Opinión Internacional

La montaña rusa de las primarias demócratas

Probablemente desde que Abraham Lincoln fue electo hace 148 años como el décimo sexto presidente de los Estados Unidos, ninguna otra contienda electoral ha llamado tanto la atención de los votantes norteamericanos como la actual pugna que llevan adelante los candidatos demócratas Hilllary Clinton y Barack Obama.

Al igual que en 1860 cuando se vio una masiva participación del electorado ante la idea de que estaba en juego la supervivencia de la República estadounidense ante una inminente guerra civil, la actual carrera por la oficina oval de la Casa Blanca muestra grandes cambios tanto en la gobernabilidad del sistema norteamericano como en el quiebre de viejos parámetros.

“Como en todas aquellas ocasiones que se hacen por primera vez, nuestra situación sirve para imponer un precedente”, dijo Washington en 1789 al jurar sobre la Biblia que como Presidente cumpliría las leyes de la nueva república. Pues al igual que su primer antecesor, Clinton y Obama, establecerán precedentes dentro de una de las democracias más antiguas del planeta.

Ambos candidatos prometen grandes cambios en la forma de gobernar la primera potencia del mundo, pero sus diferencias radican no tanto en el cambio per se, sino en la profundidad de sus conocimientos para llevar adelante esta transformación.

Hillary Clinton representa el conocimiento de cómo funciona el complicado sistema burocrático norteamericano, mientras que Barack Obama promete que luchará contra la burocracia que frenan los cambios. En pocas palabras Clinton ofrece cambios utilizando las propias herramientas que proporciona el “establishment” mientras que Obama se presenta como un anti “establishment”. Ella promete administrar mejor el gobierno; él propone reinventar su función.

Hillary Clinton es probablemente la candidata con el mayor conocimiento sobre las políticas públicas que Estados Unidos ha presenciado en su historia. Y no es una exageración afirmarlo. Basta con escucharla hablar sobre temas tan complejos como la salud pública y la crisis hipotecaria para saber que es así. Tiene un intelecto formidable y una gran capacidad para entender y analizar los detalles de cualquier tema de la agenda pública. Sabe cómo funciona la intrincada maquinaria del Gobierno y cuáles son las palancas que se deben jalar para que camine con mayor velocidad.

Hillary se ve a sí misma como la persona con la experiencia suficiente para corregir la dirección equívoca que esa maquinaria tomó durante los 8 años de George W. Bush. Una y otra vez manda el mismo mensaje: El liderazgo probado, la confiabilidad asegurada, la experiencia necesaria. Alguien que sabría qué hacer desde el primer día en la Oficina Oval porque lleva 35 años preparándose para llegar allí. Si ganara, trazaría objetivos claros, concretos, acotados. No pensaría en componer la democracia disfuncional sino en empujar una agenda gradual. No concebiría a la política como el arte de lo deseable sino de lo posible.

Mientras lo que ofrece el joven articulado y carismático Obama es darle una buena sacudida a la política de su país. Con un discurso que conmueve a las masas ha sabido manejar el “marketing político” convirtiéndose en el niño mimado de los medios de comunicación. Sus críticos apuntan hacia que su discurso es muy emotivo pero al final pura retórica sin sustancia, algo que es muy atractivo entre el pueblo, lo que a su vez se traduce en mayor audiencia para los medios electrónicos.

Desde hace tiempo los norteamericanos lanzan señales de que están desencantados con su forma de gobierno donde rige la política del cinismo y quieren un cambio. La apatía de los electores en acudir a las urnas en elecciones anteriores es una sólida muestra de ese desencanto. Pero con Obama nace una esperanza en creer que existe otro tipo de gobernabilidad.

A pesar de ello, Obama sigue generando cierta dudas entre el electorado hispano de Estados Unidos, uno de sus principales baluartes proselitistas, tan importante como el electorado afroamericano.

“A mi Obama me gusta pero no votaría por él en noviembre, me gusta más en comparación con la Clinton, pero no creo que tenga la experiencia suficiente para bregar con el país”, dijo Michelle Cruz, colombiana residente de Jacksonville, Florida. Las palabras de Cruz demuestran que aún el electorado se muestra ambivalente sobre otorgarle el voto o no a Obama en las elecciones generales a la presidencia, lo cual se traduciría en sólida ventaja para el candidato Repúblicano, John McCain.

“Definitivamente que de aquí hasta noviembre viviremos montando en una montaña rusa sin un candidato que muestre una verdadera ventaja”, expresó el periodista puertorriqueno José A. Delgado, corresponsal en Washington de el diario El Nuevo Día. “Definitivamente que estas elecciones son totalmente diferentes a todas las anteriores, tanto así que ahora los votos de los delgados en la isla son buscado con afán por Clinton y Obama.

Puerto Rico, que es un estado asociado de los Estados Unidos, celebrará elecciones primarias demócratas el próximo 1 de junio las cuales aportan 76 delegados para la convención final del Partido Demócrata.

Verdaderamente esta pugna entre la políticamente curtida Clinton y el popular Obama han demostraron ser algo sin precedentes en los últimos 150 años en la historia democrática de los Estados Unidos, ejemplo de ello fueron las elecciones primarias del pasado martes 4 de marzo en Texas. Más de un millón de votantes, en su mayoría jóvenes que ejercen su derecho por primera vez, acudieron a los centros de votación alargando el proceso hasta las 3 de la madrugada.

“Por fin, Dios mío, veo que mis compatriotas se interesan de nuevo por participar en la selección de sus gobernantes”, dijo Mildred Obenhalmer de 45 años, residente de Dallas y simpatizante de Obama.

Quienes nunca habían apoyado públicamente a un candidato –el caso de Oprah Winfrey– ahora se suman a la campaña en su favor. Ante la tiranía de la política tradicional, Obama enarbola lo que llama “la audacia de la esperanza”.

“Una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser o grande o democracia” dijo Theodore Roosevelt, otro presidente que dejó profundas huellas en el sistema democrático estadounidense.

Estados Unidos podrá escoger entre dos candidatos que prometen que avances en la democracia de su país, claro cada uno dentro de estilos muy particulares: Hillary Clinton ofrece ejecución; Barack Obama promete visión. Ella se presenta como una autoridad eficaz; él como un quiebre necesario con el pasado. Ella se aboca a elaborar propuestas; él afirma que será necesaria la reconciliación nacional para hacerlas realidad. Ella es la candidata del “establishment”; él ha construido un movimiento que lo trastoca. Al optar entre uno y otro, Estados Unidos también elegirá el tipo de sistema político que quiere ser, al margen de que lo gobierne el primer afroamericano o la primera mujer, algo sin precedentes en la Oficina Oval de la Casa Blanca.

El mismo candidato Republicano, John McCain tendrá que presentar una propuesta más radical en comparación con su copartidario y predecesor en la Casa Blanca George W. Bush, o de lo contrario, muchos indecisos desencantados con la administración Bush pueden saltar la talanquera hacia el bando demócrata, más concretamente hacia Hillary Clinton, si al final es seleccionada como candidata, quien representa cambios manteniendo la continuidad del “establishment”.

De lo contrario, si al final son Obama y McCain los candidatos finales, entonces veremos una verdadera alineación de fuerzas que representan la derecha y la izquierda norteamericana, aunque la derecha tratará de mostrar una cara nueva ante los electores más jóvenes, a pesar de que el candidato ya supera los 70 año de edad.

El slogan actual entre los electores norteamericanos es realizar cambios a fin de rejuvenecer el sistema político, o sea realizar transformaciones sin precedentes en la historia del país.

Pero así como estamos en los albores de una época sin precedentes en la política de los Estados Unidos, igualmente debemos recordar las palabras del primer presidente de esta nación, Washington, quien advirtió: “Deseo fervientemente que estos precedentes se basen sólidamente sobre principios democráticos verdaderos”

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