Opinión Nacional

23 de enero: La libertad entre las acciones y las condiciones

Durante los cuarenta años de democracia que siguieron a la caída del dictador, general Marcos Pérez Jiménez, el 23 de enero fue tomado, reivindicado y, para muchos, secuestrado por los partidos políticos –sobre todo aquellos que lograron obtener y mantenerse en el poder-. Durante años, se convirtió y trató de mantenerse como la gesta heroica propagandista que necesita todo sistema para justificarse.

Sin embargo, ahora esta fecha ha vuelto a sus verdaderos dueños, al pueblo, integrado tanto por el 20% de población que, según Ramón J. Velásquez, dedicó buena parte de su juventud en la lucha contra la dictadura perezjimemista, como por los hombres anónimos que ayudaron a cambiar un sistema que, en apariencia, trajo bienestar y modernización -esto último de algún modo innegable-, y que marcó a una generación con el silencio y con el miedo.

No faltarán aquellos que utilicen la gesta de otros para insuflar aliento a un alicaído pueblo -sin distinción política- que ansía mejoras y que aún no ve el fruto de las promesas que alimentaron sus esperanzas. No obstante, no se puede olvidar que para llegar a esa fecha hubo acciones y condiciones que se conjugaron para facilitar la huida del tirano y el inicio del breve proceso de transición hacia la democracia.

Entre las acciones destaca la unidad. Partidos, sin importar su ideología y los resentimientos que hubiera –el caso de la dirección clandestina de Acción Democrática que desoyó la orden de Rómulo Betancourt de no juntarse con los comunistas-, se unieron con un solo propósito: decir adiós a la dictadura. Además, se contó con la clase media, la alta, la baja, la oligarquía, los estudiantes, los empresarios y, pieza fundamental, los militares -pilar sobre el que supuestamente se sostenía el régimen perezjimenista-.

De esa unión civil-partidista surgió la Junta Patriótica. En ella no hubo discusión ideológica ni debate. Términos, palabras y visiones de una organización en particular dieron paso a un mensaje claro, único, central, no huérfano de cuestionamientos internos o externos, que dio coherencia a un movimiento eminentemente político al que se le fueron uniendo, gracias al trabajo de los contactos o de forma espontánea, los sectores necesarios para lograr la salida del dictador.

Esto lleva al segundo elemento importante: el programa. Marcos Pérez Jiménez gobernó cinco años de forma directa en función de un proyecto el Nuevo Ideal Nacional, que se puede resumir en una sola frase: la mayor cantidad de obras posibles para brindar más bienestar a la población.

Sin embargo, esa idea no penetró. Eso hizo necesario un plan distinto, una alternativa real, que Rómulo Betancourt y otros, desde el exilio, intentron vender en América Latina, Europa y, por supuesto, Estados Unidos. No se puede pretender ser opción si no se ofrece algo más de lo que se tiene; el plan implica acciones para el corto, mediano y largo plazo. Supera lo afectivo y alcanza lo ideológico; una visión real de país que, gústele a quien le guste, en su momento sólo tuvieron Acción Democrática y, en la acera de enfrente, el Partido Comunista.

El que puede llamarse tercer elemento clave es la organización. Un liderazgo único, en el que cabezas analizan lo que se debe hacer; una agrupación capaz de movilizarse y de llevar un mensaje a sus bases y a los contrarios. Una maquinaria aceitada pero no sólo con fines electorales, sino capaz de vender ideas, ilusiones que pueden hacerse realidad porque parten de un plan coherente, ajustado a la realidad.

Por supuesto, inocente es pensar en que estos tres elementos más un poco de suerte fueron dieron al traste con la dictadura. Para ello se necesitó conjugar lo que en este escrito se ha definido como condiciones. En primer lugar, la pastoral del obispo monseñor Rafael Arias Blancos que, sin usar calificativos como tirano, dictador, corrupto u otros insultos, puso en evidencia una realidad más contundente: un país con altos ingresos y con una burguesía creciente, con pobreza y ausencia de libertad sindical. Seguidamente se cuenta el incremento de las deudas oficiales con la burguesía empresarial, en especial los constructores.

Una de las estocadas más fuertes, para historiadores el mayor signo de debilidad, fue la reforma constitucional para evitar elecciones abiertas y la convocatoria a un plebiscito que evidenció que la mayoría no estaba con quien gobernaba, sino con el sentimiento de cambio. Esto dañó la imagen de Pérez Jiménez a escala nacional e internacional, en un momento en el que las líneas trazadas en el continente por Estados Unidos estaban cambiando.

Sin duda, uno de los elementos más reveladores fue el golpe de estado liderado por el comandante Hugo Trejo y el efectivo de la Aviación, Martín Parada. El alzamiento, organizado por uno de los grupos que conspiraban dentro de las entonces Fuerzas Armadas Nacionales (FFAA), puso evidencia la falsedad de la propaganda oficial, acerca de que contaba con las FFAA. Esto dio rienda suelta a la conspiración.

En cuestión de horas se le agregó otra condición: la salida del país de Pedro Estrada, jefe de la Seguridad Nacional, y sobre quien recayó la política de terror que devino en silencio ante el temor de ser torturado. Sin el jefe de la tortura, el poder de la palabra en los pasillos se hizo sentir, la gente perdió el miedo y comenzó a trabajar; las mariposas se hicieron más comunes y la efervescencia fue indetenible.

Entonces, se creó la inestabilidad y la movilización, justificación social necesaria para una actuación militar que retomó el orden, luego de la decisión del dictador de huir del país antes que enfrentar y tener que decapitar, si triunfaba, a su mayor creación; las FFAA. El 23 de enero fue una sumatoria de elementos, factores y acciones, que permitieron el cambio de paradigma. Sin ellos, quizás hubiera sido difícil un resultado similar.

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