/o quiebre del gobierno. En el fango de las reservas energéticas  se ahogan todos los altos funcionarios gubernamentales, razón por la cual crece, a diario, la sensación de desgobierno en Venezuela.

Sin embargo, el gobierno (¿?) actúa de modo intervencionista, rigurosamente. Parece que aprieta pero, no obstante, cunde una sensación de ausencia de autoridad o acefalía, ya que la crisis ha demolido no solo el concepto y confianza en la política, sino de las clases dirigentes en general, a quienes la sociedad ve cada vez más cómplices de una impostura manifiesta durante la cuarentena 1958-1998, que conduce hacia un desastre, evitable, de no haber sido por la codicia de unos y la ineficacia o desidia de otros. Durante todo ese lapso denominado, impropiamente, “IV República” una cierta imposición intransigente de políticas de austeridad provoca una deriva de nuestros regímenes democráticos hacia el autoritarismo.

El complejo sistema del poder en Venezuela ha originado cuestionamientos muy severos acerca de la capacidad real de los gobiernos; al tiempo que relega la legitimidad democrática a un segundo plano. Algunas instituciones nacionales están sometidas a organismos supranacionales faltos de cuajo político (ALBA), a través de un consejo, expresión de un tratado intergubernamental y, por tanto, regido por la ley del más fuerte –Cuba, de momento-, así como por una comisión portadora de la verdad de los expertos, configurando un sistema de poder en el que la legitimidad que emana de los ciudadanos desempeña un papel muy secundario. En efecto, aflora la sensación de que los gobiernos imponen mucho, pero mandan poco o nada y que, además, carecen de autoridad.

En consecuencia, no resultan convincentes con su verbo, ni fiables en sus acciones. Falta de autoridad y síndrome lúdico en las responsabilidades generan un ambiente de desgobierno,  lo que comporta un factor de desasosiego social. Como cuenta Borges, los humanos deseamos que en el centro del laberinto haya alguien, aunque sea el Minotauro, porque no hay algo más inquietante que el caos, la idea de que nadie está al timón; ni siquiera el maligno, razón por la cual gustan las teorías conspirativas y utópicas.

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