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El laberinto del economista

Miguel R Carpio Martinez
@carpioeconomics

El dólar paralelo y la inflación suben por el ascensor…

Los sueldos usan las escaleras (unas escaleras muy largas e incomodas)…
La industria nacional está en terapia intensiva. No hay dólares para materias primas. No hay dólares para insumos para la actividad agropecuaria. No hay dólares para el sector salud… No hay dólares… Y Rupias tampoco.

La liquidez monetaria crece de forma exponencial, las cifras del Banco Central de Venezuela muestran un aumento exorbitante de la cantidad de dinero, pero no hay efectivo…

Los talentos se van, los encargados de recursos humanos están enloquecidos tratando de retener a los empleados, algunos están a tiro de propuestas pornográficas…
Los padres se enfrentan a un “To be or not to be” criollo: “La familia come o los muchachos van a la escuela” …

Hace unos años el empresariado diagnosticaba que estaba en crisis. Como Tom Hanks en la isla desierta, se vieron en el peor escenario. Hoy piensan en retrospectiva y entienden que hay algo peor que el naufragio… Y que hay peores acompañantes que Wilson.

Y en medio de toda esta hecatombe, me pregunto: ¿Y sobre qué carajo escribo?

Todos los días leo artículos de colegas y analistas que escriben sobre lo escrito. Llueve sobre lo mojado. La inflación esto, el default aquello, las reservas internacionales desaparecieron, el control de cambios es perverso, el Niño Jesús no existe y un montón de cosas que, a estas alturas ya son obvias. Debo reconocer que unos tantos hacen un esfuerzo por aportar valor y no se quedan solo en describir lo que ya todos, economistas y no economistas, entendemos y vivimos.

Y hay que decir la verdad, ya estamos más que claros de las causas de la crisis, ya sabemos que si nada (ni nadie) cambia, las cosas van a empeorar (¡sí, es posible!). Lo que quizás pocos piensen es en el ánimo del analista tipo Truman Show. Es decir, viviendo esta locura hay que hacer de tripas corazón y analizar, claro está, a estas alturas no tiene mucho valor ser una narrador de juego de ajedrez.

Todos vivimos este desastre, muchos dejamos nuestras casas muy temprano en la mañana y salimos al día a día, algunos con la esperanza de sobrevivir, otros con la firme idea de aportar al cambio. Algunos, hampa mediante, regresamos a casa y en el ínterin somos testigos de millones de informaciones (unas falsas y otras que, aunque parecen irreales, son ciertas) que de alguna u otra forma nos afectaron. Solemos decir que nada nos sorprende. ¡Falso! Este gobierno es innovador en cuanto a lo funesto de las políticas públicas y aunque sea difícil de creer, siempre encontrarán algún sinsentido que nos haga decir: ¿En serio?

Y es justo decirlo, más allá del “play by play” de los eventos, el diagnostico del mal de Venezuela y la receta para curarlo son obvios. Así que no vale la pena desgastarse discutiendo sobre lo azul del cielo o lo mojado de la lluvia. Lo único que quizás resulte verdaderamente interesante es entender cuánto tiempo resta hasta que todo este desastre no dé más. No hablo de golpes militares, Caracazos o invasiones de EEUU. Sencillamente un armatoste arcaico, que rueda con dificultad, va a colapsar en algún momento. Todo esto a un costo impensable. Más allá de los muertos en las protestas y los miles que han muerto de hambre y por falta de medicina, tendremos que sumar los muertos que sumarán la desidia y el hampa. No nos caigamos a cuentos.

Ahora bien, después de todo lo que ha pasado, ¿hay alguien entre cielo y tierra capaz de hacer un pronóstico certero sobre cuándo comenzará el verdadero renacer de Venezuela? Me atrevo a decir que ningún analista serio se atrevería a medio responder esa pregunta.

En mi caso no lo sé y el análisis de las variables no me permite responder, además lo esotérico y yo no nos llevamos bien. Quizás usted, estimado lector, pueda encontrar mayor osadía en Misterpopo Celestial.

Ahora bien y ¿qué hacemos en el mientras tanto? Lo primero que debemos entender es que la primera línea de batalla está en nuestras casas, con nuestros seres queridos. Ahora más que nunca debemos ser hacedores de lo que predicamos y predicar bien. Nuestro país sufre de asepsia. Demasiada descomposición. Como padres responsables debemos enseñar a nuestros hijos que no hay nada más sabroso que la ganancia del trabajo honrado, que los caminos fáciles son engañosos y que no hay nada mejor que hacer lo que a uno le gusta, así el oficio sea humilde, no hay razón para menospreciarlo.

Son esas cosas básicas. Los consejos de la abuela. Esos que te llevaron a ser el profesional que eres. Esos valores de los que te sientes orgulloso y que permiten que puedas ver a tus hijos a los ojos. Esos valores serán las escalinatas que nos llevaran al fin de esta pesadilla.

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