Opinión Internacional

Llegar temprano, irse tarde

Cuatro casualidades de la vida me hicieron llegar temprano a la Revolución Cubana: haber conocido a Gustavo Machado en 1947; haber conocido a Ernesto Guevara en México, en febrero de 1955; haberme inscrito en la Juventud del Partido Socialista Popular de Cuba, en Miami, ese año y haber conocido a Fidel Castro a su llegada a esa misma ciudad.

De Gustavo no puedo ni quiero decir nada diferente de lo que de él se haya dicho ya, mi madre y él contrajeron matrimonio en 1951, durante el exilio mexicano y a partir de allí se convirtió en mi segundo padre. Creo haber absorbido algo su inmensa dimensión humana, de sus verdaderos ideales comunistas y de su apego a los principios democráticos, antimilitaristas y antiimperialistas que lo guiaron en su azarosa vida.

Con el Che compartí la misma habitación cuando salió clandestino de Guatemala, a la caída de Arbenz; le dimos refugio por unos días en aquella la otrora “región mas transparente” del Anahuac; él era un joven revolucionario, yo, apenas un púber indefinido, buscando el norte de mi futuro y lleno de inquietudes sociales y políticas, mis lecturas de entonces eran: Makarenko, Fiodorov y Politzer, entre otros.

Ya en 1955 o 56, haciéndole compañía a mi padre en su exilio mayamero, conocí a Ezequiel Malmierca, joven veinteañero cubano, exiliado allí, quien mataba tigres trabajando como lavaplatos en el Hotel Fointenebleau de Collins Avenue y como jardinero de Prío Socarrás en la Casa Reposada de South Miami Av., esquina con la 21st Road del South West. Ezequiel me invitó a militar en la juventud del PSP de Cuba y me incorporé a mi primera célula, la del Sindicato de Gastronómicos de Cuba que funcionaba en el referido hotel.

Cuando la presión internacional logró liberar a Fidel y este llegó a Miami le hicimos tremendo recibimiento, si mal no recuerdo en el Dade County Auditórium de Flagler St y allí estaba yo, repartiendo prensa clandestina cubana y recogiendo plata para la resistencia.

Regresamos del exilio el 58; un año mas tarde bajaban los barbudos de la Sierra Maestra y la Revolucion Cubana se convirtió en la luz de América, en el modelo a seguir. Ese éxito nos desquició, aun recuerdo que algún compañero radical, intentando forzar nuestro tránsito hacia la insurrección, cuando le señalábamos que las condiciones objetivas para ella no estaban dadas, nos respondía aseverando que si no estaban dadas las crearíamos. El propio Bolivita de 1812 repitiendo con otras palabras aquello de: “si la naturaleza se opone… ”.

Vino el repliegue y las divisiones del partido pero seguí siendo consecuente con lo que me parecieron logros indiscutibles de ese fenómeno político, económico y social que fue la Revolución Cubana. Fui excusando los fracasos económicos escudado en el de todas maneras infame, inútil e imbecil bloqueo, creí entender que los sacrificios del pueblo cubano se justificaban como la contribución necesaria para alcanzar la justicia y la felicidad.

Visité Cuba varias veces, la última en octubre del 2001, allí osé preguntar a Fidel después de una larga e inmensa perorata sobre las virtudes y los éxitos de la revolución, si había algún error del cual arrepentirse, el cual corregir; su respuesta, llena de suficiencia y prepotencia fue que no se había equivocado nunca que todo era perfecto. Callé y digerí, esa ya no era la revolución por la que yo había trabajado, aquello se había convertido en una simple república orwelliana, en, precisamente, lo contrario de lo que había sido mi ideal, aun así seguí callado y defendiendo lo indefendible.

Hoy me voy, tarde pero me voy, el fusilamiento de tres infelices seres buscando su sino con o sin razones para ello, constituyen una salvajada injustificable. La prisión de los disidentes con o sin razón, demuestra que la revolución cumplió su ciclo vital y que quienes están al frente ya no pueden comprender por donde pasan los nuevos derroteros de la historia. Una revolución que a los 42 años de existencia tiene que fusilar y perseguir a sus enemigos politicos o no es revolución o no se hizo nunca.

Mientras la política norteamericana siga sin comprender cuales serian las reglas de convivencia con la comunidad latinoamericana y mundial será difícil dejar de ser antiimperialista pero ello no obliga a aceptar de este lado lo que por tanto tiempo hemos combatido.

Como diría mi dilecto Fernando Claudín: Ya no es posible callar.

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