Opinión Internacional

No salen, los sacan

Revisemos la historia. Sea oportuno o no decirlo, quienes se han empeñado en quedarse en el poder indefinidamente, violentando toda la legalidad e ignorando el deseo de cambio de sus pueblos, nunca han salido por “deseo popular democráticamente expresado”, vale decir, por elecciones. El único que salió, no por elecciones propiamente sino por votación popular en un referéndum que él mismo promovió , fue el general Augusto Pinochet en Chile. Y muy a su pesar, pues quienes en verdad  vieron la necesidad de terminar con 17 años de autoritarismo y facilitar una transición a la democracia fueron algunos de sus colaboradores más visionarios. Ellos propiciaron una salida que ocurrió sin mayores incidentes ni traumas que lamentar. Bastante habian tenido. Mejor para él, pues de no haber sido así, tal vez su penuria posterior habría sido mucho mayor.

Enumeremos los casos. Mubarak, Ben Ali y Kadaffy son ejemplos trágicos y recientes de gobernantes que se imaginaron en el poder hasta morir en sus camas, en medio del llanto de sus pueblos, espontáneo o coaccionado como en el caso del sátrapa norcoreano. Otros han enfrentado el repudio internacional en medio de sangrientos episodios como el caso de Assad, un genocida que tiene sus días contados, pero no por las exhortaciones internacionales a rectificar, que para nada lo importunan, sino por la indignación de ese pueblo que terminara dando cuenta de sus días.  No incluyan, por favor, a Fidel Castro, que sigue allí mascando el agua –no, por cierto, por su “valor” o su «astucia»- por la incongruencia de un país que proclama la defensa de los derechos humanos mientras traslada sus pertrechos al otro lado del mundo, cuando le conviene, para derrocar al que haya que derrocar manteniendo el bloqueo hacia la isla. Eso lava ambas caras.

Si vamos hacia atrás, solo basta recordar a Mussolini  y al rumano y su mujer, quienes murieron de manera atroz, a manos de sus pueblos, rellenos de odio y hastiados de su padecimiento. Si recordamos el final de Hitler, tan bien representado en “La Caída”, no fue que se suicidó a lo Romero y Julieta junto a Eva Braun porque se volvió loco. Un poco loco estuvo siempre, claro está, pero lo cierto es que, producto de una guerra llamada mundial, donde hubo que sumar el poder de fuego de varias potencias amenazadas por su desvarío las cuales se aliaron para terminar con el orate, le llegaron a la pata y, no teniendo alternativa, prefirió terminar con su vida antes de que sus enemigos lo fulminaran sin aviso ni protesto. O no pudo con la vergüenza de la derrota, quien se había creido el descubridor y propulsor de una raza superior. Pero eso es suponer que Hitler tenia conciencia, lo cual es improbable, pero obviamente una cortesía póstuma por parte de quienes se lo figuren.

No obstante que somos -los venezolanos- un pueblo sumamente exótico, que lucha contra un déspota haciendo gala de una decencia y paciencia digna de mejores causas, es oportuno recordar la historia tal y como ella ha ocurrido. A lo mejor logramos salir por las buenas y, nada más por una posibilidad entre mil, vale la pena ir a votar. El detalle es que se trata de una pantomima de “comunismo” vacío de ideología pero ávido de poder y de riqueza a costillas del que  hizo lo que tiene con esfuerzo.

Venezuela es un país de clase media donde no cabe este militarismo burdo, rústico e impresentable. Así que no descartemos que, como el pueblo egipcio, tengamos que seleccionar una plaza para resistir hasta que nos reconozcan todos y cada uno de los votos que depositamos en las urnas, sin importar si los dirigentes políticos conceden su venia.

A fin de cuentas, salir de estos regímenes es un asunto de unos cuantos, como en la resistencia contra Pérez Jiménez…o de muchos, como en la plaza Tahrir. Luego, reencontrados en la libertad, todo el pueblo saldrá a celebrar y, sólo después, se podrá contabilizar, verdaderamente, cuánta gente estaba contra el tirano y cuál era, en verdad, el contingente que sabía que no salía, sino que había que sacarlo.–

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